“EL REFUGIO DEL ACANTILADO”
No respiraba.
Su silencio apagó mi voz.
Me bebí el mundo.
Vagué ciego por cuestas empinadas.
Sentí el aroma del olvido en la boca del rencor.
Caí por un desfiladero con lenguas afiladas,
hiriendo a la belleza de mi eterna inocencia.
Resoplaban de dolor las teclas del piano de mi alma.
Temblaba.
Rodé como un canto por el suelo de la crueldad,
envuelto en rumores y mofas altaneras.
Abandonado a mi suerte.
Me mataron tantas veces que a mi propio entierro fui.
Pero la vida me quería tanto que regresé.
Vi la luz al final del túnel y escapé.
Escuché a mi soledad y la amé.
Acurrucado, quemé al orgullo.
Vencí a los miedos.
Desaté la soga del temor.
Aprendí a volar perfumando el aire de albricias.
Besando el cielo.
Acunándolo con mis alas rítmicas.
Entre rayos de Luna se tejieron las heridas de mi corazón
y volví a adorar al Sol y a la poesía.
Sin rastro de odio.
Noble como la deliciosa mirada de la infancia.
Torné al patio de los latidos sembrados con frases que alucinan.
Auténticas. Divinas. Genuinas.
Ahora descanso sobre una almohada de anémonas.
Entre una barca con luces,
un mar en calma que rebosa paz y un faro que me abriga.
De vez en cuando te abrazo en mi melancolía. Sin malicia.
Destilando sonrisas.
Mi aura es una enorme ballena que aprendió a bailar
entre las tormentas y los tsunamis hasta llegar a esta bendita orilla.
Aquí las pirañas humanas no tienen cabida.
Se alejan despavoridas al verme,
incapaces de cruzar el océano que me acaricia.
Si vuelves a ser sirena o brisa, podríamos hacernos compañía.
Pero antes limpia bien tus escamas. Recuérdalo.
Cántale una nana a la vida y sé feliz si me olvidas.
Para llegar al refugio de este acantilado donde anida el amor solo hay billete de ida.
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