El milagro de Sabina… o cómo resucitar en Madrid
El músico reaparece pletórico de voz en el WiZink Center tres años después de haberse retirado de allí en camilla tras su caída.
Lo de Sabina el martes en el WiZink Center de Madrid fue un acto de fe, un regreso del más allá con chaqueta a rayas, camisa de lunares y chaqué oscuro, pero sin sudario. La reaparición de un ángel negro sin pizca de santo, pero sí de ídolo venerado, dispuesto a darse un homenaje y quitarse una desagradable espina. El milagro de la resurrección obrada junto a su parroquia más fiel, la madrileña, desde que cantara aquel testamento en el que dejó claro ante el notario del cancionero: “Cuando la muerte venga a visitarme, no me lleven al sur donde nací, aquí he vivido, aquí quiero quedarme, pongamos que hablo de Madrid…”.
La muerte le ha rondado, sí, ya en más de una ocasión, pero no se lo ha llevado. Y aquí sigue, a sus 74 años, como un gañán iluminado dispuesto a desafiar la cultura de la cancelación. Un resquicio analógico superdotado para la metáfora, la voz rota que en sus todavía cumbres resquebrajadas braman por envejecer sin dignidad, como reclama en Sintiéndolo mucho, una de sus últimas canciones.
Venía del Royal Albert Hall y seguramente allí, en Londres, se le cruzó el metro de la memoria y los tiempos en que se sacaba unos peniques por las paradas de South Kensington o Picadilly pasando la gorra. Cuando era más joven fue la canción que abrió el concierto y dio la bienvenida a un público ante quien el andaluz prefirió, para empezar, sentarse. Resulta lo mínimo para un señor de su edad y con sus galones. Así, también, desde la silla, podía comprobar cómo, en cambio, los asistentes no tardaban en ponerse inmediatamente de pie. Nota aquí.
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