lunes, septiembre 30, 2024

Atahualpa Yupanqui

Imágenes y palabras de un artista fundamental

Entre la primera versión de “Caminito del Indio”, hasta imágenes de sus films, y secuencias de sus conciertos aquí, allá y en todas partes, transcurre este riguroso trabajo documental. 

Una abrumadora y profunda imagen inicial del Cerro Colorado se funde con una música al tono para iniciar el relato. Luego, dentro de la casa que Atahualpa Yupanqui habitó en sus días –tal vez- más luminosos, alguien echa mano a sus recuerdos. Fotos del viejo rapsoda. Notas periodísticas en japonés. Cintas abiertas. Casetes U-Matic, postales... un nutrido archivo conforma un todo escénico y estético junto al rostro del poeta. Y a su palabra, claro. “Yo nací en un pequeño campo de la pampa argentina. Se llamaba Campo de la Cruz, en la provincia de Buenos Aires. Mi padre era mestizo de indios de Santiago del Estero, donde se habla idioma quechua. Mi madre era vasca. De muy niña llegó a Argentina”, empieza a contar Atahualpa, con su grave y pausado tono, musicalizado por un tenue bombo leguero, al tiempo que esas mismas manos del principio, le sacan polvito a fotos en sepia con una escobilla.

Así comienza Atahualpa Yupanqui, un trashumante, documental dirigido por Federico Randazzo Abad, cuyo estreno está previsto para este jueves en tres horarios (16, 17.50 y 22) en el cine Gaumont, y cuyo devenir intrínseco (93 minutos total) despliega al fino el intenso trashumar viajero del guitarrista. Sus interminables travesías a caballo campo adentro y por América del Sur, por caso, que sus palabras tornan elocuente en otro pasaje fuerte del documental. “A caballo, usted llega a una flor, a un amigo, a una piedra, a un árbol, a un rincón, a un arenal, a algo que parece un desierto”, se le escucha decir, perdido entre imágenes en blanco y negro, que lo muestran jineteando entre montañas y cardos norteños.

El relato en primera persona, donde manda Cronos sin veleidades –prima una ajustada secuencia temporal- compensa alteridades a través de la mirada de otros. Logra así un equilibrado péndulo entre quienes dicen al poeta, y desde dónde lo dicen. No es lo mismo, la mirada de la licenciada en letras e investigadora, Fabiola Orquera, cuando se explaya sobre las complejas relaciones maritales que el bravo Yupanqui atravesó en la Argentina (el off de su mujer Nenette no se mete ahí) que el ángulo elegido por el periodista Schubert Flores Vassella, cuyo foco está puesto en las contradictorias derivas políticas del protagonista. Desde su ninguneo al 17 de octubre de 1945 hasta su desafiliación del Partido Comunista, en 1953.

El corte geográfico en torno a la vida de Yupanqui se deja traslucir con supina claridad en los testimonios de su hijo, Roberto “Coyita” Chavero; del musicólogo, traductor y amigo japonés de Atahualpa, Jiro Hamada; y del coleccionista e investigador yupanquiano, Patrick Clonrozier. Mientras el primero, rememora detalles de su infancia de a caballo, en Cerro Colorado (“Fue un lugar sanador para mis padres, y también para mí”, evoca), el nipón recuerda que su país y Hungría eran los que más le habían gustado al cantor de las artes olvidadas, y el galo pone la lupa en el concierto que dio junto a Edith Piaf, durante su primer viaje a Francia, en 1950. Nota aquí.



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