domingo, octubre 20, 2024

Joaquín Pérez Azaústre

 Córdoba, deseo y ámbar

Cuando has nacido en ella, pasear una ciudad es encontrarte con tu propio pasado. Sales de la estación y te contemplan todas las miradas que habitaste, con ojos sucesivos, los sueños que perdiste, y también unas cuantas bienvenidas que han ido perfilando tu recuerdo en su fiebre de etapas, porque se van quemando, y su lumbre interior nos calienta el presente. Pasear una ciudad también es escribirla: yo he vuelto a recorrer mi ruta de quioscos en Ciudad Jardín, he atravesado Costa Sol y he vuelto a ver ese barrio joven que en los años 80 anunciaba una prosperidad con ritmo histórico. He llegado a la entrada del reino mágico de la Judería en la Puerta de Almodóvar, ante su sinfonía de estatuas, de Séneca a Maimónides. He contado sus vidas, pero también la mía al habitarlas, al hacerlas reverso de mi piel. He entrado en la Casa Andalusí un mediodía de cielo mineral, cuando ese temporal asoló Córdoba hace menos de un año. He visto en estas calles los pasos de mis padres y mi hijo, y te he amado en Ronda de los Mártires. He llegado a ese canto nocturno en la Mezquita-Catedral y he sabido que el centro del Puente Romano, una tarde de otoño, con pájaros furtivos que parecen volar hacia el pasado, es el centro del mundo.

Cada vez que regreso a Córdoba me encuentro con las sombras de los otros que fui. Es un proceso de reconstrucción: se trata de ir asimilando, y también asumiendo, todas tus miradas anteriores, con sus contradicciones y sus restos de niebla y abandono, desde la pasión del presente. Por eso cuando Manuel Mateo Pérez, editor de Tintablanca, me habló de su proyecto de la colección Ciudades Patrimonio de la Humanidad, supe que había llegado mi momento para escribir Córdoba. Para volver a ella con la mirada plena. Nota aquí.



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