martes, diciembre 02, 2025

The Marine Bar

 Cafetines de Buenos Aires: historias breves del “antro” que fue un burdel portuario y mantiene la autenticidad de los años sesenta

The Marine Bar ocupa la Avenida Juan Díaz de Solís y el Pasaje Coronel Dreyer en Dock Sud. En 1960 había quince bares similares en la zona: solo uno resistió a la transformación de la ciudad. Entre reliquias náuticas y platos caseros, se convirtió en refugio de camioneros, vecinos y trabajadoras sexuales. Una visita a un escenario único que guarda secretos y memorias.

Por tercera vez desde que escribo estos relatos salgo de los límites de la ciudad. En esta oportunidad, me trasladé unos pocos kilómetros de mi casa en La Boca. Pero con el cruce del Riachuelo mediante porque hoy vengo a contar la historia de un bar portuario de Dock Sud: The Marine Bar.

Mi primer encuentro con The Marine ocurrió en 2014. Para cuando a Dock Sud se le otorgó oficialmente el rango de ciudad. Hasta ese entonces, la barriada consolidada por más de un siglo sobre la margen sur del Riachuelo, con una riquísima vida social y cultural, no era más que un puerto que pertenecía al partido de Avellaneda. Con motivo del reconocimiento, el municipio organizó una serie de acciones. Por ejemplo, la realización de un documental. Y yo fui el guionista designado.

Durante una semana fuimos a diario hasta el Doque. Siempre tras una imagen espontánea de vida cotidiana. En cada esquina tenía la ilusión de toparme con un boliche que representara la vida portuaria del siglo XX. Cuando me estaba ganando la desilusión, en una de las tantas vueltas, terminamos frente al canal Dock Sud. Era por ahí. Por supuesto. Mi sueño se materializó y no era un espejismo. En la esquina de la Avenida Juan Díaz de Solís y el Pasaje Coronel Dreyer, cerrado pero de pie, me topé con un auténtico bar portuario. Un soberano “antro”: The Marine Bar.

De regreso a las calles principales del barrio, comencé a preguntar en todos los comercios algún dato que me permitiera visitar ese templo. Lo conocían todos. Por lo que me fue fácil dar con el nombre y el domicilio de su dueño: Mario. Y fui por él.

The Marine Bar data de 1920. Los primeros dueños fueron de origen alemán. Le pusieron un nombre en inglés para empatizar con los marinos de ultramar que venían por las vacas del Frigorífico Anglo ubicado en la cercanía. Dock Sud supo ser el territorio donde proliferaron industrias y talleres de todo tipo: al mencionado Anglo hay que agregarle La Blanca, la jabonera Lever Hnos, la papelera Chiozza, la fábrica de ventiladores Thot, la fábrica de cocinas Dauco, los talleres navales Príncipe y Menghi y Dodero, la Compañía Química, las usinas Italo y la Chade, y la aceitera Dock Oil. Sus empleados se entremezclaban con la tripulación de los buques de ultramar en los bares sobre el Riachuelo. Otro país. Dock Sud llegó a tener, en los años sesenta del siglo XX, unos ciento cincuenta bares y restaurantes. Entre diez y quince eran bares similares a The Marine. Toda esta información me la contó Mario, un veterano de casi 80 años, dentro del bar. Nota aquí.









Piti Fernández


 

Pablo Mondello

 

Ramón Serrano

 FUM, FUM, FUM

Este silencio que me atenaza
esa penumbra que me taladra
esa quietud que paraliza mi mañana
y convierte el parque en una espera en lontananza
vendrá la noche imperecedera
entornaré los párpados
y pondré una noria iluminada en mi ventana
las acacias inmóviles aguardarán
cambiarán el color y su arrogancia
enmudecidas
parecerán un esbozo de diurnos fantasmas
Ay de la mañana silenciada
viejo palacio ahora en ruinas
aquellas playas de ávidas carnes
adolescencia pura de tranvías y alpargatas
inquieto sol que mi piel reclama
recojo mis líquidas tristezas
guardo en el joyero mis lágrimas de esmeralda
y me hundo en mi conciencia
la que me dice en secreto
aguarda como aguardan las acacias
yo sé que es inútil
no hay hojas verdes definitivas
toda primavera se acaba
tenemos aquí un invierno que congela
adornamos el bosque de vatios y guirnaldas
pastorcillos de Belén
magos a los que coronamos de reyes
una estrella plateada
corderitos y nieve en la arpillera enyesada
-fum fum fum
el decembre congelat-
Quia! nada que hacer
no hay tregua en esta guerra
-el hipotálamo lo sabe-
toda esperanza mata.



