Cualquier bar a media tarde
Viejos bares
y nuevos camareros.
Qué cansancio.
Hay que empezar de nuevo.
Las costumbres,
la copa preferida. La cerveza
en su punto y su espuma.
En su momento.
Las palabras
-las justas-, por ejemplo,
supongamos
que hoy el tiempo es infame
y llueve a mares.
Es absurdo decir que está lloviendo.
O vaya chaparrón,
así, de pronto, mientras dejas
el sombrero empapado
en cualquier sitio.
Ese qué va a tomar, como si fueras
ajeno a estas paredes
que te han visto
beber ese vinito de las tardes
desapacibles, frías del otoño.
Sin nada, a palo seco.
Lentamente. Mientras miras
insultarse en la tele
a unas viejas señoras sin estilo.
Y ni siquiera te diga
que vinieron
esta misma mañana los amigos.
Y que alguno
preguntó cómo andabas. O no vino.
Comencemos.
Es nuevo y nada sabe de rutinas.
Pero habrá que explicarle
-tú ya has visto
su tabaco en la camisa-
que a estas horas,
sin un cliente más, siempre se puede,
con cierto disimulo,
echarse un cigarrito en el extremo
del viejo mostrador.
En fin. Será difícil
impedir que te hable
de política o fútbol.
Sobre todo,
que, en tardes como ésta,
cuando llueve
en la calle y una risa
-la misma risa de ella-
salpica las aceras,
resulta conveniente,
y se agradece,
que te pongan,
en silencio, la penúltima.
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