Nubes altas
lunes, diciembre 22, 2025
Rodolfo Serrano
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El Principito
El hotel patagónico inaugurado en 1926 que visitó Saint Exupéry y donde se escondió el peligroso Butch Cassidy
El Touring, que se encuentra en el centro de Trelew, está próximo a cumplir los 100 años de historia
“Dicen que acá se originó El Principito”, cuenta orgulloso Rafael Hernández, en el mostrador del ya mítico hotel Touring, en el centro de Trelew. Inaugurado en 1926 y a un año de cumplir la centuria, fue en su momento el más lujoso de la Patagonia y entre sus ilustres visitantes se contó al aviador y escritor francés Antoine Saint Exupéry. “En estas mesas quizás nació uno de los libros más leídos del mundo”, agrega Hernández.
En 1930 en su vuelo inaugural, se ofrece al bohemio aviador una cena de gala donde asiste la aristocracia de aquellos años. Desde entonces, paró aquí y la leyenda creció. Antes de aterrizar en el aeropuerto, la ruta aérea sobrevuela la Península Valdés. “Allí ve una formación rocosa que luego será su famoso dibujo de la boa que en su interior tiene a un elefante”, afirma Hernández.
“Cuentan que mientras estaba hospedado aquí, un niño se le acercaba y hablaban”, afirma Hernández. Las referencias con El Principito (publicado en 1946, años después de estar en el hotel) son constantes.
“Tuvimos tres pasajeros famosos”, agrega y señala uno de los incontables cuadros que cuelgan de las paredes. “Buscado. Recompensa 10.000 Dólares”, en su paso por Chubut, la “Wild Bunch”, de Butch Cassidy, Sundance Kid y la bella Etta Place fueron asiduos clientes del hotel. “Tenemos la pieza donde se hospedaba Butch”, cuenta Hernández. En el coqueto patio donde una señorial palmera desafía la flora patagónica se halla la icónica habitación, hoy convertida en museo.
Un recorte del New York Times recuerda el paso de los bandoleros más buscados de Estados Unidos en tierras patagónicas. “Se comportaban como estancieros, eran muy queridos”, dice Hernández. En el atildado salón de fiestas la propia Etta Place solía bailar con el entonces gobernador de la provincia, cuando aún era Territorio Nacional. “Se hicieron muy amigos del gerente del Banco Nación, pero tuvieron códigos y no robaron en Trelew”, afirma Hernández.
Su morada estuvo en Cholila, donde vivieron desde 1902 a 1906, fueron respetados ganaderos y entraron al país con identidades falsas y una fortuna de 100.000 dólares, producto de su último gran asalto en Estados Unidos. Aquí, se le adjudican por lo menos- dos robos, uno al banco de Río Gallegos (Santa Cruz) y Villa Mercedes (San Luis) La exposición social les trajo como consecuencia pensar en un plan de escape.
“Algunos dicen que fueron a Bolivia”, cuenta Hernández. Pero hace unos años atrás un equipo forense norteamericano exhumó los restos de tumba señalada como de Cassidy, el ADN dio negativo. “Nadie sabe qué fue de ellos, por eso son una leyenda”, confirma Hernández. En la actualidad en Cholila el Bar La Legal, recrea la vida de los bandoleros que se paseaban por las calles de Trelew como personalidades.
Si algo le faltaba al Touring para agigantar su historia es la presencia de nazis. “Desfilaron al frente del hotel”, se apura en contar Hernández. Antes pide atención, en la silenciosa siesta de Trelew, mientras en la esquina hay un karaoke comunitario y entre grupo saliente y entrante se oyen canciones de Elvis Presley, la correcta camarera baja la mesa un tesoro por el cual muchos recorren cientos de kilómetros.
“Es el mejor sándwich de jamón crudo y queso de la Patagonia”, señala Hernández. La pieza gastronómica desborda el plato, es el epitome del goce viajero. Ambos cortes de fiambre tienen muchas fetas, el relleno tiene un caudal emocional, el pan, de tamaño circular tiene una textura suave, similar al pebete. “Quedamos en los nazis”, recuerda Hernández.