Emiliano del Río


 

Diego Torres, Natiruts & Rayko B

 

Eduardo Mendoza

 “No queda nada de la Barcelona en la que nací”

EL PAÍS acompaña al escritor catalán, premio Princesa de Asturias de las Letras, durante la jornada de inauguración del salón literario de la FIL de Guadalajara

Un espeso bigote blanco avanza por los pasillos de la Feria de Guadalajara, indiferente al efecto que causa a su alrededor. Tras él se dibuja una sonrisa afable y pícara, y una boca que fluye entre el catalán y el español con la misma naturalidad con la que un vaso vuelca su contenido en otro. En el país de los bigotes, este no es, sin embargo, el bigote de un hombre mexicano, sino el del multipremiado y querido escritor Eduardo Mendoza, sobre el que todavía pesa el cansancio de un viaje que terminó la madrugada anterior. “La próxima vez, voy a pedir que el premio consista en estar tranquilo”, bromea el flamante Princesa de Asturias de las Letras de camino al salón literario que inaugurará media hora después. EL PAÍS lo acompaña a esta y a las demás actividades de un día en el que todo el mundo quiere intercambiar con él un beso, un abrazo o apenas unas palabras de cariño o admiración.

Mendoza encabeza la delegación de la ciudad invitada a un encuentro del que solo tiene cosas buenas que decir. “Una feria es lo contrario de la guerra. La gente se junta, negocia, habla y luego se va a tomar unos vinos, y esto me parece la civilización”, afirma optimista. El escritor catalán está nervioso por el discurso que dará a continuación. Le preocupa quedarse corto o pasarse de tiempo, que la gente se aburra, que se quede sin cosas que decir. Su desenvoltura y su humor, sin embargo, apuntan en dirección contraria. El autor barcelonés, de 82 años, tiene motivos para la alegría. Este año no solo ha sido reconocido con el prestigioso galardón español, sino que celebra el 50 aniversario de su debut literario, La verdad sobre el caso Savolta, que venció a la censura franquista y puso la primera y decidida piedra en un camino empedrado de éxitos, aunque él se resiste a pensar en ello. “El tiempo hace cosas muy raras con las personas y con los libros. Este libro ha tenido una vida propia que yo no he controlado y ahora nos volvemos a encontrar: él, igual; y yo, 50 años más viejo”, señala.

Ha cambiado mucho en estas cinco décadas, dice, “de arriba abajo”. Quiere pensar, sin embargo, que conserva “la curiosidad, las ganas de aprender”. A veces es fácil engañar al tiempo, porque “uno se mira al espejo y no se ve”: solo distingue el paso de los años sobre la piel cuando se topa con una vieja fotografía en la televisión. Cosa distinta es su cosmopolita Barcelona natal. “Ha cambiado mucho, pero todas las ciudades cambian a una gran velocidad. Van mucho más deprisa las ciudades que las personas”, asegura: “Uno mismo no reconoce la ciudad en la que nació, porque ya no queda nada de ella. En cambio, de nosotros, sí”.

—¿No ve nada de la Barcelona de entonces?

—No, la recuerdo, pero no la encuentro, porque no está, no existe. Existen las piedras, las calles, el metro, pero todo ha cambiado: las relaciones, la forma...

A esa Barcelona que es escenario de su vida y de sus novelas, pero también protagonista de ambas y de esta convocatoria de la FIL, le ha dedicado el discurso inaugural, en el que ha hecho un repaso de la urbe desde la época de los íberos hasta la actualidad. “Les contaré cosas que no están en las bases de datos, seguramente porque son falsas, pero que forman parte de la memoria colectiva, de la manera que tenemos los barceloneses de ver Barcelona, y de la manera que tienen los forasteros de verla cuando llegan. Una historia imaginaria de la ciudad”, ha prometido, y el público ha reído cómplice y atento. Muchos harán cola más tarde para llevarse su firma estampada en alguno de sus libros, que son muchos y le han granjeado un club de lectores “devoto y fiel”, en sus palabras, que sigue “renovándose” con cada generación. Nota aquí.




Ismael Serrano


 

El Roto

 


lunes, diciembre 01, 2025

Joaquín Sabina

 Vivió para cantarlo: Sabina revienta el medidor de emociones en su último concierto

El cantante se despide de las giras con un concierto en Madrid para cantar y escuchar con el corazón encogido.

Saluda con el sombrero negro y sonríe mientras suena por los altavoces La canción de los (buenos) borrachos… “que de madrugada vuelven al hogar”. Procede con otra reverencia y se marcha por un lateral del escenario. El concierto ha terminado. El último de Joaquín Sabina y en la ciudad donde vive, Madrid. Alguien dice que ha detectado lágrimas en el rostro del eterno crápula. Difícil visualizarlo desde la grada. Quizá algunos lo aseguran para compartir ese momento de sacudida, ya que ellos sí han tenido que enjugarse los ojos con sus dedos para contener los estragos de la emoción.

