Será todo. Y poco más
viernes, octubre 10, 2025
Rodolfo Serrano
László Krasznahorkai
El húngaro László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025
La Academia Sueca premia al escritor “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”
La Academia Sueca ha anunciado este jueves en Estocolmo que el Premio Nobel de Literatura 2025 es para el húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 71 años) “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Krasznahorkai (pronúnciese Kros-no-jorka:i)es el gran cronista de la Hungría comunista y la que emergió después, el retratista perfecto de ese país imperfecto que heredó las cenizas de un imperio deshecho en el siglo XX con graves heridas para sus pueblos, y del universo indefinido en que se convirtió esa nación tras abrazar la democracia, aún renqueante.
Krasznahorkai es un hombre tranquilo, afable, apasionado de la conversación y dueño de una literatura sin prisa y de cocción lenta que hoy choca frontalmente con el ritmo de nuestras vidas. El máximo galardón universal premia así la hondura, la capacidad de profundizar y un alto en el camino en este modo de vida de aceleración sin fin. En España publica toda su obra la editorial Acantilado, traducida por Adan Kovacsics.
“Es un gran escritor épico de la tradición centroeuropea, que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard, y se caracteriza por el absurdo y el exceso grotesco”, ha señalado el comité del Nobel. “La novela Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río es un relato misterioso con potentes pasajes líricos que se desarrolla al sureste de Kioto. La obra tiene la sensación de preludio a la rica Seiobo There Below (2013), una colección de 17 relatos sobre el papel de la belleza y la creación artística en un mundo de ceguera”, añade la Academia. El anterior autor húngaro distinguido con el máximo galardón de las letras universales fue Imre Kértész, en 2002.
¿Aún hay sitio para la literatura sin prisa en el mundo de hoy?, fue la pregunta al hoy premiado cuando recibió a EL PAÍS hace un año en Marraquech, donde se celebraron en septiembre de 2024 las Conversaciones de Formentor. “No, en absoluto”, respondió el autor húngaro. “La vida está muy acelerada, recibimos tanta información y con tanta rapidez que se nos olvida todo. Se han hecho estudios con niños que han concluido que, después de media página, se cansan y no se pueden concentrar. Esta literatura lenta, aunque luego coge ritmo, es para una islita muy aislada de lectores”.
Krasznahorkai, por una vez, se equivocó. Si no hay sitio en las grandes listas de éxito y en las grandes ventas, sí lo hay en el podio de la gran literatura, la que retrata épocas, generaciones y geografías con un poso en la conciencia colectiva. Por ello recibe el Nobel, como recibió hace un año el Formentor. Nota aquí.
Ana Montojo
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Silvio Rodríguez
Silvio Rodríguez, reconocido en Moreno
Patti Smith
Qué necesario es tu coraje justamente hoy, Patti Smith: sensacional concierto en Madrid
La veterana cantante ofrece un vigoroso homenaje a su legendario disco ‘Horses’ en el Teatro Real y se acuerda de Palestina, de la sonrisa de los niños, del punk y de que el poder está en el pueblo.
Salió al escenario vestida con pantalón negro, botas, una camiseta blanca y chaqueta oscura. La melena, orgullosamente encanecida, le caía sobre los hombros. La figura desgarbada. Levantó los brazos para saludar y lo primero que dijo fue: “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. Y comenzar así una actuación en el solemne Teatro Real de Madrid sonó a desafío. Aquella primera canción desembocó en una desmadrada versión de Gloria, del primer grupo de Van Morrison, Them. Patti Smith ponía los brazos en cruz, levantaba el puño, zapateaba con fuerza la tarima, se encorvaba, colocaba el pie en el monitor y cantaba a la gente en la cara. También bailó: G-L-O-R-I-A. Emergió su hermoso gruñido, tan de verdad, un rugido desenfrenado en ocasiones y en otras una letanía honda y bella.
