lunes, junio 24, 2024

Juan Carlos Pallarols

 “Cada obra lleva mi alma”

El orfebre de los bastones presidenciales argentinos y de trabajos dedicados a Lady Di y el rey Felipe VI, repasa su carrera y las claves de su oficio. “La educación conduce a la perfección”, afirma

Desde muy pequeño, Juan Carlos Pallarols vivió rodeado por el arte de la orfebrería. “Nací en una casa donde la vivienda y el taller estaban separados por una puerta”, recuerda este artista conocido mundialmente que a los siete años ya creaba sus primeros juguetes y a los once se hizo cargo del taller familiar.

Hoy, sus manos no solo dan forma a delicadas joyas en plata, oro, piedras preciosas y bronce, sino también a los emblemáticos bastones presidenciales de Argentina, en un proceso en el que involucra a miles de ciudadanos.

“Cada obra lleva mi alma”, afirma con la serenidad de quien ha dedicado toda una vida a su pasión. Pallarols (Buenos Aires, 1942) nació en el seno de una familia de orfebres que se remonta al siglo XVIII, y creció viendo trabajar a su padre y a su abuelo Josep, quien lo llevaba a pasear y le enseñó a dibujar.

“Así, sin querer, fui aprendiendo el oficio”, cuenta. “Entendí que en los primeros cinco años de la vida se aprende lo más importante, el conocimiento que uno va completando después”, reflexiona.

Entre las personalidades que han recibido sus piezas figuran el papa Juan Pablo II, la princesa Diana de Inglaterra, la Reina Máxima de los Países Bajos y los príncipes herederos de la Corona española, hoy reyes Felipe VI y Letizia. A lo largo de su carrera, Pallarols ha elaborado una técnica basada en la mejora continua. “La educación es la repetición de temas y objetos; eso es lo que conduce a la perfección”, afirma. “Hoy estoy un poquito más cerca de la verdad que hace setenta años”, asegura.

Descendiente de catalanes, vascos y gallegos, Pallarols -nombrado ciudadano ilustre en 1996- aprecia profundamente sus raíces. Su infancia transcurrió en los años posteriores a la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. “La gente estaba ávida de paz, lo que quería era comer todos los días, no pelear más”, recuerda. Nota aquí.





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