Un ictus, una caída dramática desde el mismo escenario de anoche (Movistar Arena), mil juergas y decenas de inmortales canciones después, Joaquín Sabina (Úbeda, 76 años) se despidió anoche “de los escenarios multitudinarios”. Y así lo dijo en el tramo inicial del concierto: “Este concierto en Madrid es el último de mi vida y el más importante porque es el que más recordaré”.

Se guarda el maestro “el as de reaparecer a placer, sea porque las musas me susurren poemas o canciones que merezca la pena compartir, o porque me piquen las ganas de subirme a cualquier entarimado para darme, darnos, un homenaje”. El entrecomillado pertenece al protagonista y lo dijo al anunciar esta serie de conciertos. Lo que parece seguro es que las grandes giras se han acabado, así que lo de anoche pintó mucho como algo parecido a un réquiem, una coda a una carrera soberbia, con sus resbalones, sí, pero quién no cayó en un camino que dura ya cinco décadas. Y tuvo que ser un domingo, ese día de la semana que no le gusta al protagonista, como luego cantó en Contigo (“yo no quiero domingos por la tarde”), pero se celebró en horario nocturno, cuando los ataques de melancolía se hacen más llevaderos.

El concierto número 71 de una gira, Hola y adiós, que comenzó en enero y su décimo (¡diez!) Movistar Arena del año resultó un deleite para el paladar emocional del público, con un Sabina realizando esfuerzos para no derrumbarse, que para eso ya estaba su fiel audiencia, que llenó el recinto en sus 12.000 localidades, todos sentados, también la parte de la pista, aunque el público dejó sus butacas en muchas ocasiones para jalear al protagonista y bailar.

Porque Sabina ofició un espectáculo de alto voltaje emocional a pesar de ese extraño inicio, con la canción El último vals sonando en una grabación de estudio, con los músicos todavía colocándose en sus posiciones y el jefe esperando en camerinos. ¿No podrían haberla interpretado en directo? Resultó una templanza puntual, porque a los pocos minutos apareció el protagonista y aquello se inundó de aplausos, “oooooh” y “Sabina no te vayas”. Nunca hubiera sido un recital tan de encoger el corazón sin la entregada predisposición del público, que se tomó la noche como una despedida en toda regla, un adiós a alguien que lleva entregándoles música y poesía con una aceptación popular que solo Joan Manuel Serrat es capaz de superar.

Comenzó con el homenaje a la ciudad donde más ha vivido, Madrid, aportando Yo me bajo en Atocha, una canción que describe una urbe que se añora viendo la deriva que está tomando la capital en los últimos tiempos. Sabina ejerció de jefe en su última cena en el centro del escenario, sentado en un taburete alto. A su vera, una mesita con un vaso de... agua. Cómo han cambiado las cosas. Enfrente, una pantalla con lo que se supone eran las letras de las canciones, ya que miraba con asiduidad en esa dirección. No pasa nada: son muchas poesías escritas y la memoria ya sabemos que tiene la mala costumbre de oxidarse con el paso del tiempo. Su espléndida banda de siete músicos le guardaba la espalda elevada en una plataforma. Cada uno tuvo su protagonismo realizando incursiones al terreno del jefe para ejecutar solos instrumentales. En unas grandes pantallas se proyectaron imágenes alusivas a la canción que se tocaba. El efecto producía una comunión sencilla pero bonita entre imagen y música.

Eligió el jiennense un repertorio de cadencia reposada, a veces parsimoniosa (no se puede tocar más lento Calle melancolía), poca presencia de rock and roll y composiciones para que su público, que ya llegó con la garganta caliente, coreara sin estridencias, bamboleando la cabeza suavemente, con la variante del movimiento de los brazos arriba de un lado a otro (“y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres…”), y muchas veces con el nudo de la conmoción agarrado al cuello. Ofreció pronto esas recientes canciones crepusculares donde ironiza sobre los tópicos que se le adjudican (algunos reales, otros exagerados) y hace balance desde la rampa de salida: “Lo niego todo, hasta la verdad”. Mentiras piadosas sonó estupenda, despojada de esos arreglos verbeneros de la grabación original.