Patti Smith (Chicago, 78 años) ofreció un sensacional concierto anoche en Madrid ante 1.600 personas (lleno), entre ellas algunos músicos como Rosalía (sí, ella), Leiva o Abraham Boba. Fue un recital corajudo, reivindicativo, poético, bello. Y punk: llegó a escupir en la tarima (¡del Teatro Real!) en el fervor de People Have the Power, justo al final. Se trataba de celebrar los 50 años de su primera obra, Horses (1975), un álbum que todavía hoy suena vigoroso y aventurero, un disco que lanzó con 28 años, después de haberse mudado a Nueva York con 19 para desarrollarse como persona y como artista, que en su caso es indisoluble. Era el Nueva York de The Velvet Underground, de Andy Warhol, de las fiestas en galerías de arte, de las drogas duras, del alumbramiento del punk, de antros como el CBGB… Un Nueva York donde había espacio para formarse como persona, pero también para destruirse. Ella sobrevivió; no así muchos de sus amigos, y a algunos recordó anoche. Empezó como poeta, pero luego devino en cantante. Intimó con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, que la inmortalizó en aquella descarada e icónica portada de Horses: andrógina, con tirantes, la chaqueta al hombro “a lo Frank Sinatra” y una mirada intimidante y a la vez relajada, la de una mujer hambrienta por entregarse a lo que le deparara la vida.
Anoche, Smith interpretó Horses íntegro y del tirón. Resultó una hora de homenaje en toda regla a aquel disco, acentuado por la figura que tocaba a su izquierda, el guitarrista Lenny Kaye, tan fundamental en su carrera, y más atrás, por el batería Jay Dee Daugherty. Ambos, Kaye y Daugherty, participaron en la grabación del original Horses y anoche comandaron una banda igual de minimalista y enérgica que la de entonces, con el hijo de la protagonista integrado en ella. Guitarra, bajo, batería y teclados. Todos vestidos de blanco y negro, todos interpretando música genuina y cruda, sin contemplaciones. Con su ritmo reggae, Redondo Beach rompió el rigor de tan ilustre local y puso a bailar a los espectadores. Esa cínica reflexión sobre el dinero que es Free Money sonó acelerada, punk. Costaba lo suyo sostenerse en el asiento. La gente se movía, la cabeza, el cuerpo, imposible mantenerse rígido. Para encarar la tremenda Birdland se puso las gafas de ver y sacó unos folios. La memoria falla con el paso de los años, pero en lugar de recurrir al tramposo teleprónter, ella prefirió esa adorable anomalía que es hoy un papel escrito. Kaye acompañó el extenso relato de Birdland (10 minutos), que cuenta lo rara que se sentía Smith de pequeña, dibujando unos laberínticos y preciosos punteos.
Para que todo el mundo supiese de qué iba aquello, Smith dijo a continuación (y lo escenificó con gestos): “Y ahora, cojo el disco, le doy la vuelta y pongo la cara b”. Y comenzó a sonar el bajo vacilón de Kimberly, una canción dedicada a su hermana (se llama Kimberly), 12 años menor. Contó una historia de cuando ella la cuidaba y tenía que quedarse con el bebé en brazos mientras los otros niños iban a jugar. “Me daba rabia, pero luego miraba la sonrisa de esa niña y me hacía feliz”. Aprovechó ese momento para lanzar un mensaje con toda la intención, teniendo en cuenta esas imágenes terribles que vemos todos los días: “No hay nada más preciado que la sonrisa de un niño, por eso debemos recordar a todos los niños que sufren y debemos ayudarles a trazar su camino al futuro”. Le gritaron “guapa” y “I Love You”, y respondió “I Love You, Too”, mientras bebía de una tacita y sonreía. Fue un espectáculo disfrutar de su gestualidad y de su expresividad al recitar y cantar. Más que una cantante, Patti Smith ejerce de decidora: sus palabras brotan de sus labios para que el oyente se deleite. Break It Up, en memoria de Jim Morrison, sonó tan punk como hace medio siglo. Nota aquí.
