La alegría ya viene
Acabo de estar en Chile. Primero, en Valparaíso, la ciudad en la que Pablo Neruda edificó una de sus casas. Las ventanas de la Sebastiana se vuelcan en el mar y lo obligan a mezclarse con las butacas, las camas y los recuerdos. El mejor coleccionista de objetos raros es sin duda el mundo, pero Neruda le sigue de cerca. El poeta tenía muchos motivos para amar a Valparaíso y llenarlo de recuerdos, pero el principal creo que fue lo que él llamaba su misión de amor, su mejor poema, la llegada a puerto del Winnipeg, un barco en el que salvó a 2.500 republicanos españoles de los campos de concentración franceses y de las garras del nazismo. La historia se hizo hospitalizada para darle amor en Chile a “la madre remota / que me otorgó la sangre y la palabra”.
El compromiso político de Pablo Neruda tuvo mucho que ver con la Guerra Civil española. Un golpe de Estado llenó de sangre las calles de un país que amaba. Su Casa de las Flores en Madrid, a la que acudían amigos llamados Federico, Rafael, María Teresa y Miguel, dejó de respirar el aire limpio de la sierra para angustiarse con el humo de las bombas. España en el corazón (1937) fue una de las denuncias más altas e internacionales de lo que significó para España aquella indignidad, costeada por el nazismo y el fascismo.
Como poeta, le he agradecido mucho al compromiso de Pablo Neruda su solidaridad con España. En Isla Negra, en el techo del bar de otra de sus casas, están grabados por él mismo los nombres de algunos poetas y artistas españoles que vivieron la tragedia y que siguieron bajando todas las noches, después de muertos, a tomarse una copa junto a la mar chilena.
Pero lo que más agradecí como lector joven de Pablo Neruda fue su capacidad de cuestionar y defender el sentido ético de su compromiso. Militante comunista, se jugó la vida y la conciencia no sólo cuando denunció hasta el final de sus días la prepotencia económica del capitalismo, sino también cuando se opuso a la degradación ética de sus sueños en manos del estalinismo y del culto a la personalidad, esa hoguera nociva que convierte en dictadores a los gobernantes. Cuando se pone a hablar en nombre de la esencia nacional, y no como uno de sus representantes cívicos, cualquier político se transforma en una amenaza. Después de haber celebrado a Stalin, para seguir siendo comunista necesitó comprender lo que estaba ocurriendo y supo denunciar que por su culpa había un ahorcado en cada jardín de la Unión Soviética. Pablo Neruda me enseñó que el compromiso no significa repetir consignas y que para participar en un sueño colectivo es imprescindible no renunciar nunca a la propia conciencia. Nota aquí.
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