En 1939 fondeó en Puerto Madryn un acorazado del Tercer Reich y sus oficiales se hospedaron en el Touring. Al día siguiente la tripulación hizo un desfile con esvásticas frente al hotel, en la calle principal de Trelew. Entonces el hotel era el centro social por excelencia de toda la Patagonia.
“El hotel está desde que Trelew es Trelew”, dice Hernández. En la actualidad el centro lo ha rodeado, comercios y kioskos, la propia peatonal lo abruman de modernidad. A solo 100 metros está la vieja estación ferroviaria. Sin incomodarse, la vieja construcción desafía al tiempo, y se comporta como una burbuja. Su interior es clásico y tradicional. Sobre todo, amplio. “El hotel tiene vida propia”, confiesa Hernández.
Docenas de cuadros, sillas y mesas con justa distancia unas de otras, un mostrador de tamaño ecuatorial y el universo solemne de cientos de botellas que se presentan como entidades elementales de tiempos perdidos, pero aquí adentro aún vigentes. El decreto Decreto 3824 de 1945 estableció exenciones aduaneras al sur del paralelo 42, por lo tanto en el hotel se bebía whiskys y toda clase de licores y vinos importados de Europa. Eran traídos en cajas por vía marítima.
“Cognac francés, brandy inglés y jerez español”, señala Hernández algunas botellas. La Patagonia tenía más vinculación comercial con Europa que con el resto del país. En esa galanura de desarrolló la vida del hotel. “Era común ver grandes autos americanos, como los Mercury” Una cafetera brilla aún con su lustre original, copas de cristal, vajilla de porcelana, y un frasco con bay biscuits. La natural escenografía apila décadas y ese devenir natural, forja una belleza indestructible y melancólica.
La confitería deja paso a un hall donde una escalera de granito pulido a mano exhibe una realidad de lujo magnificente. Por un lado, el salón de fiestas con un espacio en altura para las orquestas. En el primer piso las habitaciones, los ventanales, una mesa de mármol y un arreglo floral: sus pétalos reciben los diáfanos rayos solares que al impactar sobre ellos, irradian un estelar matiz sentimental.
“Dicen que una de las habitaciones hay un fantasma”, sostiene Hernández, hábil contador de historias. A veces no se sabe si el hotel habla a través de él o él habla por el hotel. “Nunca estás preparado para ciertos misterios, nunca sabrás del todo si su esencia pertenece al antiguo salón o a tu propio espíritu”, escribe Carlos MacGoug en el folleto donde se cuenta la historia del hotel y sus servicios.
“Baño privado, televisión por cable, fax, e mail, servicio médico, confitería, snack bar y todos los accesorios para la cordial y placentera estadía”, el texto, escrito hace muchos años no pierde elegancia. Puede pasar un siglo y seguirá actual en su forma.
“Acá aún se junta la bohemia de Trelew”, asegura Hernández. Lejos de atarse a las anclas del pasado, a unos metros un equipo de deportistas está organizando un triatlón, y cuenta que una noches atrás un grupo de jóvenes hizo una “competencia de rap” y terminaron todos en las mesas compartiendo felicidad. “El hotel está en todas”, agrega. Nota aquí.
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Luis Tosar
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Ramón Serrano
TIEMPO DE MARIPOSAS EN VERSO
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Leira Martínez
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Felipe Benítez Reyes
La gente’, de Felipe Benítez Reyes, un acertado recuento de naderías
Con recursos cervantinos como el feliz empleo del humor, el juego de espejos entre los personajes y la idea del “manuscrito hallado”, el escritor gaditano ofrece con su última novela una gozosa lectura
Felipe Benítez Reyes encierra su novela La gente en sendos paratextos que explican los orígenes y avatares del “manuscrito hallado” e iluminan su sentido. En el primero, un prólogo, Alberto Márquez Rancés da cuenta del hallazgo, a la muerte de su tío abuelo Miguel Rancés Olivares, de una carpeta con legajos y otros papeles de diversa índole, entre los que había un manuscrito en cuya portada se leía “La gestión de lo invisible”, “La gente”, “Personajes secundarios” y “Los afanes”. Cualquiera de estos títulos resume y define bien el carácter de la novela que el lector tiene en sus manos, como lo hacen igualmente los dos subtítulos —“Una novela en estampas”, “Mural de los espectros”—, pues, según leemos ya en sus páginas, el propósito del autor —un hombre culto que se relacionó con algunos poetas de renombre— no era alcanzar la gloria literaria, sino dejar un testimonio escrito de nuestro paso por “esta entretenida feria de las fugacidades”, “un recuento intransferible, en fin, de naderías”.
