Juan Diego Botto, en el laberinto de las nuevas familias: “La crianza ya no es lo que era porque nuestras relaciones ya no son lo que eran”
El actor disecciona la complejidad de los vínculos familiares que muestra ‘Tras el verano’, una película de Yolanda Centeno que ha llevado al cine una realidad social muy presente, pero que aún se muestra poco en la ficción.
Raúl es un padre separado. Su hijo se llama Dani y su novia, Paula. Dani tiene seis años, vive con su madre y pasa los miércoles y los fines de semana alternos con Raúl y con Paula. Paula adora a Dani, pero no acaba de encontrar su espacio en esa familia. ¿Cuál es exactamente el papel de una madrastra? Un día, Paula se enamora de otra persona, una mujer, se marcha definitivamente de casa… y se pregunta a partir de entonces qué relación tendrá ahora con un niño con el que ha compartido cinco años de la vida de ambos.
Este es el punto de partida de Tras el verano, una película de la directora Yolanda Centeno que ha trasladado al cine algo que lleva tiempo instalado en nuestro día a día, pero que vemos poco en la ficción: separaciones con hijos, madrastras, padrastros, hermanastros, las relaciones entre unos y otros, los niños que van y vienen, los silencios, las dudas, el dolor tras la ruptura, los hijos tratando de sobrevivir y de adaptarse a todas las personas nuevas que entran en su vida… Un guion con pocas palabras y con muchas miradas y gestos que hablan por sí mismos.
Juan Diego Botto (Buenos Aires, 49 años) es Raúl, un hombre atravesado por miles de dudas que lucha por conseguir la custodia compartida de su hijo, por superar una segunda ruptura sentimental y que no sabe cómo enfrentarse a todo lo que le está pasando. “Tengo muchísimos amigos separados que tienen hijos, que empiezan nuevas relaciones, que conviven con los hijos de sus nuevas parejas”, reflexiona el actor en una cafetería del centro de Madrid. “Es algo que veo a mi alrededor constantemente, pero nunca me había parado a pensar en cómo se ordena todo esto, en la profundidad de los vínculos nuevos que se van creando por el camino. Me gustó mucho el proyecto porque habla de una realidad social que es emocionalmente muy compleja pero también muy habitual”.
Pregunta. La película muestra un enorme desconcierto emocional por parte de todos. ¿No sabemos cómo lidiar con los nuevos modelos de familia?
Respuesta. Mi personaje, Raúl, vive el dolor de una relación que se acaba sin que él lo desee. Su relación con su primera mujer, con la que tiene un hijo, es evidentemente hostil. Está peleando por la custodia compartida y no tiene claro que la pueda conseguir. Luego tiene esta sensación tan jodida de estar siempre con el cronómetro puesto con el niño. Tiene poco tiempo con él, y eso hace más difícil que lo comparta. Es una persona muy golpeada, con una crisis profunda, con mucho miedo y dolor. Pero a la vez es alguien que trata de entender, que está abierto a preguntarse ‘¿qué estoy haciendo mal?’, ‘¿lo puedo hacer mejor?’.
P. ¿El mundo se ha llenado de madrastras y padrastros que no saben bien cuál es su espacio?
R. Paula nunca ha tenido un lugar claro en esa familia. No puede decidir nada. Está en un lugar que es un no lugar. Incluso el niño, que la quiere mucho, en algunos momentos la borra para no herir a la madre o al padre. Está pero no está. Muchas veces es invisible.
P. Cuando ellos rompen, su personaje cree que lo natural es que su hijo también rompa con ella.
R. Los adultos metemos en la vida de nuestros hijos a nuevas personas y luego, si nuestra relación acaba, decidimos que ya no las vean más, que ese lazo se corte. Sentimos rencor, despecho, nos sentimos traicionados, y queremos que nuestros hijos sientan lo mismo. Pero los afectos no funcionan así. Si durante años yo crio a un niño, le cambio los pañales, le llevo al colegio, le preparo la comida… eso es un vínculo que no se rompe por mucho que otro adulto diga que tiene que acabarse. En la película, Dani no entiende por qué esa persona que ha estado tan presente en su vida de pronto desaparece del todo. Nota aquí.
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