El horror
dejar los miedos,
agarrarse con fuerza a la esperanza,
pelearse con dios,
si así lo exige
esta vida de sombras y rutinas.
Visitas un hospital por ese suave
dolor sin importancia.
Y algún médico,
—profesional y muy amable—
te habla en un lenguaje frío, aséptico,
que incorporas después,
y para siempre,
a tu íntimo y doliente diccionario.
Y aprendes a vivir,
pendiente de papeles,
de esas citas temibles
en que vuelves
a ser niño asustado y desvalido
que tiembla cada noche
y tiene miedo
a mirar bajo su cama al acostarse.
Así las cosas,
se olvida uno de versos y poemas
y los viejos amantes se hacen niebla
y se esfuma esa noche tan gloriosa
y tantas noches tristes
que apenas si recuerdas.
Usted me entenderá,
mi viejo amigo.
Comprenderá, seguro, mis palabras.
Estos versos —ay— desesperados,
cuando el futuro
es solamente una pastilla
y el presente es un pájaro sin alas.
Y, luego, al acostarme,
sueño ciudades encantadas,
y subo a viejos trenes
y me encuentro,
en un compartimento misterioso,
a una dama muy bella,
que ojea a Joseph Conrad. Y está triste.
Mientras el tren
corre veloz entre la niebla.
(Y yo soy Kurtz
Entonces, me estremece
el horror, el horror que vive ahora
junto a mi corazón y sus tinieblas).
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