María Corina Machado
La opositora venezolana María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025
jueves, octubre 09, 2025
Félix Maraña
Pablo Guerrero
Tute
"La muerte es una excusa para hablar de la vida"
En diálogo con MDZ, Tute habló de "Ensayo para mi muerte", la novela gráfica que nació en medio del duelo por la pérdida de su hermano.
La muerte y el humor pueden encontrarse en una obra de arte, tal como lo hacen en el nuevo libro del humorista gráfico Tute, titulado “Ensayo para mi muerte”. En él, el artista presenta a una persona fallecida, tendida en el suelo, desde el comienzo hasta el final. Al verlo, al toparse con la muerte, cada personaje circunstancial reacciona de una forma sumamente diferente, demostrando desinterés, miedo y hasta culpa.
Se trata de la obra más introspectiva, reflexiva y teatral de Juan Matías Loiseau, más conocido por su nombre artístico Tute, que nació como una forma de hacer catarsis en medio del duelo por la partida de su hermano, Tomás Loiseau, vocalista de la banda Mamushkas, en noviembre de 2019. “El libro tiene que ver con la muerte de mi hermano. Sentí que tenía que hacer algo con eso y empecé a dibujar”, contó el artista en una entrevista exclusiva con MDZ y profundizó en su mirada sobre el fin de la vida.
En la charla, además, Tute recordó a su padre, el famoso humorista gráfico Caloi, quien lo inspiró a seguir el camino del lápiz y el papel. “Mi papá se hacía querer a través del dibujo”, manifestó y agregó: “Todos los artistas hacemos lo que hacemos para ser aceptados y queridos”.
- Tu padre, Caloi, fue un historietista súper reconocido, por lo que imagino que gran parte de tu interés por el arte viene por ahí. ¿Pero en algún momento dudaste de hacer otra cosa o siempre supiste que era por ahí?
- Desde muy chiquitito supe que quería ser humorista gráfico, ni siquiera dibujante o ilustrador. Tal cual mi viejo. En algún momento surgió alguna duda, sobre todo cuando se abrió el espectro del arte. Entonces pensaba que podría ser también poeta o cineasta. Siempre flirteé con otras cosas, pero nunca me fui del dibujo.
Hoy además considero que convivo con un montón de otras actividades que me gusta hacer, aunque no de manera central como con el humor gráfico. Me gusta escribir, me gusta filmar, me gusta hacer canciones, un poco de todo.
- ¿Qué es lo que te inspiraba de tu papá, de sus historietas? ¿Qué es lo que te gustaba de ese mundo que dijiste que era por ahí?
- Primero, todos somos dibujantes de entrada, lo primero que hacemos es dibujar, después empezamos a hablar y rápidamente dejamos de dibujar y seguimos hablando. Es lo que todos hacemos. Algunos continuamos con el dibujo y nos dedicamos a esto. Por lo tanto, me sentí dibujante desde el principio y con toda justicia porque era dibujante. Después uno tiene que convertirse en humorista gráfico y ahí no basta con dibujar solamente, sino que esos dibujos tienen que contar una idea, esa idea tiene que ser humorística, tiene que mover a la risa, a la reflexión o a conmover. Ese ya es un trabajo intelectual, profesional.
Creo que, un poco, porque era dibujante del principio, otro poco porque lo veía mi viejo dibujar y, sobre todo, haber visto a mi viejo en la calle y que la gente lo reconociera y le pidiera un dibujo. Me encantaba ver que la gente se acercaba a él, le pedía un dibujo y se iba más contenta de lo que había llegado. Nota aquí.