La siempre descuidada voz de Sabina amenazó con romperse en alguna ocasión, pero ese quebrado vozarrón aguantó en el alambre. En el declinar de su carrera y después de 70 recitales en diez meses ya parece más cosa de un pacto con satán en una de sus noches de farra el que aguantase a un digno nivel esta última cita. Pero sí, le quedó aire en los pulmones para permanecer dos horas y cuarto en el escenario, con alguna escapadita para buscar oxígeno. En esos descansos del jefe, Jaime Asúa (algún día habrá que tributar como se debe a esos Alarma!!! que formó junto a Manolo Tena) interpretó Pacto entre caballeros, ese portento de garganta que tiene Mara Barros acometió con poderío Camas vacías, y Antonio García De Diego, el hombre para todo, entregó una deliciosa La canción más bella del mundo.

Con un tono arenoso que en los últimos tiempos se ha impregnado de una calidez que solo se consigue cuando ya la veteranía es algo más que un grado, Sabina demostró que ya no es un cantante; él interpreta, cuenta, otorga vida a sus hermosos versos, se zambulle en ellos, arranca las palabras de su boca y las suelta. Y eso lo hace creíble porque está (o lo finge muy bien) comprometido con la letra. Se llama comunicación pura y dura. Sus palabras le salieron alquitranadas, penetrantes. Solo le faltó anoche un pitillo humeante en la comisura de los labios para completar esa figura orgullosamente desgastada. Seguro que él hubiera matado por esa dosis de nicotina.

Tomó una guitarra para alguna canción, como en 19 días y 500 noches, De purísima y oro, que sonó soberbia. Para las piezas más lentas (todavía), como las bellas Una canción para la Magdalena o Por el bulevar de los sueños rotos, cambió el taburete por una silla baja. Dio lustre vocal a las dos Mara Barros. Quizá los más musiqueros echaron de menos algún cambio en un repertorio demasiado rígido durante toda la gira; quizá aquellos que disfrutaron al combativo Sabina ochentero se hubieran marchado a casa más satisfechos si el protagonista hubiera pronunciado algún incisivo discurso, con lo turbio que anda el panorama. ¿Algún invitado significativo? Pues también. Son pegas a un espectáculo disfrutón y sentimental, un homenaje compartido que gozaron, al mismo nivel, Sabina y los espectadores.

Terminó la fiesta con un stoniano Princesa, con los músicos situados al mismo nivel que el jefe y la gente, ya olvidada la compostura de las butacas, bailando y a las puertas de una laringitis de tanto cantar. Si existiera un medidor de escalofríos anoche habría llegado en muchas ocasiones a la parte más alta.

Después del recital, Sabina recibió a sus amigos en una sala del mismo recinto para continuar su fiesta de despedida, ya de un formato íntimo. El lunes se levantará en su casa de Tirso de Molina, suponemos que con algo de resaca. Ya no quedan más conciertos. Leerá, escribirá y pintará. Cuando le visiten las musas tendremos noticias suyas. Nota aquí.







Salvador Amor


 

Luis Eduardo Aute

 

Albert Pla

 “Siempre está bueno aprender de los demás”

El cantante, músico y actor grabó junto a Raül Refree y Sebastián Teysera, frontman de La Vela Pueca. La canción será parte de su próximo disco.

Albert Pla ha sido un habitué de los escenarios rioplatenses durante muchos años, pero desde 2022, cuando se presentó en Buenos Aires con el guitarrista Diego Cortés (integrante del grupo Kejaleo, todo un híbrido entre el flamenco y el jazz fusión), no regresó a este lado del Atlántico. Antes de que el extrañamiento siga estirándose, el músico, escritor y actor catalán puso a circular recientemente su nueva canción: “Perdónenme”, suerte de tributo a la Argentina y Uruguay con el que pretende justificar su ausencia. “Perdónenme por ser así. Yo soy ese boludo, un pobre pelotudo, que canta por el mundo y no se sabe la canción”, versa el estribillo del tema, para el que invocó a Raül Refree y también a Sebastián Teysera, frontman de la agrupación uruguaya La Vela Puerca.

“Con los de La Vela nos conocemos desde el primer concierto que hicimos en Uruguay y quedamos en hacer algo juntos algún día”, explica Pla, vía Zoom, desde su hogar en la localidad catalana de Girona. “Al final, cuando hice esta canción, pensé que Sebas era la persona ideal para cantarla por la letra. La hicimos a distancia: le mandé la maqueta, le puso su voz y me pasó una foto para el video”. El artista confiesa además que “Perdónenme” se encuentra inspirada en el rock argentino: “Desde el momento que la empecé a componer, me pareció un poco una sátira del rock argentino, un homenaje caricaturesco a ese ‘malditismo’ que les gusta tanto a los rockeros argentinos. Tiene ese espíritu a Calamaro porque siento ternura por todos esos rockeros de allá tan malotes”.

