La nueva despedida de Los Piojos
La banda del oeste bonaerense ofreció un show emotivo, con picos de euforia y transpiración, pese al frío de la primera noche de invierno. Después de "San Jauretche" volvió a escucharse el cántico “El que no salta votó a Milei”.
eis meses después de haberse consumado el regreso de Los Piojos –en diciembre, en el estadio Único de La Plata-, la banda se despidió hasta nuevo aviso por partida doble en la cancha de River Plate. Según prometió frente a más de 65 mil personas el sábado a la noche el cantante Andrés Ciro Martínez, esta vez la ausencia será más breve. De hecho, la banda de El Palomar sorprendió a sus viejos y nuevos seguidores con una canción inédita escrita en estos meses: “Paciencia”. “¡Saquen un disco!”, gritó, en contraste, un pibe desde abajo. En tiempos dominados por la ansiedad, la fugacidad y la inmediatez, Los Piojos confirmaron un lema que popularizó en estos días la serie El Eternauta: “Lo viejo funciona”.
Lo viejo, a su manera, funciona. Los Piojos forman parte de una guardia rockera que creció en la década del noventa al calor del neoliberalismo menemista y el fenómeno cultural de la globalización, y que se consolidó como “banda de estadio” a comienzos de este siglo. De alguna manera, al igual que La Renga, Los Piojos representan también una especie de resistencia o contrapunto a los valores del liberalismo, el consumo exacerbado, el individualismo, las privatizaciones y la cultura trasnacional o globalista. En un país gobernado por el “anarco-capitalismo libertario”, las canciones de Ciro Martínez y compañía vuelven a resonar, a cobrar sentido. Como cuando canta: “Pistolas, que se disparan solas/ Caídos, todos desconocidos/ Bastones, que pegan sin razones/ La muerte es una cuestión de suerte”.
O tal vez, esos versos de San Jauretche –poco habitual en el repertorio- que sonaron el fin de semana en River: “Sarmiento y Mitre entregados/ a las cadenas foráneas/ El sillón de Rivadavia/ hoy encuentran sucesores/ que les voy a hablar de amores
y relaciones carnales/ Todos sabemos los males/ que hay donde estamos parados”. ¿Por qué traer al presente hoy la figura de un intelectual de corte nacional y popular como Arturo Jauretche? ¿Porque, quizás, algo de la identidad nacional está en crisis, en disputa? Sin esbozar discursos directos o “demasiado politizados”, el repertorio de Los Piojos -¿o acaso lo que importa no son las canciones?- aborda algunas cuestiones que no solo interpelan a los nostálgicos nacidos en la década del ochenta y comienzos de los noventa, sino que también conecta con nuevas generaciones de pibes y pibas dispuestos a recibir e incorporar sentidos que pongan en tensión el actual discurso dominante.
La juventud incluso como espacio de sentido está en disputa. Después de San Jauretche volvió a escucharse el cántico “El que no salta votó a Milei”. Y el himno nacional con armónica del final también se celebró como un canto de guerra. “¡Aguante Argentina!”, se limitó a decir el vocalista. Con pocas palabras, Los Piojos entregaron una velada emotiva, con picos de euforia y transpiración, pese al frío de la primera noche de invierno. El ritual piojoso empezó con una viejita, de Chactuchac (1992), Llevatelo, y siguió con dos clásicos, Te diría y Desde lejos no se ve, muy celebrados por lo fans. Desde ahí, en un arco temporal, conectaron con una canción del último disco, Civilización (2007): Difícil. La seguidilla con San Jauretche, Vine hasta aquí, Luz de marfil y Pistolas logró reunir y emocionar, como se dijo, a todas las generaciones de piojosos y piojosas.
Era común reconocer en el campo del club de Núñez a jóvenes o niños con sus padres y madres de treintaipico o cuarenta años, pero también se dispersaban por el estadio grupitos o parejitas de pibes y pibas que apenas pasaban la frontera de los veinte. Un gesto en esta misma sintonía ocurrió en el tramo final del concierto, en Verano del ‘92: con la dirección musical del percusionista Dani Buira, subieron al escenario Las Liendres, una cuerda de percusión integrada por los hijos e hijas de los músicos de la banda. Un rato antes, de hecho, el hijo del cantante, Alejandro Martínez, subió a tocar la armónica y cantar en Pistolas. También estaban por allí los hijos del guitarrista Piti Fernández y de Buira. Hay futuro, al parecer, en el semillero de Los Piojos.
“Gracias por nuestro tercer River solos. Acá estamos después de 16 años”, celebró el líder piojoso, en uno de sus pocos diálogos con el público, más allá de ponerle voz a las canciones, claro. El momento más emotivo, sin dudas, sucedió durante el homenaje al guitarrista fallecido en 2011 en un accidente automovilístico y uno de los fundadores del grupo, Tavo Kupinski. En su honor, subió su hermano Matías Kupinski para tocar Sudestada junto al grupo. De fondo, se proyectaban imágenes de la banda tocando en Arpegios y dando sus primeros pasos.
La clásica versión rockera de Yira yira, el tango rabioso de Discépolo escrito en 1929 pero que nunca pasa de moda, también resonó con el presente y se cantó con fuerza: “Cuando rajes los tamangos/ buscando ese mango/ que te haga morfar/ La indiferencia del mundo/ que es sordo y es mudo/ recién sentirás”. Lo mismo ocurrió con la versión de Juana Azurduy –en clave Mercedes Sosa- que Andrés Ciro cantó a capela en los últimos minutos del recital. La cultura popular y latinoamericanista volvía a ganar protagonismo en el ritual piojoso. La lista de temas concluyó con una batería de hits que desataron el pogo: Ay ay ay, Quemado –con visitas a No te pongas azul, de Sumo-, Cancheros, Tan solo, Shup-shup, Como Alí, Ruleta, Genius, El Farolito y Fantasma. Nota aquí.
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