lunes, enero 06, 2025

Mario Vargas LLosa

 Mario Vargas Llosa regresa al mítico prostíbulo de la novela ‘La ciudad y los perros’

El Premio Nobel continúa con sus paseos discretos por los lugares que inspiraron su obra, esta vez en la zona rosa de la Lima de mediados del siglo XX.

Entre 1926 y 1956, siete cuadras en el distrito de La Victoria fueron el símbolo de la bohemia y el libertinaje de la Lima antigua. Adultos y jovenzuelos de distinta clase social, en traje, saco y corbata, se paseaban desde la avenida Grau hasta el jirón Barranca, contemplando a decenas de mujeres extranjeras, quienes desde sus ventanas les saludaban para luego darles su tarifa y así concretar un encuentro sexual. El jirón Huatica fue la primera zona rosa de la capital y, por tanto, se convirtió en el lugar de iniciación sexual de muchos jóvenes. Por esos años se hizo célebre una máxima para hallar el lugar: “Huatica, allá donde apunta el inca”, en referencia a un monumento cercano del inca Manco Cápac.

El jirón Huatica era un lugar famoso, pero fue la literatura la que lo hizo inmortal. En 1963, cuando el prostíbulo ya había sido clausurado por una disposición municipal, Mario Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros, una novela que incendió a la sociedad de aquellos días al describir los abusos que se cometían en el colegio militar Leoncio Prado para “forjar el carácter”. En esa novela, además, contó cómo los cadetes aguardaban con expectativa los fines de semana para darse una vuelta por Huatica. Alberto Fernández, El Poeta, alter ego de Mario Vargas Llosa, estaba encandilado con una prostituta conocida como la Pies dorados.

En los albores del 2025, a casi setenta años de su cierre, Mario Vargas Llosa regresó a esas mismas calles legendarias, premunido de su bastón y de la compañía de su hijo Álvaro. “Paseo (y sonrisa pícara) por el legendario barrio rojo de Lima, el antiguo Jr. Huatica en La Victoria, donde iban los rijosos cadetes de La ciudad y los perros. Hoy jirón Renovación y, tantas lunas después, ni rastro de aquellas batallas”, escribió su primogénito en sus redes sociales.

El post tiene tres fotos: la primera, en blanco y negro, capturó una típica escena de la época: parroquianos afuera de los cuartos de las meretrices, yendo de un lado a otro o esperando su turno; la segunda: el hijo abrazando al padre de aspecto señorial tras la visita; y la tercera, una toma actual, donde puede verse una calle humilde, distante de cualquier rastro de lo que fue, cubierta por una telaraña de conexiones eléctricas.

En La ciudad y los perros, su primera novela y la que acabó por llevarlo a la fama, el Premio Nobel explica cómo cada una de las siete cuadras eran un universo aparte y estaba regulada por una estricta jerarquía. “La más cara —la de las francesas— era la cuarta; luego, hacia la tercera y la quinta, las tarifas declinaban hasta las putas viejas y miserables de la primera, ruinas humanas que se acostaban por dos o tres soles (las de la cuarta cobraban veinte)”, cuenta.

En otro apartado, donde narra el debut sexual del protagonista de la novela, retrata cómo eran los espacios donde se consumaba la lujuria. “El cuarto era chiquito y había una cama, un lavador con agua, una bacinica y un foco envuelto en celofán rojo que daba una luz medio sangrienta. La mujer no se desnudó (…). Sintiéndonos unos hombres completos, fuimos luego con Víctor a tomar una cerveza”. Nota aquí.



