jueves, diciembre 07, 2023

Enrique Bunbury

 Enrique Bunbury, la canción en los huesos

Las referencias a Héroes del Silencio fueron algunos de los picos de un show de todos modos basado en la carrera solista del cantante, que tiene con qué defenderse. 

Enrique Bunbury regresó a los escenarios porteños en la noche del martes último con una energía tan sólo comparable con la de estos días de borrasca. Es lo más cercano que se vio este año a una fiera enjaulada que ha recuperado su libertad. Pero sin perder los modales. El único desliz que protagonizó el español, en su escasa y dosificada perorata, fue cuando pidió disculpas por los errores que podía cometer en su performance a causa de la emoción. Justamente el sentimiento fue el motor de su show, y el público no dudó en subirse a esa calesita desbordada de energía. Si la vuelta de The Cure a fines de noviembre sirvió de broncodilatador para el clima de temor casi nihilista que experimenta esta Argentina entregada a las fauces de la incertidumbre política, lo que se vivió en las dos horas de show del ídolo maño fue una sesión de catarsis.

Las poco más de 14 mil personas que acudieron al Movistar Arena se entregaron en cuerpo y alma no al cantautor, sino a sus canciones. Al punto de que temblaban cada vez que sus voces buscaban proyectarse al extender los brazos al cielo. Qué curioso. Hace un año y medio, el ex líder de Héroes del Silencio daba por vencida su quijotesca batalla contra la nada misma. Se quedó sin voz, y estaba por quedarse sin oxígeno. Según la biodescodificación, los problemas respiratorios están relacionados con las ganas de vivir y de ser feliz. Si bien al final se supo que el origen de su mal estaba en el químico de la máquina de humo que se suele usar en los espectáculos, no hay dudas de que el malpasar impactó en él. De lo que puede dar constancia su nuevo álbum, Greta Garbo, que lo trajo a una ciudad en la que conoció de primera mano la pasión que esconde el amor.

Por eso no fue fortuito que eligiera a Buenos Aires para el inicio de esta gira. Sin embargo, a diferencia de la actriz sueca que inspiró el título de su duodécimo disco de estudio, quien decidió retirarse de las cámaras en el clímax de su carrera para convertirse en la reclusa más famosa de Hollywood, Quique (como lo vitoreaba su público en cada “olé, olé”) decidió que a sus 56 años aún tenía mucho para dar. Demasiado. Por eso la fuerza que emanaba desde el escenario no era la de un músico de rock convencional. Era todavía más potente. Su voz encarnaba la potencia barítona de Raphael, pero su sensualidad era tan rockera como la de Sandro. Y ni hablar de la teatralización, tomada prestada del mejor de todos. Del puto amo del rock and roll, Elvis Presley. Bunbury, en estos seis años de ausencia, se convirtió en ese hermoso mito de Prometeo.

“Ustedes saben los tiempos que vivimos. Hoy más que nunca apuesten por el rock and roll”, propuso el músico en la introducción de “Apuesta por el rock and roll”, cover que supera al original, firmado por el también zaragozano Más Birra. Lo dijo en la segunda mitad de su actuación. Si en esa instancia de la ceremonia la feligresía se había entregado plenamente a la parábola, este vicario de la canción rock tuvo que construir esa intimidad. No se trató de una edificación lenta, aunque sí compleja. Pese a que su nombre remite a discos del calibre de Flamingos (2002), El viaje a ninguna parte (2004) o Las consecuencias, amén del cuarteto, Bunbury arrancó por su presente. Tras salir a escena ataviado como un rockero sureño, al estilo de Lynyrd Skynyrd o Johnny Winter, desenvainó su repertorio con “Nuestros mundos no obedecen a tus mapas”, canción que abre Greta Garbo. Nota aquí.



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