-¿Por qué convocaste a Sebastián Teysera en vez de alguno de estos rockeros ‘malotes’ argentinos?

-Lo invité porque tengo la sensación de que las letras de La Vela Puerca son optimistas y eso genera una sensación rara de contraste. Terminó siendo una canción irónica. Imagino que todo el mundo ha tenido esa sensación distópica de que no ha hecho nada bueno, de que ha estropeado las cosas un poco más. No creo que sólo me pase a mí.

-¿La canción la tenías archivada?

-Esta letra es nueva. Cuando digo nueva me refiero a que la compuse hace dos años. Y me pareció que ahora era el momento de darle salida.

-Este single forma parte de un grupo de nuevas canciones que fuiste publicando desde el año pasado. ¿A qué se debió ese arrebato?

-La verdad es que sí, es así como lo dices. Desde los últimos tres o cuatro años he ido haciendo canciones, y ahora las vamos a incluir todas en el disco que sacaré el año próximo, que estará compuesto por entre diez y quince. Sería mi primer álbum de canciones en mucho tiempo, algo raro en mí por el tipo de discos que estuve haciendo (basados en espectáculos musicales como Miedo). Por eso decidimos sacar estas nuevas canciones cada tres meses. Antes de “Perdónenme”, lanzamos “Todo me va bien”, junto a Kase O. Nota aquí.



Carlos Chaouen


 

Rafa Pons

 

Fernando Lobo


En la costa de Agaete,
se cayó el dedo de Dios
(y más de uno lloró),
hoy otra pena arremete.
hoy se nos hace un boquete
en el alma, y queda sola
la esquina, ya no acrisola
su lindo punto de encuentro,
y nos duele bien adentro
porque ha cerrado el Perola.

Fabiana Cantilo


 

Sara Sístole

 

Curro Romero

 Camas dedica un monumento a Curro Romero, su ‘hijo predilecto’

El torero, que el 1 de diciembre, cumple 92 años, descubrió un busto del que es autor el escultor Martín Lagares.

“Gracias al pueblo de Camas que siempre me ha tenido cariño verdadero, y ya no puedo más”. Estas fueron las escuetas y sentidas palabras que pronunció este sábado el torero Curro Romero instantes después de que descubriera el busto que el Ayuntamiento le ha dedicado a las puertas de la peña taurina que lleva su nombre.

El maestro, hijo predilecto de su pueblo natal, que el 1 de diciembre, cumple 92 años, y que está retirado de los ruedos desde octubre de 2000, llegó en una silla de ruedas, visiblemente emocionado, y estuvo acompañado por su esposa, Carmen Tello, y una amplia representación de toreros y aficionados.

La escultura es un busto que reproduce con fidelidad el gesto del torero, y del que es autor el artista sevillana Martín Lagares, que también esculpió el monumento a Antonio Chenel Antoñete que fue inaugurado el pasado 12 de octubre frente a la Puerta Grande de Las Ventas, por iniciativa de Morante de la Puebla.

El alcalde de la localidad sevillana, Víctor Ávila, destacó que este acto “rinde homenaje a una trayectoria irrepetible, a un artista que llevó el nombre de Camas por toda España y por todo el mundo”.

Este ha sido el tercer acto público al que acude el torero tras ser dado de alta el pasado 27 de septiembre en el hospital Virgen Macarena de Sevilla de un cuadro de neumonía. En noviembre ha viajado en dos ocasiones a Jerez de la Frontera para asistir a los entierros del torero Rafael Paula y del rejoneador Álvaro Domecq. Nota aquí.




Ariel Rot


 

Gustavo Santaolalla

 

Rafa Mora & Moncho Otero

 Rodolfo nos cuenta por Facebook.

El lunes, 1 de diciembre, a las 7 de la tarde, se reúnen un montón de amigos en el Café Comercial para hacer un Justo y merecido homenaje a Rafa Mora y Moncho Otero.
Ellos, que han homenajeado con su música a cientos de poetas, recibirán el cariño y la admiración que tantos y tantos sentimos por ellos.
He dicho siempre que estos poetas y músicos (excelentes como poetas y magníficos como músicos) han hecho más que el Instituto Cervantes o la Real Academia Española por la literatura y la difusión de la poesía. Y con menos gasto para las arcas públicas.
Para mí es un honor haber sido uno de los afortunados a los que Rafa y Moncho les iluminaron los versos y los vistieron con la magia de su música.
En este mundo, donde tan difícil es reconocer el talento ajeno, es una gran noticia que un grupo de amigos se reúnan en torno a Rafa y Moncho, para dejar constancia de su reconocimiento y admiración.
Gracias, Moncho. Gracias Rafa. Por vuestro cariño, por ese talento generoso con el que habéis arropado y embellecido nuestros versos .