Micro Abierto Irradiador, identidad y Germinación de Garibaldi
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𝗠𝗜𝗚 — 𝗠𝗶𝗰𝗿𝗼 𝗜𝗿𝗿𝗮𝗱𝗶𝗮𝗱𝗼𝗿, 𝗶𝗱𝗲𝗻𝘁𝗶𝗱𝗮𝗱 𝘆 𝗚𝗲𝗿𝗺𝗶𝗻𝗮𝗰𝗶ó𝗻 𝗱𝗲 𝗚𝗮𝗿𝗶𝗯𝗮𝗹𝗱𝗶
Ramón Serrano
LEYENDA NEGRA
Leonardo Padura
“Vivir en Cuba entre necesidades, apagones diarios y falta de dinero, ¿no es una derrota?"
El autor acaba de publicar “Morir en la arena”, una novela que ve con amargura el destino de su generación. “Debe haber una salida, no sé cómo ni cuándo, si lo supiera sería profeta en mi tierra”, dice desde La Habana
En el comienzo de la nueva novela de Leonardo Padura, el protagonista mete el pie en caca de gato. Un hecho cotidiano e irrelevante que, sin embargo, se puede leer como una clave: en Morir en la arena, la palabra “mierda” -con perdón- aparecerá 85 veces. Aunque le gana por robo otra, “miedo”. Esas son las ideas con las que el escritor cubano hará la crónica de su generación. Al final, un personaje que es escritor se preguntará si ya está listo para hacer la crónica de la derrota. En los poquísimos minutos en que hablemos, Padura dirá que ese personaje no es él.
Porque, en realidad, esta entrevista empieza con un fracaso que tal vez también deba leerse en clave. Cuando acordamos hablar, Padura indica: “Por whatsapp”, porque ya se sabe que otras formas de videollamada no corren. Así se hace. Pero aunque al principio aparece en la pantallita el escritor -en remera, se ve que hace calor-. pronto la imagen se congela, se pierde. Probamos sólo con sonido: no hay suerte. Se entrecorta tanto que cuesta seguir el hilo de una respuesta. Las preguntas van, entonces, por escrito.
Casi casi parece una introducción a medida para una nota sobre este libro. Morir en la arena es, tal vez, el libro más amargo de Leonardo Padura. Mierda y miedo, dijimos. Ya en una novela anterior, Como polvo en el viento el autor se había metido con la frustración de su generación, que nació con la Revolución y vivió siempre bajo sus designios. Aquella vez se centró en los que se fueron y ésta, en los que se quedaron. Un poco como él, que se quedó pero -por su actividad, por su éxito, por su pasaporte español- pasa parte del tiempo en Madrid o por el mundo.
Padura se ha cansado de mostrar los problemas de la revolución, de reivindicar la libertad de expresión y, en un artículo un poco desesperado, de decir que hubiera querido ser Paul Auster, para que le preguntaran por literatura y no por la política de su país, para que le hablaran de novelas y no de por qué no se exilia de una vez, si puede hacerlo.
Morir en la arena arranca, dijimos, cuando Rodolfo pisa esa caca. Justo se acaba de jubilar y está preocupado porque la plata no le va a alcanzar para vivir. La dueña de la gata es Nora, que es su amor de toda la vida pero, ah ah, es la mujer de su hermano. Y el hermano, Geni, está preso por... matar al padre de los dos. Eso lo sabemos de arranque. El tema es que Geni está muy enfermo y por eso lo van a soltar. Quiere volver y Nora no quiere que vuelva. ¿Y Rodolfo? Mmm Quien va a estar del lado de Geni es Raymundo Fumero, un escritor al que le fue bastante bien escribiendo lo que oficialmente había que escribir. Y que tiene un hijo que se hizo babalawo, es decir, un sacerdote yoruba. Y, la verdad, se está llenando de plata, sobre todo con los extranjeros. Mientras, exhibe el cinismo, las frustraciones, las postergaciones. Y hasta le queda tiempo para mostrar con cierta acidez a una nieta de Rodolfo crecida en España que, bueno, se ha vuelto de derechas y frunce la nariz frente a la inmigración. Nota aquí.