viernes, abril 18, 2025
León Gieco & Jaime López
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Antonio Machado
Yo voy soñando caminos
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Ramón Serrano
Por los niños de Gaza
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Julia Medina & Carmen Boza
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Karmelo C. Iribarren
EL GORRIÓN
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Idígoras y Pachi
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jueves, abril 17, 2025
Silvio Rodríguez
“No me preocupa lo que se escriba de mí. No me hago ilusiones, para colmo soy de un país perseguido”
El más influyente y popular de los cantautores cubanos vuelve a Chile con dos shows en el Movistar Arena. En entrevista con Culto, habla de sus lazos con el país, del día en que estuvo con Víctor Jara pero se quedó durmiendo en un auto, del paso de los años y de la situación actual en Cuba: "No soy de los que culpan de todo al bloqueo".
“No lo pensé dos veces”.
Silvio Rodríguez (78) recuerda con claridad y detalle su reacción cuando le ofrecieron venir a Chile un ya lejano 31 de marzo de 1990: ese día, ofreció un multitudinario concierto ante 80 mil personas en el Estadio Nacional de Santiago, no sólo en el amanecer de los megaeventos locales, sino que también en los albores del retorno democrático, cuando su nombre y su música ya se podían escuchar con libertad, sin la mirada sospechosa de los militares que habían proscrito sus canciones en los días de dictadura. Fue uno de los encuentros masivos más memorables de la primera parte de los 90 en el país.
“Llevábamos 18 años ‘clandestinos’ en Chile. Algunos compraban nuestros discos en España, les sacaban las portadas y enmascaraban las placas en otras envolturas. Muchos chilenos nos contaban esas cosas que también se hacían con los casetes. De pronto vino el cambio político y la posibilidad de viajar a Chile. Dije que sí inmediatamente”, profundiza el cantautor cubano, en conversación vía mail con Culto, la forma que escoge para dialogar con la prensa desde hace décadas.
Luego retoma: “Entonces, tuve conciencia de la montaña de trabajo que significaría preparar un concierto para ese encuentro. Era febrero y el Festival de Jazz de la Habana iba a comenzar. Chucho Valdés era casi el patrocinador de ese evento, pero cuando lo invité a que se sumara con Irakere (a Santiago) tampoco lo pensó dos veces. Empezamos a ensayar enseguida, en un pequeño centro nocturno que hay en el sótano del Teatro Nacional. En unas tres semanas de trabajo montamos casi 4 horas de concierto. Chucho hizo todas las orquestaciones, transcribió los temas que yo hacía con Afrocuba –que acababa de desintegrarse– y, para colmo, escribió una obra increíble que hizo con Irakere para abrir la noche: Concierto Andino. Todo fue un tanto vertiginoso pero también muy motivador”.
Su nueva visita
A partir de ahí, el músico ha fortalecido una relación en vivo frecuente con Chile, extendida en las más diversas presentaciones, actos y recitales incluso en regiones. Un vínculo que revivirá con dos espectáculos fijados para el segundo semestre: serán el lunes 29 de septiembre y miércoles 1 de octubre, a las 21.00 horas, en el Movistar Arena. Se trata de su retorno a la capital luego de 2018, cuando hizo tres fechas en el mismo recinto del Parque O’Higgins. Las entradas se pondrán a la venta este martes 15 de abril al mediodía por Puntoticket.
“Voy a estar acompañado por músicos extraordinarios, son amigos con los que me divierto desde hace años. Eso siempre es una garantía”, adelanta con respecto a sus presentaciones en la capital, donde mostrará parte de su último título, Quería saber (2024).
-¿Cuál es la importancia de Chile en su carrera?