Eneko


 

domingo, noviembre 30, 2025

Alejandro Vigil

 Alejandro nos cuenta por Facebook.

A veces pienso que el vino me encontró antes de que yo lo eligiera.
Como esas cosas que uno no explica, pero siente en el pecho, en la piel, en la memoria.
No fue una decisión: fue un pulso.
El vino me enseñó a mirar distinto.
A detenerme en lo pequeño: una piedra, un olor que vuelve, un racimo que te habla bajito como si contara un secreto que solo vos podés entender.
Me enseñó que cada viñedo es una geografía emocional:
no un mapa, sino una forma de sentir.
Que trabajar la tierra es entrar en un territorio que también te habita.
En cada copa hay algo mío que no sé si puse o si el vino me robó sin pedirme permiso.
Un recuerdo, una duda, una alegría que se quedó anclada en algún sarmiento.
Es raro, pero siento que cada vino que hago me ordena un poco.
Me acomoda el alma, como quien gira una foto vieja y la vuelve a poner derecha.
El vino me dio una forma de vivir:
ser simple cuando todo se complica,
ser honesto cuando nadie mira,
ser cercano cuando la vida empuja lejos.
Y también me dio una certeza:
que no es solo una bebida:
es un territorio entero que se abre en una copa.
Una manera de volver a casa,
aunque esté lejos.
Una manera de recordar quién soy.
Al final, si digo que el vino es mi vida,
es porque me sostuvo cuando dudé, me acompañó cuando soñé,
y me enseñó que ninguna historia es solo de uno:
siempre es de muchos.
De la tierra, de la familia, de la gente que camina con vos.
Y de esa parte tuya que —aunque no se vea—
queda guardada para siempre en cada botella.
Una hermosa foto de la @chachingowinefair



María Dueñas

 


Paula Mattheus

 

Flores para Antonio

 Flores para Antonio’: Alba Flores ajusta cuentas con el fantasma de su padre para recuperar su propia voz

El documental de Isaki Lacuesta y Elena Molina acompaña a la hija del músico, fallecido en 1995, en un emotivo y contenido ejercicio de amor y memoria.

¿Quién fue Antonio Flores? Para Alba Flores, la respuesta es tan sencilla como insondable: su padre. Fallecido en 1995 cuando la actriz tenía ocho años, su fantasma ha marcado la vida de una mujer que ha crecido haciéndose preguntas que no se atrevía a formular. La mayor virtud de Flores para Antonio, el documental de Isaki Lacuesta y Elena Molina sobre el músico, es la sinceridad de ella. Se trata de un ajuste de cuentas hija-padre a través del amor y la memoria, un ejercicio que sale airoso por esa honestidad y por el innato carisma de la primera nieta de Lola Flores.

A sus 39 años, Alba Flores ha buscado las respuestas a través de un trabajo contenido pese a su carácter íntimo y emotivo. Es un viaje introspectivo en el que los dibujos, collages, canciones, maquetas y cintas inéditas del cantante permiten al espectador acompañar a la actriz en busca de su padre y de su propia voz. Flores para Antonio habla de una hija que necesita comprender (y compartir) quién era su padre, cuáles fueron sus éxitos, sus inseguridades y debilidades. Por qué murió si ella lo quería tanto. Alba Flores dejó de cantar por rabia cuando él la dejó y ha necesitado compartir su dolor para volver intentarlo.

Como es inevitable con todo lo que tiene que ver con esta familia de artistas, Lola Flores ilumina desde su tumba el documental de la nieta. Como siempre, el humor llega de su mano. Cuando nació el Loliyo (Antonio) hasta Ava Gardner fue al bautizo, y la intensa relación de la Faraona y su hijo centra buena parte de la película. Las cariñosas voces de sus tías, Lolita y Rosario, y de su prima Elena Furiase, los testimonios de los buenos amigos o de su madre (una estupenda Ana Villa) ayudan a entender mejor cómo fue la vida del hijo del Pescaílla y Lola Flores.

En uno de los archivos que recupera la película, Alba Flores rompe a cantar con su padre. Solo es una niña pequeña recostada en un sofá jugando a seguir los compases de un blues, una niña que saca de forma natural una voz que se quebró cuando un cóctel de drogas y tranquilizantes acabó en una sobredosis accidental de su progenitor. Es uno de los momentos clave, en el que la actriz confiesa por qué no se ha permitido a sí misma volver a cantar. Alba Flores muestra su dolor con una naturalidad y verdad desarmantes. Es la naturaleza de una familia que ha crecido de cara al público. Quizá por eso este documental funciona tan bien. A su manera, consigue cerrar un largo duelo y concede a Alba Flores la última palabra. Nota aquí.