El segundo paratexto va firmado por Vicente Ruiz de Lara, un amigo y compañero lejano de Alberto Márquez, que en 2018 recibe, por mandato testamentario de este, unas cajas que contienen novelas inéditas y poemas del amigo junto con los papeles de Rancés, entre ellos el manuscrito y el mecanoscrito de La gente, que cotejará para proceder a la edición del mismo, rescatando pasajes mutilados y anulando correcciones estilísticas dudosas. Fruto de esa labor que le llevó a analizar el texto desde una perspectiva más distanciada e imparcial, son las certeras puntualizaciones que hace sobre una novela que no tiene un desarrollo propiamente narrativo, opera mediante un sistema de engarces y carece de intriga. Es, nos dice, “una fragmentación de la realidad, un rompecabezas costumbrista […] un amasijo, en fin, de personajes y de tiempos desordenados”.
No tendría sentido citar estas líneas —firmadas por el verdadero autor, Felipe Benítez Reyes— si no ofrecieran una certera radiografía de La gente, novela cervantina por más de una razón, sin ser la principal el recurso del manuscrito hallado, que tantos recelos le suscita a Alberto Márquez. Lo es el apabullante despliegue de realidad —dentro del microcosmos acotado: Rota (Cádiz)—, la entrada en el abigarrado retablo-relato de un vasto repertorio de figuras que representan la vida cotidiana en sus múltiples planos —el trabajo, los hábitos y costumbres, la mentalidad, todo cuanto discurre en espacios públicos muy bien trazados así como en los interiores ahumados—, y que expresan en minúsculos latidos lo sepultado en la memoria, la conciencia, los sentimientos o los afanes personales, a la par que muestran el transcurso del tiempo —desde la Guerra Civil y sus umbrales a la agonía de Franco—, en el plano social, político, etc. Es asimismo cervantino el juego de perspectivas, que nos brinda el destello de unos personajes —y sus actos— en otros, incluidos apodos y manías. Y sin duda lo es también el feliz empleo del humor y la ironía, que nos proporciona momentos hilarantes, urdidos a partir del ingenio o de algún mínimo y certero detalle, y verbalizados de manera ejemplar. La parodia, que también sacude estas páginas, la reserva el autor para las tiradas de carácter estético o literario: no en vano desfila por aquí mucho erudito local. Nota aquí.
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César de Centi
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Chano Charpentier
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Silvina Ocampo
La “Poesía Completa” de Silvina Ocampo, un resplandor oblicuo en la literatura argentina
El libro reúne nueve poemarios editados entre 1942 y 2001, junto con traducciones de poemas que realizó para la revista “Sur” y una selección de poesías aparecidas en antologías y revistas.
La poesía de Silvina Ocampo es un resplandor oblicuo en la literatura argentina del siglo XX; lo extraño deviene una forma de belleza; la ternura afinada puede convivir con sentimientos retorcidos; la alegría vegetal y animal no están reñidas con una intensa certeza de que sin amor nadie puede vivir. “Soy todo lo que ya he perdido./ Mas todo es inasible como el viento y el río, / que mueren en las manos./ Soy todo, pero nada es mío,/ ni el dolor, ni la dicha, ni el espanto/ ni las palabras de mi canto”, se lee en uno de los poemas incluidos en Poesía Completa (Emecé), editado por primera vez en un solo volumen de casi 750 páginas para rendir homenaje a “su inconfundible genio literario”, como se destaca en la nota a esta edición.