Para empezar, fue el primer país latinoamericano que visité. En setiembre de 1972, Gladys Marín, a quien conocí por Isabel Parra, nos invitó a Noel Nicola, Pablo Milanés y a mí a un congreso de la Jota. Simultáneamente se estaba haciendo una exposición internacional en Santiago y recuerdo haber grabado un grupo de canciones para la sede cubana en ese evento. Todas las noches íbamos para la Peña de los Parra, donde tuvimos una idea de lo amplio que era el movimiento de la canción de entonces. Por aquellos días fuimos a Valparaíso con Víctor Jara, a cantar en la Universidad, pero yo me quedé durmiendo en el auto porque estaba enfermo de la garganta. También recuerdo que el presidente Allende nos recibió en La Moneda. Estuve en tres ocasiones cerca de él.
-Usted ha vuelto un par de veces a algunos eventos puntuales en el Estadio Nacional de Santiago. Pero, ¿le hubiera gustado retornar alguna vez para un show en solitario, tal como lo hizo en 1990? ¿Se dio esa oportunidad?
Desde 1990 hasta hace unos años hice unas cuantas presentaciones en solitario en varios estadios chilenos, en todos los casos con muy buena asistencia, pero, hasta donde sé, no se volvió a dar la oportunidad de hacerlo en el Estadio Nacional.
-En abril del año pasado, la banda chilena Los Bunkers ofreció su primer show en el Estadio Nacional de Santiago. Ellos hicieron un disco completo interpretando canciones de usted en Música Libre (2010). ¿Se dio alguna gestión para que usted hubiera participado en ese show
Sí. Ellos tuvieron la gentileza de invitarme y confieso que me hubiera gustado mucho acompañarlos. Lamentablemente, no me fue posible. Casualmente, hace unos días vi un video de ellos interpretando El necio en un concierto. Sin duda, consiguen una versión muy poderosa.
¿Retiro?
-El año pasado, usted también dio una entrevista a Culto y dijo que no pensaba promover su último disco, Quería saber, a través de una gira. Ahora viene a Chile en el segundo semestre presentando este álbum en vivo. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión?
Los próximos conciertos no pretenden ser la presentación de Quería saber. Incluso es probable que lance otro disco antes de la gira. Por supuesto que haré algunas canciones de mis últimos trabajos. También habrá otras que tengo entre manos, además de algunas inevitables que suelen estar en todos los conciertos.
-¿Qué es lo que más lo motiva hoy para salir de gira?
Siempre me motiva hacer música –o soñar que la hago–. Tuve la inmensa suerte de poderme dedicar a algo divertido, que da gusto compartir.
-¿Nunca le ha cansado presentarse en vivo?
Yo no empecé pensando en cantar mis canciones. Yo solo quería escribir para que otros interpretaran. Pero un gran músico cubano, llamado Mario Romeu, me escuchó, me orquestó un par de temas y me presentó en la televisión. Cuando vine a ver, estaba hasta conduciendo un programa. A los 20 años estas cosas pueden ser muy estimulantes. Después, a lo largo del tiempo, he pasado varias veces por etapas de cansancio; pero un buen descanso puede regresar las ganas. Al menos hasta ahora.
-¿Hasta cuándo se ve publicando discos y realizando conciertos?
Puede que esté más tiempo publicando discos que haciendo conciertos.
-¿La palabra “retiro” forma parte de su léxico inmediato?
Oficialmente, para las leyes de mi país, me jubilé cuando cumplí 60 años. Hice una fiesta y todo. Aunque desde entonces he trabajado tanto o más que antes. Nota aquí.
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Mario Vargas Llosa
Adiós a Mario Vargas Llosa
Con el Nobel desaparece un autor cumbre de la literatura en español, un ensayista íntegro y un articulista de radical independencia.