Luis Fercán


 

Gracias !!!


 

Guada e Ismael Serrano

 

Joaquín Sabina

 Joaquín Sabina dice adiós: "¡Qué manera de subir y bajar de las nubes!"

Este domingo en Madrid, último concierto de la última gira del cantante que sin hacer deporte presume de amistad con deportistas... y que compuso el himno del Centenario del Atlético.

Hola... y adiós. La de este domingo 30 de noviembre será la última noche de la última gira. 71 conciertos después, Joaquín Sabina se despide en (pongamos que hablo de) Madrid. Fueron 28 de la gira americana, diez de ellos en Buenos Aires, entre enero y abril. Van a ser 41 en España (más sendas escapadas a Londres y París), diez de ellos en la capital, entre mayo y noviembre. El último vals se ha guardado por supuesto para el Movistar Arena, antes Wizink Center, antes aún Palacio de los Deportes, escenario de tantas noches de gloria, pero también, porque los grandes maestros sólo entienden como opciones la puerta grande o la enfermería, del 'Pastora Soler', de la pérdida de voz o de la caída al foso.

Sabina no ha sido deportista ni paladín del deporte. "Yo soy un caballero, ¿por quién me tomas?", respondió en su día cuestionado sobre si alguna vez en su vida había ido a un gimnasio. "Paso por las puertas de los gimnasios y escupo al suelo", añadió con esa forma tan seria de bromear que ha tenido siempre. Así que lo más deportivo de Joaquín han sido quizás las amistades. “Estoy en tu programa para celebrar que los dos estamos vivos y flacos”, espetó a Maradona cuando en 2005 acudió como invitado a 'La Noche del 10'. Para el Diego serían también, por más que no todos se tradujeran en canciones, algunos de sus versos más emocionantes.

Y, aunque daba para pullas ("mira si soy colchonero, que paso por Concha Espina como pasa un forastero...), la relación de Sabina con el eterno rival ha tenido su punto curioso desde el momento en que cultivó una amistad con Guti (hizo coros en 'Tiramisú de limón') de la que a su vez derivó el encuentro posterior con Leiva... productor de los últimos lanzamientos del cantante de Úbeda. Joaquín también respetó profundamente la figura de Alfredo di Stéfano, con el que compartió mesa y mantel, y dejó una estrofa con clave blanca en la maravillosa 'Eva tomando el sol': "Pronto en cada ventana hubo un marido, a la hora en que montaba el show mi chica, aunque en la tele diera en diferido el Real Madrid-Benfica..."

Pero el Atlético, por supuesto. El equipo del que se hizo y del que se dejó hacer. El himno del Centenario con más de 20 años ya, "qué manera de subir y bajar de las nubes...", o la canción de la pandemia relativamente reciente, "y ganar y ganar y ganar...", pero tantas otras referencias: "Una Hispano-Olivetti con caries, un tren con retraso, un carné del Atleti..." ('La canción más hermosa del mundo'), "Al día siguiente hablaban los papeles de Gilda y del Atleti de Aviación" ('De purísima y oro'), "Su santo y su torero, su Atleti, su Borbón..." ('Yo me bajo en Atocha'), "Hinchas del Atleti, gángsters de Coppola, verónica y cuarto de Curro Romero" ('Más de cien mentiras'), "Hoy dice el periódico que ha muerto una mujer que conocí, que ha perdido en su campo el Atleti..." ('Eclipse de mar')

Sus letras también guardaron hueco para otros conjuntos, "Y cuando gana el Barça cree que hay Dios y es azulgrana" ('Mi primo El Nano') o "Se masticaba en los billares que el Rayo había bajado a Segunda" ('Barbi Superestar'), pero quizás ninguna con tanto argumento futbolístico como 'Dieguitos y Mafaldas', inspirada en el romance que mantuvieron Sabina y Paula Seminara, una fanática de Boca Juniors que a su vez terminó escribiendo un libro cuyo título hacia referencia a un verso de la canción: "De González Catán en colectivo..." También conviene aludir, por cerrar con el fútbol, a 'Todos menos tú', "guitarristas de Loquillo, Kubalas de banquillo", y, por cerrar con el deporte, a 'La del pirata cojo', "desertor en la guerra, boxeador en Detroit".

Ahora la vida seguirá, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Pero también la obra, cientos de canciones eternas... y las que se siguen escribiendo estas semanas. Si no sorprende con un cambio de repertorio en la última cita, que todo puede ser, y antes de la que se presume como ovación memorable, la última que suene será 'Princesa', compuesta en 1986. Casi 40 años después, nadie piensa buscar otro perro que le ladre. Sabina se baja en Atocha. Superviviente, sí, ¡maldita sea! . Nota aquí.




