martes, septiembre 12, 2023

Caetano Veloso

 Caetano Veloso, el octogenario más joven de todo Madrid

El enciclopédico padre del tropicalismo, fabuloso de voz a sus 81 años, entusiasma a los 2.000 testigos de su regreso a la capital.

Todos queremos parecernos a Caetano Veloso, aunque sea un poquito. Y nos quedaremos con las ganas, porque a duras penas alcanzaríamos la altura de su calcetín. Lo verbalizaba, camino del Campo de las Naciones madrileño, un músico español de cabellera azul intenso y que por edad bien podría ser nieto del brasileño: “Hoy he viajado desde el Mediterráneo solo para verle, por si se me pegara algo. Lo que fuera”. Puestos a escoger, sugirámosle esa capacidad envidiable para atrapar y encapsular el espíritu de la juventud eterna.

Caetano Emanuel Vianna Telles Veloso anda ya por las 81 primaveras ―lo anotó él mismo, para ahorrarle al auditorio las visitas a la Wikipedia― y nunca se tomará la molestia de recurrir al tinte para disimular las canas. El suyo es desde hace años un bello cabello níveo, pero la genética le permite aparentar al menos tres o cuatro lustros menos y su actitud de sabio epicúreo le situaba como el más exultante y rabiosamente jovial de cuantos nos encontrábamos este miércoles allí, en el Palacio Municipal Ifema, abarrotando esas 2.000 butacas que durante largos minutos de euforia se quedaron huérfanas de posaderas que las quisieran ocupar. Rejuvenecer es, hasta donde sabemos, imposible, pero solo la música permite a ratos acariciar semejante espejismo. Y cuando Veloso emprenda la última partida ―esperemos que aún dentro de mucho―, lo hará con una lozanía picassiana y una bondad más propia de Calcuta.

Tan generoso es el cantor que gusta de abrir su espectáculo con una lectura exhaustiva de créditos en la que se menciona hasta al operario del teleprompter. Todos cuentan, todo suma y a nadie se le hace de menos. Inmersa la parroquia en esa gozosa hermandad igualitaria, solo puede suceder que el sumo sacerdote obtenga una ovación estruendosa, reverencial y prolongada nada más asomar por escena, sin haber pellizcado aún ni el primer acorde. Ni siquiera habrá de esforzarse demasiado en la faceta guitarrera durante los 95 minutos de comparecencia: para ello el abuelo Caetano, el más joven del lugar, sabe rodearse de un quinteto de zangolotinos insultantemente precoces en su sabiduría. Y no es ni medio normal el caso concreto de Lucas Nunes, guitarrista y teclista ubicuo, director musical, lugarteniente de todo y, en sus ratos libres, líder de la banda Bala Desejo. Un Caetano para la segunda mitad del siglo.

Veloso, el jovenzano recalcitrante, ha decidido que no hay mejor manera de celebrar su condición de octogenario que cantando mejor que nunca. Es pasmoso. Acostumbrados a atribuirle secretos pactos demoníacos solo a Mick Jagger, Ana Blanco o Jordi Hurtado, resulta que el autor de Desde que o samba é samba es capaz de exhibir a estas alturas una voz prístina, lindísima, primorosa, sin un triste atisbo de grano. Con la danza ya no anda tan atinado, aunque esos tímidos pasos dislocados de baile espasmódico le convierten en una suerte de David Byrne bahiano. Y a la hora de gestionar su gigantesco legado discográfico ―cinco décadas y media de producción sin apenas tropiezos―, prefiere siempre la audacia a la evidencia: sabe que Sampa desatará aullidos de satisfacción desde la platea durante sus breves lapsos instrumentales, pero antes suministra Meu coco y Anjos tronchos, dos preciosidades de su último disco (Meu coco, 2021), una de esas pequeñas obras maestras de madurez que el mundo, enfrascado en pavorosas disertaciones sobre el autotune y las music sessions, no se tomó la molestia de escuchar. Nota aquí.




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