La obra literaria y ensayística de Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo en Lima a los 89 años, no tiene parangón en las letras españolas del último siglo. Los lectores de este periódico lo han sabido durante décadas, porque en él escribió, desde 1990 hasta 2023, tanto sus artículos de opinión de actualidad como su crítica literaria. La insaciable curiosidad intelectual de Vargas Llosa y la necesidad de implicarse en los debates de su época le llevaron a ser para el público mucho más que un autor de novelas. En sus artículos quincenales en este periódico transmitió opiniones radicalmente independientes y a menudo muy pegadas a la actualidad. El lector que quizá esperaba solemnidad y barroquismo tras la firma de un premio Nobel encontraba observaciones expuestas de una manera sencilla, honesta y respetuosa. Igual que podía dedicar un artículo a explicar su fascinación por un cuento de Faulkner, en las páginas de este periódico Vargas Llosa vertió elogios a dirigentes políticos de su agrado, anunció a quién iba a votar, escribió un alegato a favor de la legalización de las drogas y llamadas al entendimiento de los grandes partidos frente a los extremos. Bajo el concepto de “votar mal”, que irritó a algunos, criticó sin complejos cualquier opción política que en su opinión fuera un peligro para la democracia, desde Donald Trump a la izquierda peruana.
“Para poder escribir novelas yo he necesitado siempre tener un pie en la actualidad”, dijo cuando abandonó el columnismo en prensa. Su despedida de los lectores de su página habitual, hace poco más de un año, tuvo la elegancia de preferir el final escogido al final impuesto por la muerte. El agradecimiento de EL PAÍS y sus lectores por este enorme alimento intelectual de tres décadas es infinito.
Mario Vargas Llosa obtuvo todos los premios posibles y vivió incluso el privilegio de que el Premio Nobel resultase casi una obviedad para la inmensa mayoría de sus lectores: “Pero ¿no lo tenía ya?”, fue el comentario casi unánime de quienes siguieron su extraordinaria trayectoria desde que La ciudad y los perros (1962) lo consagró de forma instantánea como un novelista cautivado por el poder, sus enigmas y sus abusos que produjo obras maestras como Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo. El inventario de sus novelas eclipsaría sin embargo la voracidad incontenible de un ensayista apasionado, en perpetua interrogación sobre el mundo.
A los 54 años decidió utilizar su predicamento y su estatura ya mundial para implicarse políticamente en su país. En un episodio que hizo temer a muchos por su trayectoria literaria, en 1990 se presentó como candidato a la presidencia de Perú. Perdió contra el futuro autócrata Alberto Fujimori.
La paradoja definitiva del genio reside en que sus novelas transitaban el terreno de la libertad moral y la ambición omnicomprensiva de nuestras contradicciones —muchos identificaron ahí a un novelista de izquierdas—, mientras que su ensayo de análisis político y su intervención pública lo ubicaron más bien en las zonas templadas del conservadurismo liberal (y moralmente progresista). De lo que no adoleció nunca fue de cobardía o tibieza a la hora de actuar como intelectual en la sociedad de su tiempo: se separó del castrismo de la Revolución cubana a finales de los años sesenta, cuando la mayoría de intelectuales siguieron fieles a una utopía obstruida, y mantuvo una independencia de criterio a prueba de cualquier desafío civil y social. Estar de acuerdo con Vargas Llosa no era obligatorio: leer sus opiniones, sus tribunas, sus novelas, sí lo es. Nota aquí.
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Fernando Navarro
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Rafa Mora
MEA CULPA (Pecados poéticos capitales)
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Joaquín Calderón
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Iván Ferreiro & Xoel López
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Carlos Salem
No hace falta pronunciar tu nombre para sentir
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Celebración del día del libro
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Diego Peretti & Federico D'Elía
"La vida de todos es una actuación constante"
En la comedia escrita por el danés Lars Von Trier, el dueño de una empresa tecnológica contrata a un actor para no hacerse cargo de decisiones incómodas. El estreno habilita a una sustanciosa charla sobre los roles sociales, el estado actual de la industria... y el destino de la película de "Los simuladores".
