"Jamás me creí una estrella"
Sobreviviente de una estirpe tanguera en extinción, el vocalista animó este año las veladas de Michelangelo: el presente de una carrera que lo enlazó con grandes nombres del tango argentino.
Néstor Fabián es el sobreviviente de una estirpe tanguera en extinción. Saltó a la fama como cantor de Mariano Mores. Su talento y carisma lo convirtieron en una estrella del espectáculo argentino. Vendió millares de álbumes y compartió escenarios con leyendas como Aníbal Troilo. A sus 86 años y en plena actividad, el vocalista recuerda los momentos más destacados de su carrera, una vida con más de un rasgo cinematográfico.
José Cotelo nació en la Ciudad de Buenos Aires, en el barrio de San Telmo, el 30 de noviembre de 1938. En aquellos tiempos, la metrópoli desbordaba de tangos. El entonces niño era vecino de un trío guitarrero que acompañaba a cantores como Armando Laborde. Las horas de convivencia con el conjunto fueron su escuela musical. El terceto ofrendaba serenatas a las muchachas del vecindario. En esas actuaciones, la futura estrella dio los primeros pasos. “Entonaba ‘Mi vieja viola’ y ‘La vieja serenata’, las únicas dos piezas que conocía”, admite.
El mundo del novel cantor se desmoronó cuando, con apenas diez años, quedó huérfano. La partida de sus progenitores - primero la madre, luego el padre – lo obligó a compartir techo con su hermanastro. “Me gustaba el ambiente tanguero y, aunque era menor de edad, deambulaba por las milongas”, recuerda. Ese estilo de vida tensó la relación con su conviviente. Tras un episodio violento, se vio forzado a abandonar el hogar. Entonces comenzó a dormir en bancos de plazas y vagones de trenes. Sobrevivía por la caridad de los transeúntes.
Sus andanzas callejeras lo llevaron hasta un teatro del barrio de Constitución. Allí animaba el entreacto de Virgencita de madera, obra de Ricardo Hicken. Con el correr de los días, trabó amistad con un actor de la puesta quien le presentó a su tía. La persona que, literalmente, le salvaría la vida. Rosa Pestilie era solidaria y amorosa. Acostumbraba a donar dinero a escuelas y hospitales. En su casa, además, albergaba a chicos carenciados. José fue uno de ellos. “Me rescató de la calle para darme un hogar. Fue mi segunda madre”, define. La mujer se especializaba en la lectura de las cartas del Tarot. Uno de sus clientes era Aníbal Troilo.
Por su intermedio, el vocalista –ya con 16 años– rindió una prueba para incorporarse al combo del bandoneonista. “Canté ‘Una canción’ porque era uno de sus tangos favoritos. Cuando terminé el Maestro elogió mi color de voz”, recuerda. Tras la audición, “Pichuco” lo envió a un otorrinolaringólogo para evaluar si su garganta podía afrontar los compromisos de un cantor profesional. El diagnóstico negativo frustró su entrada a la mítica orquesta. Nota aquí.
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