Ramón Serrano

 LA PALABRA POEMA

No la encuentro
no se halla
busco una palabra
una sola
una palabra poema
que ilumine toda la estancia
una vez dije Amor
y el Amor son dos palabras
siempre será tú y yo
el amor a uno mismo
egolatría se llama
en la noche sempiterna
baja un caudal de palabras
graves sonidos que duelen
las articulaciones del alma
hay palabras solitarias
que son múltiples de tristeza
siempre van acompañadas
de cuervos y oscuras águilas
hay un poema emoción
cómo bandada de pájaros
que en el vuelo escriben
fórmulas matemáticas
las hay que brillan solas
orladas de soberbios esplendores
que deslumbran el mar de esmeraldas
yo quiero un poema soltero
no importa de cuántas sílabas
que sea una única Voz
de belleza acumulada
en el desierto infinito
de emociones del hipotálamo
tendré que inventar el unipoema
dos sílabas en llamas
que ardan los manantiales
de Poesía a ultranza
dejadme que entre en la noche
que me acoja la luz estrellada
quizás el manantial de belleza
sea el poema AGUA.



Perla Rotzait

 Murió Perla Rotzait, la poeta mística que se mantuvo en los márgenes de las vidrieras literarias

Nunca perteneció a ningún círculo, grupo o movimiento; era una solitaria, una outsider reticente a exhibirse en la hoguera de las vanidades poéticas donde se incendian tantos egos. Escribió y publicó más de una docena de libros. Fue amiga de Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar.

La poeta mística que murió “plácidamente” a los 104 años, el pasado 29 de diciembre, tenía una filosofía de vida que no se la recomendaba a nadie. Perla Rotzait, que fue amiga de Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar, estaba convencida de que no tenía que salir a buscar nada; que si los poemas que escribía y publicaba tenían algún valor, alguien lo sabría y descubriría sus libros. Nunca perteneció a ningún círculo, grupo o movimiento literario; era una solitaria, una outsider reticente a exhibirse en la hoguera de las vanidades poéticas donde se incendian tantos egos insoportables. Pero esta actitud de mantenerse silenciosa, en los márgenes de las vidrieras literarias, no era una pose “aristocrática”, sino que expresaba un arraigado pudor por mostrarse. Escribió y publicó más de una docena de libros con una poesía “casi mistagógica”, como la definió Raúl H. Castagnino, porque necesitaba que sus lectoras y lectores se dieran cuenta de que ella existía. 

Perla admitía que convivía muy bien con el misterio, que no era de esa estirpe de personas que busca racionalizar todo. Había nacido un 8 de octubre de 1920 y se recibió de abogada en 1954. A los abogados no les decía que era poeta --creía que la mayoría no hubiera entendido nada de lo que escribía--, y a los poetas no les decía que ejercía la abogacía. Siempre recordaba una de sus primeras audiencias en Tribunales. Tenía plena conciencia de que iba a poder ganarle al contrincante porque leía literatura. Sabía que el poder de la palabra y del ingenio, que venían de la literatura, no estaban en el Código Civil. La joven abogada era bastante tímida y no le mostraba a nadie sus poemas. En el hogar que compartió junto a su esposo, el arquitecto polaco Enrique Rotzait (1915-2006), organizó tertulias literarias en las que participaron María Teresa de León, Aurora Bernárdez, Julio Cortázar, Olga Orozco, Rafael Alberti, Alberto Girri, María Granata, Ernesto Schoo, Italo Calvino, Miguel Ángel Asturias, Alejandra Pizarnik y Arnaldo Orfila Reynal, entre otros.

Cuando visitaba la casa de Rafael Alberti, se ponía en un rincón para escuchar a los demás y observar lo que hacían. En una ocasión alguien empezó a hablar mal de Albert Camus. La indignación que le agarró acentuó tanto su belleza distinguida como su oratoria. Empezó a defender a Camus; no la paraba nadie. Alberti tomó registro de ese entusiasmo y en otra visita le preguntó si escribía. Ella le confirmó que sí y le llevó su primer poemario, Cuando las sombras, que salió en 1962 porque el poeta español le pidió a Losada que lo publicara. Después fueron llegando El temerario (1965), La postergación (1966), Premio Nacional de las Artes; El otro río (1970), finalista del concurso Sudamericana; La seducción (1975), Quieras que no (1975), Es un largo camino (1991), que incluye un poema a Goya que ganó por unanimidad el primer premio otorgado por la Oficina Cultural de España; Puertas que se abren (1996), Tu cabello de ceniza Sulamita (1996), Dos poemas inexorables, largos y con argumento (2001), Todo se ha dicho (2002), Alguien leía mis poemas (2002), El cuerpo (2006) y Ella ríe sin embargo (2009), su obra reunida que incluyó los poemarios inéditos Y tendrá tus ojos y Siete veces cero/Siete veces noche. Nota aquí.




