El recuerdo de una charla con “el señor de los venenos” y algo más…
Conversé con él una vez, y la charla fue tan intensa que dio lugar a un libro.
Enrique Symns murió el jueves 16 de marzo.
Tenía setenta y siete años.
Su salud estaba más que deteriorada.
Cuando me avisaron que había fallecido, vinieron a mi memoria postales de aquel encuentro.
“Primera imagen de Symns: fuma con la mano derecha afirmada en el marco de la puerta de un bar sin nombre en la fachada. Es un viejo con pinta de cansado, pero no por un esfuerzo físico reciente, no, lo suyo es un agotamiento substancial que viene de años, atribuible tal vez al dolor del mundo que lo come de a poco.”
Así describí en el libro la impresión bautismal.
También detallé: “Y más allá de no estar desalineado, hay cierto nerviosismo en su vestimenta, como si el ropaje no pudiera acomodar la figura que intenta guardar, como si la esencia del ser que resbala en su interior buscara escapar, como si la indumentaria fuera un elemento más de una prisión que acomete a ese ente extraño”.
Ya van varias líneas de este artículo y todavía no expliqué quién fue (es y continuará siendo) Enrique Symns.
Da cierta desazón que no se lo conozca demasiado.
En realidad, Enrique siempre fue un hombre de “círculos”.
Su nombre era una clave para entendidos.
Si alguien lo citaba quería decir que esa persona conocía la bestia que respiraba en Cerdos & Peces, la revista que rompió cualquier tipo de formalismo. O que estaba al tanto de su vínculo de amor/odio con Los Redondos; o que había sido monologuista del grupo de Patricio Rey, así como de tantas otras bandas de rock; o que era autor de varios libros, entre ellos el imprescindible El señor de los venenos.
El Indio, en el prefacio que escribió para aquel texto que parí en un arrebato –como manera de responder a lo que la pluma de Enrique había marcado en mí–, delineó: “Me atrevo a decir a decir que, sin darse cuenta, ha trabajado para su nombre sin la esperanza de que algún día su nombre trabaje para él”.
Eso viene a cuenta de aquello de los “círculos”. Symns hizo todo lo posible por ser “el as del Club París” (Indio dixit), el del lustre más negro en el bar (o los bares), lo cual colaboró a que no lograra trascender ese ámbito. Escarbó en la basura en busca de “la” rosa que se haya perdida en ella. Pero costó que la belleza de esa flor extraviada en la oscuridad, a pesar de que él supo encontrarla, pudiera ser apreciada por una cantidad de gente que le proporcionara el dinero suficiente para no tener que recurrir, en algún momento, a un colchón de cemento. Porque Enrique supo lo que es dormir en la calle. También conoció hoteluchos de la peor de las famas (si llegaban a tener aunque sea mala fama…) y se hizo experto en pensiones carentes de estrellas. Igualmente, hay que aclarar que hubo momentos donde la plata llegó… pero en sus manos –y nariz– se esfumaba. Nota aquí.
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