El voluminoso libro reúne nueve libros de poesía, publicados entre 1942 y 2001, junto con traducciones de poemas que realizó para la revista Sur (en un número especial dedicado a la literatura inglesa contemporánea) y una selección de poesías aparecidas en antologías y revistas, organizadas según su fecha de publicación. En orden cronológico los títulos son Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Poemas de amor desesperado (1945), Los nombres (1953), Lo amargo por dulce (1962), Amarillo celeste (1972), Árboles de Buenos Aires (1979), Breve santoral (1985) y Poesía inédita y dispersa (2001).
La menor de seis hermanas de una de las familias más tradicionales de la Argentina nació el 28 de julio de 1903 en la casa familiar de Viamonte 550 y murió en Buenos Aires, el 14 de diciembre de 1993, a los 90 años. La infancia de Silvina --que fue educada por institutrices inglesas y francesas, por lo que aprendió primero a hablar y a escribir en esos idiomas, antes que en castellano-- transcurrió entre el caserón familiar porteño, la mansión Villa Ocampo en San Isidro, los campos familiares de Pergamino y la estancia Villa Allende en la provincia de Córdoba. Una vez por año la familia viajaba a París, acompañada de sirvientes, y llevaban la vaca arriba del barco para que pudieran tomar leche fresca. En Francia, estudió dibujo y pintura con Giorgio De Chirico y Fernand Léger.
La infancia como humus de su narrativa está en varios de los cuentos que integran Viaje olvidado (1937), el primer libro que publicó. Silvina encontraba en las dependencias de servicio de su casa, en las planchadoras y mucamas que a regañadientes la dejaban jugar a la sirvienta o en el chico a caballo con los pies desnudos del relato “El caballo muerto” un cúmulo de experiencias incipientes que forjaron su imaginación y su sensibilidad. Ella misma lo confirmó cuando confesó que se sentía más atraída por los que sufren que por los que son felices; por los pobres que por los ricos (su familia le parecía aburrida); por los que pierden que por los que ganan. Como poeta, se la suele inscribir en la llamada generación del 40, integrada por un ecléctico grupo de poetas argentinos como César Fernández Moreno, María Elena Walsh, Enrique Molina, Olga Orozco y Alberto Girri, entre otros.
En la mayor parte de su obra poética desplegó una métrica que oscila entre el endecasílabo, el alejandrino y el heptasílabo (a veces el dodecasílabo); también la forma del soneto, con las cuartetas y las octavas; las odas y los epitafios y los poemas en versos libres. En cuanto a la rima, prevalece el sonido sobre el sentido. Enumeración de la patria, primer poemario en el que hace referencia a los diversos paisajes de la Argentina a modo de inventario o catálogo, con el que ganó el Premio Municipal de Literatura, recibió elogios entusiastas que compararon a la autora con Robert Browning, Walt Whitman, Leopoldo Lugones y Nicolás Guillén. El primer poema, que lleva el mismo título del libro, empieza así: “Oh, desmedido territorio nuestro,/ violentísimo y párvulo. Te muestro/ en un infiel espejo: tus paisanos/ esplendores, tus campos y veranos/ sonoros de relinchos quebradizos,/ tus noches y caminos despoblados/ y con rebaños de ojos constelados”. La adjetivación es versátil, sonora y plástica a la vez, como sucede con esos “ojos constelados” que son una marca de fábrica de Silvina, algo que sólo podría haber escrito ella y nadie más.
En estos poemas iniciales, Jorge Luis Borges encontraba la “casi estoica impersonalidad” de la autora, aunque la poeta intercala su nombre entre los endecasílabos para verse contra un paisaje, como hace en el poema “Buenos Aires”: “Y yo, Silvina Ocampo, en tu presencia/ abstracta he visto tu posible ausencia,/ he visto perdurar sólo tus puertas/ con la insistencia de las manos muertas”. En una entrevista con Noemí Ulla, Silvina reconoció que escribía “más naturalmente prosa que poesía”, que le gustaba más. “La poesía es como una especie de regalo que viene de repente”, la definió. “La poesía es mucho más íntima que algo escrito en prosa”, agregaba la poeta que obtuvo en 1945 otro Premio Municipal por Espacios métricos y que se quedó con el primer Premio Nacional de Poesía en 1962 con Lo amargo por dulce.
