Qué necesario es tu coraje justamente hoy, Patti Smith: sensacional concierto en Madrid
La veterana cantante ofrece un vigoroso homenaje a su legendario disco ‘Horses’ en el Teatro Real y se acuerda de Palestina, de la sonrisa de los niños, del punk y de que el poder está en el pueblo.
Salió al escenario vestida con pantalón negro, botas, una camiseta blanca y chaqueta oscura. La melena, orgullosamente encanecida, le caía sobre los hombros. La figura desgarbada. Levantó los brazos para saludar y lo primero que dijo fue: “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. Y comenzar así una actuación en el solemne Teatro Real de Madrid sonó a desafío. Aquella primera canción desembocó en una desmadrada versión de Gloria, del primer grupo de Van Morrison, Them. Patti Smith ponía los brazos en cruz, levantaba el puño, zapateaba con fuerza la tarima, se encorvaba, colocaba el pie en el monitor y cantaba a la gente en la cara. También bailó: G-L-O-R-I-A. Emergió su hermoso gruñido, tan de verdad, un rugido desenfrenado en ocasiones y en otras una letanía honda y bella.
Patti Smith (Chicago, 78 años) ofreció un sensacional concierto anoche en Madrid ante 1.600 personas (lleno), entre ellas algunos músicos como Rosalía (sí, ella), Leiva o Abraham Boba. Fue un recital corajudo, reivindicativo, poético, bello. Y punk: llegó a escupir en la tarima (¡del Teatro Real!) en el fervor de People Have the Power, justo al final. Se trataba de celebrar los 50 años de su primera obra, Horses (1975), un álbum que todavía hoy suena vigoroso y aventurero, un disco que lanzó con 28 años, después de haberse mudado a Nueva York con 19 para desarrollarse como persona y como artista, que en su caso es indisoluble. Era el Nueva York de The Velvet Underground, de Andy Warhol, de las fiestas en galerías de arte, de las drogas duras, del alumbramiento del punk, de antros como el CBGB… Un Nueva York donde había espacio para formarse como persona, pero también para destruirse. Ella sobrevivió; no así muchos de sus amigos, y a algunos recordó anoche. Empezó como poeta, pero luego devino en cantante. Intimó con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, que la inmortalizó en aquella descarada e icónica portada de Horses: andrógina, con tirantes, la chaqueta al hombro “a lo Frank Sinatra” y una mirada intimidante y a la vez relajada, la de una mujer hambrienta por entregarse a lo que le deparara la vida.
Anoche, Smith interpretó Horses íntegro y del tirón. Resultó una hora de homenaje en toda regla a aquel disco, acentuado por la figura que tocaba a su izquierda, el guitarrista Lenny Kaye, tan fundamental en su carrera, y más atrás, por el batería Jay Dee Daugherty. Ambos, Kaye y Daugherty, participaron en la grabación del original Horses y anoche comandaron una banda igual de minimalista y enérgica que la de entonces, con el hijo de la protagonista integrado en ella. Guitarra, bajo, batería y teclados. Todos vestidos de blanco y negro, todos interpretando música genuina y cruda, sin contemplaciones. Con su ritmo reggae, Redondo Beach rompió el rigor de tan ilustre local y puso a bailar a los espectadores. Esa cínica reflexión sobre el dinero que es Free Money sonó acelerada, punk. Costaba lo suyo sostenerse en el asiento. La gente se movía, la cabeza, el cuerpo, imposible mantenerse rígido. Para encarar la tremenda Birdland se puso las gafas de ver y sacó unos folios. La memoria falla con el paso de los años, pero en lugar de recurrir al tramposo teleprónter, ella prefirió esa adorable anomalía que es hoy un papel escrito. Kaye acompañó el extenso relato de Birdland (10 minutos), que cuenta lo rara que se sentía Smith de pequeña, dibujando unos laberínticos y preciosos punteos.
Para que todo el mundo supiese de qué iba aquello, Smith dijo a continuación (y lo escenificó con gestos): “Y ahora, cojo el disco, le doy la vuelta y pongo la cara b”. Y comenzó a sonar el bajo vacilón de Kimberly, una canción dedicada a su hermana (se llama Kimberly), 12 años menor. Contó una historia de cuando ella la cuidaba y tenía que quedarse con el bebé en brazos mientras los otros niños iban a jugar. “Me daba rabia, pero luego miraba la sonrisa de esa niña y me hacía feliz”. Aprovechó ese momento para lanzar un mensaje con toda la intención, teniendo en cuenta esas imágenes terribles que vemos todos los días: “No hay nada más preciado que la sonrisa de un niño, por eso debemos recordar a todos los niños que sufren y debemos ayudarles a trazar su camino al futuro”. Le gritaron “guapa” y “I Love You”, y respondió “I Love You, Too”, mientras bebía de una tacita y sonreía. Fue un espectáculo disfrutar de su gestualidad y de su expresividad al recitar y cantar. Más que una cantante, Patti Smith ejerce de decidora: sus palabras brotan de sus labios para que el oyente se deleite. Break It Up, en memoria de Jim Morrison, sonó tan punk como hace medio siglo. Nota aquí.
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