Joaquín Lera

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Ser uno de los puertos de este libro: “Sabina 23 puertos” …escrito por Christian A. Masello, me alucina.
Lo que conté para este libro, una especie de carta o diario nocturno, me trae recuerdos irrepetibles e inolvidables.
No sé lo que habrá pensado Sabina al leerlo.
Imagino que reírse entre dientes y decirle al silencio:
!Joaquinito, vaya tela!
¡Qué tiempos aquellos!
A mi, al releerlo, me vienen a la memoria retales sorprendentes, algunos mágicos… otros no tanto, pero sin duda todos apasionantes y muy locos, en compañía de mi tocayo y otros grandísimos artistas, rememorando esos años en que todo era un descubrimiento.
Si tenéis oportunidad leerlo.
No por mi, que también, sino por otros compañeros de viaje que forman parte de la tripulación de este barco de papel.
Gente amiga a la que quiero, aprecio, respeto o admiro como; .
Manolo Tena, Víctor Manuel, Ana Belén, Jaime Asúa, Pancho Varona, Antonio García de Diego, Juan Antonio Muriel, Javier Bergia, Luis Eduardo Aute, Pablo Milanés, Luis García Montero, Javier Ruibal, Adriana Varela, Alejandro Romano, Mara Barros, Javier Batanero, Benjamin Prado y otros no menos importantes.
En fin… pasaréis un buen rato.
Me complace dar las gracias a Christian A. Masello por invitarme, por su cariño y amabilidad, y felicitarlo por esta magnífica obra que le costó varios años terminar, recopilando, con delicadeza y mimo, cada una de las historias de los pasajeros que formamos parte de este viaje literario.
Un abrazo de este polizón para cada uno de ellos.
Gracias por el oleaje y los buenos momentos compartidos.



Vainica Doble

 “Una ya no tiene edad para que le manden”: 25 años sin Vainica Doble y la curiosa historia de cómo se gestó su último disco

En julio del año 2000, Carmen Santonja fallecía mientras grababa el último álbum del dúo, ‘En familia’. Recordamos cómo se registró el testimonio final de un grupo único.

En la primavera del año 2000, Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen se encerraron en los estudios Arco del Valle, en la localidad madrileña de Cercedilla, para grabar el que, conscientemente, iba a ser el álbum final de Vainica Doble: En familia. Ellas tenían 66 y 68 años respectivamente. A mitad de las sesiones, Carmen comenzó a sentirse mal, sufría un cáncer muy avanzado. Gloria la intentaba convencer para ir al médico, pero ella no quería, solo deseaba terminar su trabajo. El 23 de julio, la artista fallecía justo antes de finalizar su grabación. Casi literalmente, se puede entender que sus últimos suspiros están en ese disco, cuya salida se demoró hasta diciembre y fue unánimemente encumbrado por la crítica especializada (la revista Rockdelux, de hecho, lo eligió como mejor disco español de aquel año). Otra curiosidad un tanto tétrica es que, el mismo día que falleció Carmen Santonja también lo hizo Carmen Martín Gaite, gran amiga de ellas, y que terminó relegando a la compositora a un lugar secundario en los obituarios de las secciones de cultura. Fue una más de las paradojas que siempre persiguieron a las Vainica: un grupo más influyente que conocido por el gran público, cuyos mayores beneficios los obtuvieron con composiciones que cedieron a artistas como Luz Casal o por bandas sonoras televisivas como Con las manos en la masa.

Cuando comenzó el siglo XXI, el dúo madrileño venía de publicar un álbum de infausto recuerdo. Carbono 14 (publicado por el sello Mercury en 1997) intentaba modernizar su legado con colaboraciones de gente como Alejandro Sanz y Miguel Bosé, arreglos de radiofórmula y unas horrorosas fotos promocionales en las que ellas aparecían ataviadas como astronautas. Fue el disco más vendido de su carrera, pero el menos apreciado por sus seguidores y por ellas mismas, que se quejaron amargamente de verse despojadas del control del producto final. “No es lo que queríamos hacer. Una ya no tiene edad para que le manden”, declaró Gloria Van Aerssen a quien esto firma en una entrevista para Diario 16 a finales del 2000. Las Vainica, aquellas dos artistas absolutamente únicas, parecía que iban a quedar asociadas para siempre a sus trabajos de los años setenta y los primeros ochenta, a sus visualizaciones singulares e iconoclastas, más espontáneas que meditadas, de un país en profunda transformación. Hasta que decidieron cambiarle el final a su historia. Nota aquí.