martes, octubre 17, 2023

La Media Luna

 La Media Luna, el almacén de 1914 atendido por “la última bolichera” que desborda cada fin de semana

Fadila Ismael está detrás del mostrador de este almacén de ramos generales bonaerense, que abrió su abuelo libanés a principios del siglo XX.

“Me he convertido en una leyenda, soy la última bolichera”, dice con orgullo Fadila Ismael, más conocida y venerada como “Mimí”. Está detrás del mostrador del almacén de ramos generales La Media Luna, abierto por su abuelo en 1914, un libanés que llegó al país buscando la América y la encontró en Las Marianas, un pequeño pueblo de Navarro, provincia de Buenos Aires. Todos los días abre el almacén y fieles clientes participan de la ceremonia más esperada. “Es verdad, preparo los mejores aperitivos de la provincia”, aclara Fadila.

¿Cuál es secreto? “Saber despachar el aperitivo y ser amable”, dice. “Tenés que escuchar y acompañar”, agrega. Tiene derecho de admisión: “Los maleducados no entran”, sentencia. No quiere decir su edad, pero tiene todas las noches de Las Marianas, tuvo siete hermanos y solo le queda su hermana de más de 90 años. Es conocida por su carácter. “Soy igual que los hombres, y si tengo que sacar a uno lo hago”, afirma. El almacén está en una esquina de Las Marianas, a 140 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Bucólico y arbolado, sus calles son los de un típico pueblo de la campiña.

“Más de un millón, mucho más”, refiere Mimí a la cantidad de aperitivos que ha servido en su vida. A pesar de que el almacén tiene una variedad infinita de artículos, de los que se nutre todo el pueblo, la especialidad de ella y la razón por la que la esquina es la más concurrida, son los aperitivos. Fadila no anda con vueltas. “Sirvo lo que yo quiero y cómo quiero”, dice.

“Gancia, Cinzano, Fernet, cerveza, caña Mariposa, whisky y ginebra”, enumera las botellas que tiene más a mano, aunque es famosa por una en particular. “Despacho el mejor Gancia”, afirma. Es visitada por eso.

“No quiero complicarme”, argumenta a la hora de mencionar su menú. Es simple: mortadela, queso y salame. “A veces también aceitunas”, agrega. Desde las 9 de la mañana está abierto. Sus estanterías no tienen espacio para una lata, botella o frasco más. Lo tiene impecable. La madera del mostrador tiene la suavidad que solo alcanza este elemento con más de un siglo de contacto con manos, sueños y miradas. “Tengo en oferta la lata de duraznos porque a una vecina le gusta, así que la dejo barata”, cuenta “Mimí”. Códigos de boliches de pueblo. Polémica y desafiante, tiene una propia opinión sobre la realidad del país. Nota aquí.




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