domingo, enero 05, 2025

Gran Café Gardel

 Cafetines de Buenos Aires: la noche inolvidable de 1978 en la que adolescentes del conurbano terminaron en las mesas del Gardel

En la esquina de Entre Ríos e Independencia, donde funcionó el Mercado de San Cristóbal, está el bar que lleva el nombre del símbolo indiscutido del tango. El lugar es el punto de contacto de cuatro barrios porteños.

Llevo dos décadas viviendo en la ciudad. Un tercio de mi existencia. Los otros dos se repartieron en diferentes domicilios entre Banfield y Adrogué. Sin embargo, me siento de Buenos Aires desde siempre. Los años en el Conurbano Sur son tan lejanos como ajenos. Como si le hubiesen ocurrido a otra persona. Durante otra vida.

Mis innumerables ingresos a la Capital comienzan su conteo desde muy niño. Novelescos viajes en el tren Roca con mi madre. Luego las salidas fueron con compañeros de colegio a los cines de Lavalle. Y, aún de mocoso, programas nocturnos a recitales de rock al cuidado de mis hermanos mayores.

Hubo una vez que la registro como la fundacional. Me refiero a que la experiencia la compartí siendo adulto —o casi— entre pares etarios. Ocurrió luego de la Cena de Egresados de bachilleres. La comida de gala sucedió en Banfield, en la propia sede del colegio. Cumplidos con la cena, baile y despedidas de rigor, nos organizamos con mis compañeros para seguirla en otro lado. Esa noche debía finalizar después del amanecer. Yo tenía diecisiete años. Terminé la secundaria con esa edad. Pero por esas cosas de los distintos semestres algunos ya eran mayores de edad y tenían otorgado su registro para conducir. El destino elegido fue la Capital. Ningún boliche de Banfield nos garantizaba una estancia ilimitada.

Es notable como después de compartir doce años juntos, desde primer grado hasta quinto año, con todo lo que ese tiempo representa para cualquiera, sea esta salida la que se me haya grabado a fuego. ¿Acaso fueron los hechos ocurridos en la Caravana al Centro? No. Justamente, recuerdo muy poco de la farra. Quiero decir, no sé a qué auto me subí. Mucho menos quién era el conductor. Ni qué pasó durante esas largas horas, cómo volvimos o cuándo. El único dato que quedó en mi memoria fue el lugar dónde terminamos. Esa interminable jornada de 1978 la cerramos en el Gran Café Gardel, en la esquina en la que se cruzan las avenidas Entre Ríos e Independencia. Nota aquí.







Rodolfo Serrano

La vida solo
Al final, la vida es solo esto. Una palabra,
el calor de unos cuerpos en la noche,
el amor que fue eterno y del que apenas
nos queda algún rescoldo en la memoria.
Y tú y yo, tan perdidos, tan sin nada,
sombra pequeña, sombra en los rincones.
Tú y yo, viejos amantes, corazones
de papel, descolorido en el recuerdo.
Pasan las horas lentas. En la calle
suena, sordo, el camión de la basura.
Este insomnio de anciano y soledades
mientras la vida escapa muy despacio.
Ven, mujer, y hagamos del futuro
un espacio tranquilo, esa esperanza
que acarician solo los recuerdos
de antiguas primaveras a tu lado.
( La vida es ya nostalgia. )

La foto es de Raul Cancio.



