miércoles, mayo 10, 2023

Nelson Mandela

 La vida, la lucha, la cárcel y las penurias de Nelson Mandela, el hombre que estaba dispuesto a morir por el fin del apartheid

El 10 de mayo de 1994, “Madiba” -como todos lo llamaban- asumió como el primer presidente negro elegido en las primeras elecciones libres del país más austral del continente africano. Tenía 76 años y había pasado 27 en la cárcel, de la que salió con la idea de unificar y pacificar la nación. Su gobierno terminó con 342 años de dominio blanco y 43 de discriminación racial legalizada en Sudáfrica

“En el día de hoy, todos nosotros, mediante nuestra presencia aquí y mediante celebraciones en otras partes de nuestro país y del mundo, conferimos esplendor y esperanza a la libertad recién nacida. De la experiencia de una desmesurada catástrofe humana que ha durado demasiado tiempo debe nacer una sociedad de la que toda la Humanidad se sienta orgullosa”, dijo Nelson Mandela -“Madiba”, como lo llamaban- para que lo escucharan todos los sudafricanos y los representantes llegados a Pretoria desde decenas de países del planeta.

A ninguno de los presentes se le escapaba que ese 10 de mayo de 1994 se convertiría en una fecha bisagra de la historia, no solo de Sudáfrica sino mundial.

El hombre que pronunciaba el discurso acababa de asumir como el primer presidente negro de Sudáfrica y su proclamación ponía fin a 342 años de dominio blanco y a 46 del régimen de discriminación racial conocido como apartheid.

Había pasado 27 años preso del régimen de los blancos sudafricanos y hacía solo cuatro que estaba en libertad, obtenida gracias a la lucha de sus propios compatriotas, los continuos reclamos de decenas de líderes mundiales y el desgaste de un sistema de opresión que venía cayéndose a pedazos.

Había sido el preso político más famoso del mundo y ahora tenía la difícil misión de unificar y reconciliar a la sociedad sudafricana, cuyo cuerpo seguía herido por la represión brutal del poder blanco, las matanzas de poblaciones enteras de negros y la discriminación por el color de piel.

El odio era la moneda en curso en Sudáfrica. Odio del poder blanco a los negros por su resistencia a someterse, odio de la población negra a los blancos por su sistema de opresión y los ríos de sangre que había hecho correr.

Mandela era consciente de eso y sabía que ese odio todavía lo habitaba cuando salió de la cárcel.

“Mientras caminaba hacia la puerta que me conduciría a mi libertad, supe que, si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, todavía estaría en prisión”, contaría después.

Así lo había hecho y, cuatro años después de ese día, la Asamblea Nacional lo consagraba como el hombre encargado de conducir el parto de una nueva Sudáfrica, que debía nacer más justa, con igualdad de derechos, sin “apartheid”.

Por una de las tantas paradojas que habitan la geopolítica, el 10 de mayo de 1994, cuando Mandela asumió, los Estados Unidos todavía lo tenían incluido en su lista internacional de “terroristas” por su lucha contra la discriminación racial. Nota aquí.






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