Cafetines de Buenos Aires: La Ideal, una de las confiterías porteñas que es al mismo tiempo monumento y lugar de encuentro
No está situada sobre alguna avenida como otros de los bares emblemáticos de la vieja ciudad. Conserva detalles de una era de opulencia. Fue visitada por muchas celebridades.
A fines del siglo XIX, la República Argentina se proyectó al mundo como una nación rica y próspera. En simultáneo comenzó la transformación de su Capital: Buenos Aires. El plan urbanístico se propuso desterrar la anterior imagen de aldea colonial por una nueva de metrópoli imperial —como la calificó décadas más tarde el intelectual francés André Malraux— con anchas avenidas, bulevares y edificios públicos monumentales. Durante esta bella época se inauguraron el Congreso Nacional, el Palacio de Justicia, el Teatro Colón y la oligarquía vernácula levantó sus lujosos palacios residenciales. Esa clase alta, al mando del poder político, necesitaba de salones públicos para socializar acordes a los nuevos tiempos. Fueron los años que dieron lugar a la construcción de importantes confiterías elegantes.
En la actualidad existen tres ejemplos que son testimonio vivo de aquel período: el Gran Café Tortoni, la Confitería del Molino —en trabajos finales de puesta a punto— y la Confitería Ideal. El Tortoni, en realidad, abrió en 1858, pero cuando en 1894 se construyó la Avenida de Mayo el Gran Café porteño estrenó su majestuosa fachada con diseño del arquitecto Alejandro Christophersen. El Molino se inauguró el 9 de Julio de 1916, día del Centenario de la Independencia. Mientras que la Ideal abrió sus puertas en 1912. Hoy paso a contar su historia.
La Confitería Ideal está ubicada en Suipacha 384, a pasos de Corrientes. Primera gran diferencia con sus hermanas de clase. El Gran Café Tortoni y la Confitería del Molino se establecieron sobre grandes avenidas. La Ideal se instaló dentro de la vieja y estrecha cuadrícula dibujada por Don Juan de Garay. No solo era angosta Suipacha. También lo era Corrientes que recién se ensanchó dos décadas más tarde. No existía el Obelisco, inaugurado el 23 de mayo de 1936, mucho menos la Avenida 9 de Julio.
¿Quién fue, por lo tanto, el empresario que apostó por ese ceñido rincón de la ciudad? ¿El hecho de no estar ubicada sobre alguna de las importantes calles de Buenos Aires le restó clientela? ¿Por miedo a no recuperar la inversión su propietario se privó de construir con calidad? En absoluto.
Su dueño fue un gallego de Pontevedra, Manuel Rosendo Fernández. Don Manuel no escatimó en gastos ni materiales. Las dos plantas tienen boiserie de roble de Eslavonia, arañas de Francia, vitrales italianos, columnas de marfil de estuco veneciano y volutas recubiertas en oro. La escalera que conduce al primer piso es de mármol botticino. También dispone de un ascensor de jaula y un óvalo abierto entre ambos pisos deja pasar la luz natural que entra por los vitrales del techo.
Ese último detalle arquitectónico se lo observa hoy. En la década de 1970 el agujero fue tapado para generar dos unidades de negocios inconexas que permitió alquilar las dos plantas para distintos usos. O sea, muchas generaciones de porteños —me incluyo— asimilaron que la Confitería Ideal tenía dos pisos separados. Y no era así. Hoy podemos entrar y disfrutar del espacio al igual que como lo hacían los porteños de comienzos del siglo XX. Una Buenos Aires que sólo conocíamos por fotografías o por la literatura. Nota aquí.
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