Antonio Resines

 “He hecho dos o tres grandes papeles, muchos medianitos y alguna cagada”

El actor, 70 años de vida y 45 de profesión, estrena ‘Mikaela’, de Daniel Calparsoro, donde interpreta a un resabiado policía a punto de jubilarse enfrentado de chiripa a la misión de su vida.

Sucede con Resines lo que con esas celebridades a las que has visto madurar, y envejecer, contigo al otro lado de la escena: te parece conocerlo de toda la vida, aunque solo lo hayas visto tres veces en tres sitios. En un gesto insólito en tiempos de maratones de entrevistas contrarreloj en hoteles, el actor cita en su casa. Un pisazo en un señorial edificio con vistas al Retiro, colonizado por toda la quincallería imaginable de Tintin y Milú, de los que es fan fatal, y presidido por una tele tamaño estadio, regalo de boda de su enlace, en 2021, con Ana Pérez-Lorente, su compañera de los últimos 30 años. El busto del Goya por su papel en La buena estrella y el diploma acreditativo de su condición de cónsul honorario de Sildavia, el reino imaginario de su adorado personaje de cómic, compiten por el mejor lugar de su egoteca particular en el salón de su guarida. Aunque, el día que nos vimos, tenía prisa para coger el tren que le llevaría a pasar las Navidades en su casa de Comillas, Cantabria, no ahorró ni tiempo ni palabras. Empezamos hablando de la reciente muerte de Marisa Paredes, con la que coincidió en el rodaje de Ópera prima, y con la que compartió, en diferentes épocas, su condición de presidentes de la Academia de Cine. Pero su torrencial conversación nos llevó por insospechados vericuetos. Esto es solo un apretado resumen.

He visto en Wikipedia que se llama usted Antonio Cayetano Francisco de Sales Fernández Resines. Qué calladito se lo tenía.

No sé quién ha sido el nota que lo ha puesto, porque en mi DNI solo pone Antonio. Pero, sí, así me llamo. Antonio por Antonio, Cayetano por el santo del día que nací y Francisco de Sales porque, entonces, las familias muy católicas, y la mía lo era, nos ponían bajo la advocación de un santo. Lo llevo fenomenal, oye. En eso, aplico lo que me contó una vez Alfonso Ussía que le decía a sus hijos: “Hijos míos: naturalidad ante el marisco”, que puede parecer muy pijo, pero que es una actitud que vale para todo. Pase lo que pase, bueno o malo, se hace como que todo es normal y uno controla.

También he leído que define lo suyo como “hacer el tonto”. ¿Lleva 45 años haciéndolo?

Bueno, cuando empecé a rodar, con Ópera prima, hace 45 años justo ahora, yo, realmente, hacía el tonto, en el buen sentido. A mí no se me ocurría decir que yo era actor: yo salía, decía la frase que me había escrito otro y a la gente le hacía gracia. Eso, que no es muy complicado, cuando sigues, se empieza a complicar. Pero, vamos, que tampoco es tan difícil hacer lo que yo hago. Nota aquí.