No todo lo que reluce es oro. El dicho popular, utilizado de generación en generación para no dejarse llevar por las apariencias, se constata a cada paso por propios y extraños. En un mundo en el que lo que se ve es apenas la parte visible del iceberg, la realidad, la verdad, está cada vez más huidiza. En ese juego de engaños al que hay que descifrar en el que se convirtió la vida moderna, profundizada por la comunicación digital, se posiciona la trama de El jefe del jefe, la comedia que el jueves 17 se estrena en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza. La pieza, protagonizada por Diego Peretti y Federico D'Elía y dirigida por Javier Daulte, pone el foco en una empresa de tecnología en la que el supuesto dueño de toda la vida no existe y al que hay que inventar -actor contratado de por medio- para poder venderse, exponiendo las contradicciones del capitalismo y de la vida en sociedad.
Peretti y D´Elía son mucho más que compañeros de oficio. La sesión de fotos expresa una amistad que encuentra en el fútbol y en el oficio intereses comunes, en una charla activa que va y viene entre ellos con la naturalidad de quienes se conocen hace mucho y muy bien. Una amistad que comenzó hace más de dos décadas, cuando en plena crisis económica argentina aquel proyecto chiquito de hacer una serie sobre un grupo de socios que simulaban operativos para ayudar a la gente con problemas comunes se convirtió en Los simuladores, una de las ficciones nacionales más logradas en la historia de la pantalla chica. Una serie que parece cada vez más lejos del cine (ver aparte) y que en El jefe del jefe encuentra el paralelismo de que la trama también se vale de una simulación: un actor (Peretti) es contratado por el verdadero (y camuflado) dueño de la empresa (D´Elía) para hacerle creer a sus compañeros que es el propietario real, cuando en realidad fue él quién durante años tomó todas las decisiones de organización laboral.
“La gente se va a venir a divertir. Es una comedia diría que disparatada, pero no de enredos de living, sino que sucede en una empresa tecnológica”, le cuenta Peretti a Página/12, sobre la obra escrita por Lars Von Trier (el danés cofundador del Dogma 95). “Lo original es que sucede alrededor del mundo de la oficina, entremezclada en la trama con todo el folklore laboral y el mundo del actor. Son dos mundos que parecen antagónicos. Muchas veces los actores o los artistas, cuando nos preguntan ¿qué trabajo no resistiríamos?, casi lo primero que decimos es el de estar todo el día encerrado en una oficina. Y quizás un oficinista o un bancario nos dicen que ellos no entienden nuestros horarios. Son dos universos contrapuestos que chocan en esta obra. Chocan desde un lugar absurdo, no ilógico, sino absurdo, en una trama llamativamente hiperrealista”.
-¿A qué se refieren conque la trama es hiperrealista?
Diego Peretti: -En la trama no hay cosas mágicas. No me gusta decir la palabra porque parece que me estoy aprovechando, pero hay tanta simulación de simulación de simulación, no desde la simulación altanera de Los simuladores que nunca perdían, sino la de una simulación de vida de gente normal que tiene que actuar para resolver un conflicto dentro de una oficina. Todo eso provoca una cuestión de metaactuación que a mí me resulta muy lindo para trabajar el personaje, que es el de un actor contratado por el dueño de esta empresa para hacerse pasar por alguien que no es.
-¿Hasta qué punto llega la complicidad entre el actor contratado y quien lo contrata?
Federico D`Elía: -La única complicidad que existe entre los dos es que el dueño lo contrata a él y nada más. O sea, nadie más sabe que él es un actor. Y el jefe le da una suerte de libreto, lo que puede… Le da ciertas indicaciones, cosas que él tiene que cumplir porque lo que tiene que hacer es muy sencillo. Bah, de inicio parecería ser muy sencillo, pero se va a ir complicando con diferentes cosas que pasan en la trama. La complicidad es entre ellos dos, pero hasta un punto, donde todo ese trato se empieza a irse de la manos. Nota aquí.
