El cantor y la vida
Peña Poza, trovador,
conocido juglador,
de pandero y de rabel,
diestro también del zéjel,
artista a todas las horas,
de facultades cantoras,
fijas en la tradición,
quiere cumplir su misión,
va a cantarnos las auroras.
Quiere que nuevos auroros,
en las noches cantarinas
se paren en las esquinas,
encontrándose a otros coros,
en intercambios sonoros
de nueva celebración,
buscando la integración
de voces junto a campanas,
que acerquen a las ventanas
de las casas la emoción.
Con su guitarra, su lira,
su flauta, con el tambor,
repartirán el candor
en la mañana que inspira,
una jota, una guajira,
un poema recitado,
un verso por declamado,
para despertar la aurora,
en una banda sonora,
cual jilguero alborotado.
De niño recibió escuela
de la Libre Institución,
una buena educación
que inspiró y dejó secuela.
Una excelente tutela
para un muchacho despierto,
armonizando el concierto
de la lucha por la vida.
Una tarea cumplida
con el más logrado acierto.
Fue su madre, Eustaquia Poza,
su escuela de privilegio,
su más preciado colegio,
donde ya el joven esboza
una cultura que roza
con puntales de excelencia,
pues con tesón y exigencia
cultivó con mucho esmero
un folklore cancionero
y libertad de conciencia.
Pero también tubo escuela,
en la canción popular,
de otro maestro ejemplar,
Agapito Marazuela.
Pero Ismael pronto vuela
y escribe su propia historia,
un expediente de gloria
cantando a nuestros poetas.
Fue superando las metas
con brillante trayectoria.
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