Félix Maraña

 País de campechanías

Mató más de un elefante
en mil juergas ejemplares,
comisiones centenares,
sangre azul y blanco guante.
Mientras el súbdito aguante,
y no levante su voz,
ni grite ni exhiba hoz,
reducta ciudadanía,
corrupta campechanía,
democracia en el alfoz.
Hay borbones para rato,
farras, ligues, putiferio,
cacerías, adulterio,
fiestas de hurí y emirato.
Reverencias en el trato,
vista gorda en fiscalía,
genuflexa villanía.
De condición inviolable,
tipo poco aconsejable,
ni de noche ni de día.
Dicen que anda por Oriente,
a donde huyó fugitivo,
todos saben el motivo,
pero calla mucha gente.
Aunque a veces, de repente,
aparece de Borbón,
en Sansenxo, a comisión,
come pescado y marisco,
aplauden, se monta un cisco.
"No pienso pedir perdón".
Quiso que el nieto Froilán,
nombre del patrón de Lugo,
disfrutara de su lujo
en aquel país de Arán,
y los dos vienen y van,
mientras aprende el oficio
de heredero vitalicio,
una nueva profesión,
apellidarse Borbón
y amontonar beneficio.
La cena se le indigeste
por este canto de gesta,
a quien acuda a esa fiesta,
y a quien se ofrezca o se preste
a cenar con el Borbón,
gratis, siempre de gorrón,
mientras España bosteza,
aplaudiendo a la realeza,
como la televisión.
Y no pierde la ocasión
para ver cuánto le importa,
la tragedia de Paiporta,
la de toda la Región.
Él, de cena cotillón,
el pueblo, juntado hacienda,
para comprar en la tienda
algo de sobrevivir.
Y el otro, venga a reír.
No hay bribón que más ofenda.
Con todo lo que se gasta
en viajes, juergas, queridas,
se curaban las heridas
por la Dana que devasta.
El que se lleva la pasta
en maletas a Suiza
(se le señale con tiza),
para librarse de impuestos,
no es ni será de los nuestros.
La herida no cicatriza.



Gabriel Celaya

 MOMENTOS FELICES

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?



sábado, enero 04, 2025

Bar London City

 Cafetines de Buenos Aires: la planificación de un viaje a visitar los mapuches realizada en las mesas de la tradicional London City

En la esquina de Avenida de Mayo y Perú, desde donde se puede ver la Casa Rosada, funciona desde 1954, un bar con mucha historia. Estuvo cerrado en 2013 pero revivió y mantiene la esencia de la zona.

El 2010 me encontró trabajando para el Gobierno de la Ciudad. Llevaba dos años en la función. Tenía un contrato de servicios anual con la Jefatura de Gabinete. El programa de gobierno se llamaba Pasión por Buenos Aires. Imposible mejor destino. Sin más. Ese año, el del Bicentenario, fue agotador. Con un calendario nutrido de actividades de enero a diciembre. Toda la planificación estuvo orientada a la celebración de los doscientos años de la Revolución de Mayo. Mi lugar de trabajo estaba en el Palacio Municipal, Bolívar 1. Pegado al Ministerio de Cultura. Las oficinas de ambos edificios eran un hervidero de reuniones donde se presentaban todo tipo de proyectos, se discutían prioridades y se analizaban presupuestos. No teníamos tiempo ni sobraba energía que nos desviara del foco de la gesta de 1810. Por eso cuando Rochi, una compañera de trabajo, se acercó a mi escritorio y me dijo: “¿Cómo estás para el próximo fin de semana largo? Me salió un trabajo hermoso y te necesito, nos vamos a Aluminé”, me desorientó y dejó sin respuesta. Rochi era planta permanente en la Ciudad. La conocí en profundidad mientras gestionamos juntos distintos proyectos. Entre tantas charlas mantenidas en los tiempos muertos —como le gustaba decir— de los eventos, me di cuenta que venía de otro palo. Digo, político. Y terminamos siendo grandes compinches.

Obviamente la propuesta era un chino incomprensible. ¿Cómo podíamos pensar en la comunidad de Aluminé cuando la todopoderosa Buenos Aires nos demandaba, ese año, cada minuto de nuestras vidas? Muchos menos disponer de tiempo para viajar cientos de kilómetros rumbo al sur durante un fin de semana extendido cuando, como era de suponer, se amontonaban la mayoría de los eventos para cubrir la demanda de la gente del interior que venía a la Capital a participar de la Gran Fiesta. Pero una de las tareas de Rochi era gestionar la dotación de recursos y, para poder contar conmigo, supo liberarme de compromisos para el feriado largo.

“¿Aluminé? ¿Neuquén? ¿Cómo se te ocurre irnos a la Patagonia en plena euforia porteña?” le pregunté a mi compañera de trabajo nacional y popular camino a la primera de las reuniones donde expuso su plan. “¿Todavía no te diste cuenta que no me asignan muchas tareas?” me preguntó de manera retórica. “No podría hacerlo en otro momento. Es ahora. En los tiempos muertos del peronismo”, agregó. Nota aquí.