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miércoles, abril 16, 2025
Sabina & Leiva
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Café Bar Alsina
Cafetines de Buenos Aires: El Alsina, donde predomina el color rojo en una cuadra repleta de edificios históricos
En la esquina de Alsina y Solís se erige un clásico bar del porteñísimo Centro de la ciudad de Buenos Aires. Está cerca del Congreso y en su cercanía vivió el artista francés Marcel Duchamp en su paso por la Argentina.
En 1941 el pianista Sebastián Piana compuso, con letra de Cátulo Castillo, el tango Tinta Roja. Por entonces, en la esquina sudoeste de Adolfo Alsina y Solís, en una cuadra pródiga en patrimonio histórico y cultural del barrio de Montserrat, se levantó un edificio en cuya planta baja había un bar con billares. Hoy, en el mismo lugar, funciona el Café Bar Alsina. Fui de recorrida y cuando empujé un manijón de una de las dos puertas de doble hoja y entré, me sentí dentro de los versos de Cátulo. ¿Acaso el café está pintado de rojo en su interior? Claro que no. Sin embargo, el rojismo de sus gruesas cortinas, que niegan el paso del sol por toda la esquina, dominan la paleta cromática del lugar.
El Alsina es un clásico café del Centro. Tiene piso con forma de damero, boiserie en todas las paredes que rematan en espejos, mesas con tapas de color verde y sillas acolchadas de la misma tonalidad. ¿Por qué da tan rojo el lugar entonces? Pues por como ingresa la luz del sol y por la cantidad de espejos que multiplican e invaden todo de color rojo.
Ramón Pinto está al frente del Café Bar Alsina desde 2014. Es un gastronómico con muchos años en el oficio. En 1984 entró a trabajar en el Histórico Bar de Diagonal Sur en Presidente Julio A. Roca 622. En mi relato sobre el Bar Comet mencioné al Histórico como una de las referencias inevitables a la hora de hablar de los cafés con carpintería de aluminio que fueron representativos de una época en la ciudad.
Entre 2004 y 2014, don Ramón fue uno de sus socios hasta abrirse del Histórico para asumir las riendas del Alsina. Me cuenta Ramón que antes de desembarcar con su familia en la esquina de Alsina y Solís, el boliche era administrado por unos gallegos que también tenían una fábrica de pastas en la esquina de enfrente. Y que, a partir de su gestión, el local cambió de nombre por “Alsina”. Bien por Ramón. Una manera correcta de generar pertenencia con el territorio vecino es asignarle al negocio una denominación que la barriada pueda apropiarse. Le pregunté a Ramón por el primitivo nombre comercial y me dijo: “Alai”.
Pedí un café y volví a mi mesa para continuar con mis observaciones. ¿A qué me referí cuando dije que la cuadra ofrece un patrimonio cultural de excepción? Por ejemplo, en su arquitectura. En la esquina de enfrente, la sudeste, existe un edificio de rentas, de estilo academicista francés, construido en la década de 1930, que remata en una cúpula, que también es una vivienda familiar, con forma de tambor, de tres niveles.
Pero, específicamente en la cuadra del Café Bar Alsina, a la altura del 1700, las historias vividas son insuperables. En el departamento número 2 de Alsina 1743, a media cuadra del Alsina, entre septiembre de 1918 y junio de 1919, vivió Marcel Duchamp. Esto es al año siguiente de que el creador del arte conceptual presentó, a la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, su obra “La fuente”, el famoso mingitorio. Se desconoce por qué Duchamp pasó una breve temporada en Buenos Aires. Probablemente estuviera relacionada con huir de la Primera Guerra Mundial y evitar su reclutamiento. Lo poco que se sabe de su estadía porteña surge del intercambio epistolar mantenido con amigos y coleccionistas. Tan limitada era la información de la estadía del artista en Buenos Aires, que cuando la Televisión Francesa vino a registrar dónde había vivido Duchamp, nadie por el barrio tenía idea del hecho. Nota aquí.
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Paris Joel
La Guinda
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Tontxu
Elena nos cuenta por Facebook.
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Leiva
Fran nos cuenta por Facebook.
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