lunes, septiembre 30, 2024

Luis García Montero

 Matar al padre

Camino hasta el Cementerio de Santa María Magdalena en San Juan de Puerto Rico. Aunque murió en Boston, el 4 de diciembre de 1951, el poeta Pedro Salinas pidió que lo enterrasen aquí. La Universidad de Puerto Rico se había convertido en un lugar hospitalario para el exilio español gracias al rector Jaime Benítez. Allí dieron clases Juan Ramón Jiménez, Salinas y Francisco Ayala. El recinto de Río Piedras guarda muchos lugares en los que vive la cultura española. Por eso quiso Pedro Salinas descansar allí, en un hermoso cementerio junto al mar. Sus palabras unen dos orillas en una misma lengua, Puerto Rico y España, el poeta y sus lectores.

Me ha acompañado durante el viaje la novela Las frases robadas (Plaza-Janés, 2024) de José Luis Sastre. Una mujer cuida a su padre en los últimos meses de vida, y el padre pide que lo ayude a morir cuando el deterioro haga insostenible el deseo de vida. El argumento de la novela nos ayuda a comprender hasta qué punto cuidar es reconocerse, desnudarse, descubrir los lugares desconocidos del otro y comprender muchas cosas de uno mismo. La vida pasa con sus dinámicas y sus prisas. Del mismo modo que el extranjero descubre detalles de una ciudad que pasan inadvertidos para los caminantes de la rutina, las situaciones extremas, sobre todo cuando suponen una despedida, facilitan el encuentro. Detalles de un padre que desconoce a su hija, fragmentos de una hija que no se ha llegado a confesar nunca. Ningún amor niega la necesidad de construirse a uno mismo, ningún nosotros puede cancelar un yo con sus secretos.

Así que la necesidad de matar al padre tiene que ver con la petición de facilitar una muerte digna, pero también con la experiencia de crecer por cuenta propia a la hora de asumir el futuro. Hablamos de matar al padre en sentido simbólico. Afirmarnos en nuestra libertad, en nuestros caminos, con una obligada independencia. Podríamos también hablar simbólicamente de la necesidad de matar a la hija para no renunciar a la propia vida. Los descendientes pesan a veces más que los progenitores en las balanzas de la subsistencia diaria. Nota aquí.



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