Miguel Ventura

 Miguel Ventura, cocinero y poeta: “Compré antes un libro de poemas que una espumadera”

El hostelero, que regenta hace 20 años el restaurante Badila, en el barrio madrileño de Lavapiés, recoge sus composiciones literarias en ‘Pétalo para construir lo inmenso’

Hoy está preparando cocido madrileño, chipirones en su tinta, judías verdes salteadas con anchoa y mantequilla, lasaña y paté caseros, carrillada estofada con vino tinto, emperador fresco con pesto piamontés de perejil e incluso algunos platos más. Por las mañanas, Miguel Ventura (Madrid, 52 años) va al mercado y luego cocina en su restaurante, Badila, una casa de comidas que montó en el madrileño barrio de Lavapiés hace 20 años, después de pasar por una editorial jurídica donde aprovechó su carrera de Derecho. No le desagradaba, pero no era lo suyo. Ahora por su local se deja caer el vecindario, las gentes de la cultura, algún turista. Manteles de papel, menú del día, precio asequible, pero bueno y casero.

Ventura cocinó en casa desde los 16 años: en su familia, con la que se crio muy cerca de donde ahora trabaja, abundan los hosteleros. El mismo cuidado pone en la poesía, su otra pasión, disciplina en la que se inició deslumbrado por Arthur Rimbaud y en la que ha publicado Pétalo para construir lo inmenso (Cuadernos del laberinto). Al final de esta entrevista le preguntamos lo obvio: si hay poesía en la cocina. Pero antes prefiere el tema de los fogones. “Siempre fui muy cocinillas”, dice, “y me gusta mucho hablar de comida”.

Pregunta. ¿Por qué eligió el modelo de menú del día?

Respuesta. Porque es la cocina que a mí me gusta. Es lo que espero encontrar cuando voy a comer por ahí: un sitio en el que se coma razonablemente bien y que esté ligado a la cocina de casa, aunque puntualmente me guste comer algo más exótico. Y que sea asequible: lo prefiero al sector del lujo o al del tapeo más barato.

P. ¿Está desapareciendo la comida tradicional en el centro de las ciudades? Al menos en Madrid nadie sale a cenar comida de toda la vida, sino cocina internacional.

R. La comida tradicional, la cuchara, hay que asociarla sobre todo al mediodía. Por eso nosotros dejamos de servir cenas. Un cocido de noche… Ahora se asocia el ocio nocturno a la gastronomía con platos exóticos, de fusión, orientales, con cócteles, y música… Es el modelo actual: los restaurantes se convierten en discotecas y las discotecas en restaurantes. Y luego está el street food…

P. ¿Eso es todo?

R. También está la nostalgia del campo. Por un lado, la gente se concentra en las ciudades, pero por otro hay quien se deslocaliza. En la cocina es lo mismo: coexisten la exacerbación de lo moderno y también un retorno a lo local. Hay gente que echa de menos la comida de la abuela, el filete de hígado. Nota aquí.



Carlos Edmundo de Ory

 España mística

Cerro lomo inmenso tímpano doliente
y en las perchas de los árboles
las casacas de los ángeles se pudren
Pones puertas al desierto
pantalones al espíritu
Lava un poco tu esqueleto con jabón
De los muertos muertos de hambre
pararrayos de oraciones
el ciprés
Tengo sed de alcantarillas
y de cerveza bendita
Dame prisión de campanas
con tus rosarios mohosos
Con tus capas de torero
hazme un traje funerario
un sudario de primera
Y en mi tumba pon mañana
un cocido de garbanzos con chorizo
Fiesta digna de matracas y cohetes
Oh mi España de peluca y de tomate
Matricúlame de muerto en la alcaldía
y celebra un carnaval de escapularios
ese día noche alba o madrugada



Ramón Serrano

 SUEÑO DE NOCHEVIEJA

Me desperté de un largo sueño
entre la niebla espesa y larga
y tú no estabas
salté al jardín
pensé que eras una gardenia
y vi sólo pétalos esparcidos
por la vereda solitaria
llegué hasta la mar
en la cresta de la ola creí ver una sirena
y eran restos de una barca náufraga
quise seguir soñándote de madrugada
y te encontré en uno de mis sueños
eras una rosa roja y encendida
en el cuenco de una concha
entre los besos de mis aguas.
¡¡FELIZ AÑO 2025!!



