lunes, diciembre 23, 2024

Bar Roma del Abasto

Cafetines de Buenos Aires: el Roma del Abasto, cerca de donde cantaba Gardel y sus mesas eran atendidas por Jesús.

La celebración de la próxima Navidad me trae el recuerdo de una historia sucedida en un viejo cafetín de Buenos Aires atendido por Jesús. La anécdota, que se remonta al año 2013, surgió a partir de la lectura de una nota publicada en el diario La Nación donde el escritor uruguayo Eduardo Galeano afirmaba que todos los días tomaba un café con Dios.

La ocurrencia —que no faltaba a la verdad— venía a cuento porque Dios era el apellido de la camarera andaluza que trabajaba en el Café Brasilero de Montevideo, destino donde este poeta y parroquiano se apoltronaba a diario. Tuve la fortuna de leer el artículo en una de mis clásicas visitas a cafés en las segundas mañanas. Al terminar la lectura, miré a mi alrededor y vi a Jesús detrás del mostrador. La analogía con la afirmación de Galeano saltaba a la vista. Fue entonces que, retrucando el lance de un cafetero oriental, me animé a decir que si en Montevideo se tomaba café con Dios en Buenos Aires se lo podía hacer con Jesús.

Poco después asistí a uno de sus tantos milagros. El fenómeno ocurrió durante una jornada del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI). Las pantallas de los cines del Abasto Shopping servían de sede al Festival y el Bar Roma, en la esquina de Tomás de Anchorena y San Luis, era el café de Jesús. En sus mesas pasaba mis ratos libres entre los huecos de la programación. Salía del Centro Comercial por Anchorena y atravesaba el colorido y pertrechado recorrido de tres cuadras que me separaban del café y se parecían a los pasillos interiores de depósitos donde se acumulan las escenografías usadas de viejos films.

En otras palabras, el Abasto Shopping era mi Cinecittá. El Roma, su bar de película donde lograba tomar distancia de las ficciones en las que me había sumergido horas antes. La paz de sus mesas invitaba a la reflexión y a la crítica. A la tarde noche del aludido prodigio, me encontraba con Gabyn, mi Penélope Cruz del hogar, y un amigo cinéfilo, por entonces ciudadano de Tolhuin, Tierra del Fuego, donde había creado un Ciclo de Cine sin películas. El fueguino tenía por costumbre hacer coincidir sus vacaciones laborales con las fechas del BAFICI. Entonces, volaba a Buenos Aires y nos pasábamos largas jornadas viendo cine.

Pero no es este un relato sobre la vida de los apóstoles. Hoy el protagonista es Jesús. La noche que traigo al recuerdo no tenía nada de buena. Era espantosa. Diluviaba en Buenos Aires. La tormenta perfecta gestada en el tiempo que dura un film y donde la temperatura desciende tantos grados que pone en crisis el vestuario escogido al momento de salir hacia el cine. Nota aquí.







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