martes, septiembre 13, 2022

Rodolfo Braceli

 "Es la era de los eufemismos"

Autoconfeso "traidor al periodismo", el escritor presenta una serie de relatos que le permite jugar con múltiples personajes y situaciones.

El “traidor al periodismo”, como se define Rodolfo Braceli en El error de tener frío (publicado por Grupo Editorial Sur), está convencido de que la poesía “está escondida en la médula del corazón de cada noticia”. En el libro, que reúne “historias escapadas del periodismo”, el salto sin red hacia la ficción le permite imaginar un diálogo entre Perón y Borges, la profunda soledad del padre de Robledo Puch –texto que publicó en la contratapa de este diario-, una conversación ilusoria con Oliverio Girondo o una especie de obra de teatro con la partera de Maradona como protagonista.

El periodista y escritor, que nació en Luján de Cuyo (Mendoza), vive en Buenos Aires desde 1970. Braceli, reconocido por sus reportajes latinoamericanos, ha publicado El último padre; Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo; La misa humana, Perfume de gol y Escritores descalzos, entre otros libros. En 1996 obtuvo el Premio Pléyade por su entrevista a Gabriel García Márquez y es autor de las biografías de Mercedes Sosa y Julio Bocca.

-¿Por qué en el prefacio de El Error de tener frío te definís como un “renegado”, un “traidor al periodismo”?

–No me arrepiento de mis dichos. Algunos colegas que no sintonizan con lo que hago me apuntan con el dedito de acusar y me dicen: “Lo tuyo no es periodismo”. Y tienen razón. Me escapo no por pretensión literaria o de originalidad, estoy bien enterado de que la pólvora hace rato fue inventada y la raya del poto también.

–¿Cuáles son las razones de ese escape?

–Me escapo porque siento que ninguno de los cauces que proporciona el periodismo me han permitido expresarme a fondo. Pienso y siento que lo que voy a informar, contar, comunicar y transmitir, en su alcance e intensidad, se me queda a mitad de camino. Es como que la palabra periodística le pide perdón a la palabra, porque resulta anémica, sin pulso, sin semblante. Empujado una y otra vez por esa desesperación de comunicar más hondo y más lejos, en los relatos de El error de tener frío, me solté del arnés y me desgajé de la órbita. Esa suerte de escape no es algo planificado, me viene… Por ejemplo: en enero de 1967, Antonio Di Benedetto –mi jefe en el diario Los Andes– me dijo: “Murió Oliverio Girondo. Encárguese de la necrológica”. Con la impertinencia de un pendejo le dije que hacerle una necrológica justamente a Girondo era contradecir el código Oliverio, un sacrilegio. Di Benedetto, con una generosidad irreparable, me dijo que hiciera lo que se me ocurriera. Sobre el pucho propuse una conversación ilusoria con Girondo después de su muerte. Yo le preguntaba y él me contestaba utilizando hebras textuales pero fuera de contexto, todas entresacadas de su libro Espantapájaros. Esa textualidad sacada de contexto fue una de los modos con los que ciegamente “traicioné” al periodismo. Salté de la información a la conversación ilusoria. Con el tiempo en muchos casos, para ahondar en el retrato interior de los personajes entrevistados, recurrí a posdatas que rozaron la poesía. Tal vez en esto haya un conflicto limítrofe entre géneros literarios. Me gusta decir: que los géneros literarios hagan su vida y que no me jodan, que me dejen hacer la mía. Nota aquí.



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