Pedro Guerra & Javier Álvarez


 

Eladio y los Seres Queridos

 

Daniel Cros & María José Hernández

 CiberCanción de Autor nos cuenta por Facebook.

𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤 𝐅𝐫𝐢𝐝𝐚𝐲 𝐞𝐧 𝐋𝐚 𝐋𝐚𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐌.ª 𝐉𝐨𝐬é 𝐇𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳 𝐲 𝐃𝐚𝐧𝐢el Cros

La tarde del Black Friday, mientras las calles de Madrid vibraban al ritmo frenético de las compras, el Centro Cultural El Greco del barrio de Latina ofreció una alternativa luminosa: el primer concierto conjunto de Daniel Cros y María José Hernández, un dúo recién nacido y ya lleno de armonía, que eligió justamente ese día para demostrar que la música es el antídoto perfecto contra el consumismo feroz.
Daniel Cros, Hijo de una casa llena de arte, creció entre colores y fotografías hasta encontrar su propia voz en la música. Empezó en el pop-rock barcelonés, pero el Caribe y La Habana le descubrieron nuevos latidos que transformaron sus canciones en puentes entre mundos. Disco a disco viajó por España y América, llevando su mezcla de son, bolero, jazz y canción de autor. Fundó Rosazul, refugio creativo para él y otros artistas. Su trayectoria es un viaje constante: de la intuición juvenil a la madurez musical, siempre buscando luz, ritmo y emoción en cada canción.
María José Hernández, desde adolescente, su voz apareció como un relámpago claro, capaz de detener al público y abrirle las puertas de una vida dedicada a la música. Cada disco —de La línea del cielo a Cartas sobre la mesa— ha sido un capítulo íntimo, tejido con deseo, memoria y una verdad que madura con los años. Ha cantado a Labordeta desde lo femenino, ha viajado por medio mundo dejando su huella firme y dulce, y ha compartido escenario con nombres imprescindibles de la canción. Su voz, versátil y bella, ha cruzado fronteras y estilos, encontrando siempre un lugar donde ser escuchada. Con proyectos como "Vívere Memento", ha unido tradición y presente, memoria y piel. Auténtica y reconocida, su carrera es un continuo refugio de sensibilidad y verdad.
Con estas dos trayectorias dialogando por primera vez en un mismo proyecto musical, el concierto estuvo envuelto en un clima de intimidad serena. Desde el primer acorde fue evidente que Cros y Hernández no solo comparten canciones: comparten una forma de estar en el escenario, una manera honesta y limpia de ofrecer música sin artificios.
Mientras en la calle el Black Friday prometía “ofertas únicas”, dentro del auditorio se ofrecía algo que no se devalúa: emoción de primera mano, sin código de descuento.
La complicidad entre ambos se hizo especialmente patente en los dúos de guitarra: un diálogo cálido, exacto, sorprendentemente natural para tratarse de un proyecto recién estrenado. Las dos voces empastaron con suavidad, sin competir, respirando juntas como si llevaran años encontrándose en los mismos escenarios. Uno de los momentos más hermosos de la tarde llegó cuando María José interpretó "Guárdame" de José Antonio Labordeta, en esa forma suya, sublime y honda, que logra detener el aire. Cros acompañándola con sutileza y respeto, sosteniendo la atmósfera con su guitarra y permitiendo que la emoción se volviera protagonista. El repertorio viajó por homenajes y climas distintos: Labordeta, una ranchera que llenó el espacio de melancolía luminosa, ”Entre mis recuerdos” de Albert Hammond, que se hiciera célebre en la voz de Luz Casal. Todo sostenido con ese pulso tranquilo que invita a escuchar sin prisa, a dejar que la música haga lo suyo. Fue un concierto pausado, equilibrado y profundamente disfrutable, el tipo de experiencia que recuerda que existe un refugio posible del ruido: un lugar donde dos artistas conversan con canciones y el público, agradecido, escucha.
Salimos del Centro Cultural El Greco con la sensación de haber elegido la mejor “compra” del día: un rato de belleza que no cabe en bolsas ni se paga con tarjeta. Una ganga.
Porque en días de consumo compulsivo, la música —sobre todo la de Cros y Hernández— es siempre la verdadera oferta irrepetible.
Mañana por la tarde tenéis una nueva oportunidad de disfrutar de su música en el centro cultural La Elipa a las 19:00 h. A un precio super rebajado (cero euros)
Las ofertas del viernes negro caducan a medianoche; la oferta de una buena canción no caduca nunca.— con Daniel Cros y María José Hernández.