COMO un fugitivo avanza el tiempo hacia el ocaso.
Tal vez, en esa huida inevitable, halle silencio y un súbito mar de reflexiones.
Todo espera allí.
Inerte.
La luz, el vértigo y ese tenue temblor de las horas. Son los años rendidos que reclaman su reino.
Pero ya nada importa.
La noche acecha impaciente y la niebla desciende densa.
Es tarde ya.
Y es entonces,
cuando entendemos, al fin, que los epitafios deben siempre escribirse en vida y
jamás con la muerte.
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