Eduardo Blanco

 Eduardo Blanco, el rey del “macanudismo”, vuelve al teatro: “Mientras hay vida, siempre hay una oportunidad”

Después del éxito de Parque Lezama, regresa a las tablas; en esta charla con LA NACIÓN, el actor repasa su carrera y comparte un par de lecciones.

Fue una noche de julio de 2015, en la que River salió campeón de la Copa Libertadores. En pleno festejo callejero, un auto con hinchas se llevó puesto a Rogelio Mouro, un gallego de temple invencible que dirigía el bar Varela Varelita, en la esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay. Rogelio nunca se recuperó de sus heridas y murió un tiempo después. ¿Pero qué tiene que ver ese hombre con el actor Eduardo Blanco, que en este preciso momento se toma un cortado en una mesa de ese bar? Hace más de 40 años, Rogelio le servía café a Blanco, a Juan José Campanella y a Fernando Castets, que por entonces pergeñaban un insólito largometraje en Super 8 (se llamó Victoria 392). El tiempo parece haberse congelado en el Varela Varelita, que a propósito conserva su estampa de tugurio encantador, en pleno barrio de Palermo. Lo que también sigue intacto es el entusiasmo contagioso de Blanco, que vino a este bar para hablar con LA NACIÓN de su nueva obra de teatro y -nunca viene mal- un poco también de la vida.

Hubo un tiempo en que el Varela Varelita fue la oficina del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez, quien, en pleno estallido de 2001, se tuvo que esconder en el sótano cuando una muchedumbre enfurecida llegó para reclamar su cabeza. Desde entonces (y desde mucho antes) han pasado por ese café artistas de todos los rubros, desde el escritor César Aira hasta la cineasta Celina Murga, el director Luis Ortega o el actor Martín Piroyansky, solo por citar algunos.

El que no venía hace mucho a este bar es Blanco, aunque todo su ser parece integrado al paisaje. Es algo que transmite a la primera: un tipo de barrio, bien entrador, el amigo que todos quisieran tener para contarle un secreto o compartir una borrachera de cosacos. A este hombre le compraríamos un fitito con los ojos cerrados, sin siquiera molestarnos en abrir el capot.

De mirada bonachona, risa siempre a mano y un acelere de cero a cien que parece su marca personal, Blanco es uno de los grandes actores argentinos de nuestro tiempo, que en la última década brilló en la obra Parque Lezama -junto a Luis Brandoni-, a esta altura un clásico del teatro argento. Nota aquí.



Félix Maraña

 El tamaño

España vuelve a la carga,
el tamaño sí que importa,
por ver quién la tiene corta
o quién la tiene más larga.
Y libra una lucha amarga,
el colmo de la paciencia,
midiendo al día la audiencia,
por si la tiene Broncano,
o Pablo Motos, el cano,
pero no es la inteligencia.
Y hacen encuestas de urgencia,
preguntando a no sé quién,
si les gusta, si está bien,
algo con mucha evidencia:
No son tratados de ciencia,
son dos vulgares formatos
para despistar a ratos,
a un público sin aliento,
que suma el tanto por ciento
conque pelean dos gatos.
TVE española,
la de Mariano Medina,
quiere quitarse una espina
y no marchar a la cola.
Y se monta en esa ola,
comoTelecinco, hortera,
empeñando la cartera,
para atraer a la Esteban,
gentes que ahora se llevan,
televisión de tercera.