domingo, septiembre 22, 2024

Eric Clapton

 Eric Clapton en Vélez, no apto para escépticos ni ateos

Cerca de los 80, el músico inglés conserva la picardía de escena y dispone de un repertorio tan amplio como para complicar el setlist. Pero supo conformar a todos.

Enfrente de la puerta número 12 de la cancha de Vélez Sarsfield, sobre el suelo alguien dibujó en tizas bordó, azul, blanca y negra a Eric Clapton. Si bien el artista callejero no dejó su firma, sí escribió al lado de su obra: “¡Clapton es Dios!”. La sentencia es conocida desde mediados de los 60, cuando apareció inscripta por primera vez en la estación Islington del metro de Londres. En esa época, el entonces joven guitarrista era integrante de los Bluesbreakers liderados por John Mayall. Pero su forma de tocar el instrumento era tan taumaturga que alcanzó altos niveles de veneración. Se tomó tan en serio lo de ser una deidad suprema que meses más tarde quiso demostrarlo. Montó Cream, uno de los primeros supergrupos del rock y, al mejor estilo de Prometeo, desafió a los dioses robándoles el fuego.

Pese a que los refranes están para advertir, el músico inglés hizo caso omiso de que el que juega con fuego se quema. La historia que vino luego es sabida: la bardeó mal. Se hizo adicto a la heroína y a la cocaína, y, de paso, le robó la esposa a su mejor amigo: el bueno de George Harrison. Al igual que el hijo de Jápeto, fue castigado. Sin embargo, hace exactamente 50 años el violero dio muestras de que era digno del perdón. Tras recuperarse de su drogadicción (mas no de su alcoholismo), se dio cuenta de que había malgastado años de su vida. No hacía más que ver televisión, lo que lo dejó en peor estado físico. Volvió a buscar la inspiración en la música: escuchaba blues, pero también comenzó a descubrir otros géneros. Esto decantó en uno de los mejores discos de su carrera: 461 Ocean Boulevard.

Aparte de seguir buceando en las posibilidades que ofrecen el blues y el rock, lo llamativo de este segundo disco solista es que su autor se calzó el funk, como lo ilustra el tema “I Can’t Hold Out”. Mientras que en “Let It Grow” se acerca a la canción sublime de Pink Floyd y hasta prueba con el reggae a través de su revisión de “I Shot the Sheriff”, de Bob Marley. En su cuarta visita a Buenos Aires, en la noche del viernes y ante 30 mil personas, el guitarrista, cantante y compositor ni se preocupó por tocar algo de este material. Al ser dueño de un cancionero tan vasto, en el que además abundan las apropiaciones de composiciones de héroes y pares, hay que ponerse en la piel de Clapton para definir una lista de temas. Tarea compleja, sobre todo al momento de complacer a su audiencia.

Si algo conserva todavía esta leyenda de sus años de reviente es la picardía. Y como más sabe el diablo por viejo que por diablo, Clapton la clavó al ángulo desde el inicio del recital. Aunque nadie duda de su estatura musical, este casi octogenario (se convertirá en uno en 2025) se anotó uno de los mejores shows internacionales que pasó la ciudad este año. No sólo eso: demostró que tiene muy punzante su capacidad de sorpresa. De hecho, en contraste con el repertorio que desenvainó en su reciente gira europea, el músico levantó el telón de su reencuentro con la Argentina con “Sunshine of Your Love”, canción de Cream devenida en obra maestra de la música. A la altura de lo que hicieron Beethoven, Mozart y cualquiera de esos eruditos. Pero ellos no contaban con la potencia vocal de Sharon White y Katie Kissoon. Nota aquí.



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