El conjunto de los poemarios editados permite también observar los cambios a través del tiempo. Hay una primera etapa, hasta el poemario Los nombres, que se caracteriza por el uso de formas clásicas, como el soneto y la elegía. Se explicita, además, una gran influencia de la estética borgeana, un peculiar cuidado de la sintaxis y el léxico y la interpelación al lector en los poemas. A partir de Lo amargo por dulce se produce un distanciamiento paulatino de los modelos canónicos y recurre más al sarcasmo, la ironía y el erotismo. A medida que su poesía se diversifica, se vuelve más polifónica y conviven el placer y el pecado, el olvido y el recuerdo, la belleza y el horror. Un ejemplo, entre muchos otros, es “Sinmí”, un poema de Amarillo celeste: “Qué hace la casa cuando se queda Sinmí/ (amarga promiscuidad de la ausencia)./ Qué hace con sus ventanas/ con sus habitáculos con sus rumores/ con la luz de cada tarde/ que cruje en los muebles de anochecer/ en el jeroglífico del cielo raso”.
Hay una deuda con la obra poética de Silvina; es como si la narradora, que también tuvo que lidiar con esa extraña paradoja de ser una Ocampo, un apellido de una centralidad innegable, y estar en los márgenes, hubiera desplazado a la poeta a una periferia literaria casi desconocida. Cuando Borges leyó el poema “De amor y de odio”, que pertenece a Lo amargo por dulce, se preguntó: “¿Cómo puede animarse a escribir ‘Afuera está la primavera inmunda’. La respuesta de Adolfo Bioy Casares, el esposo de Silvina, fue contundente: “Ella se anima a todo”. Nota aquí.
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domingo, diciembre 21, 2025
Javier Menéndez Flores
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Viva Suecia
Viva Suecia, en los conciertos de EL PAÍS: “Iremos a la cárcel del rock por cambiar la cocaína por jalea real”
El grupo presentó su nuevo trabajo, ‘Hecho en tiempos de paz’, ante más de 400 lectores del diario
Terminaba 2013 y los cuatro integrantes de un grupo aún sin nombre ensayaban por primera vez en un local de Murcia. El batería, Fernando Campillo, sentía fascinación por grupos suecos de post-rock y, durante una noche de fiesta, alguien gritó “¡Viva Suecia!”. Doce años después, son una de las bandas emblema del rock nacional. El pasado 15 de diciembre, Viva Suecia estuvo en los Encuentros EL PAÍS para presentar su nuevo trabajo, Hecho en tiempos de paz, un refugio frente a los tiempos que corren. Ya puedes disfrutar de la entrevista y de la actuación en directo que ofreció la banda en los vídeos que acompañan a esta noticia. Si quieres asistir a más encuentros como este, puedes hacerlo aquí.
Los títulos de los discos de Viva Suecia han nacido siempre de un destello, de anécdotas que definen el buen humor del grupo murciano. El nombre de su quinto álbum de estudio llegó el día del apagón, el pasado 28 de abril, como una “aparición mariana”. Su guitarrista, Alberto Cantúa, salió a caminar y, al llegar al santuario de La Fuensanta, en la falda del parque regional de Carrascoy y El Valle, encontró un lema esculpido en piedra: “Hecho en tiempos de paz”. El resto del grupo coincidió en que, a pesar de la convulsa situación global, el álbum llega en un momento de paz interna. Este nuevo trabajo marca también un salto cualitativo en cuanto a sonido e influencias: “Es el disco con más instrumentos de toda nuestra carrera”, señaló su vocalista, Rafa Val. “Nos obligamos a hacer cosas que, como instrumentistas, nos siguen exigiendo algo. Siempre trabajamos en favor de la canción”, añadió.
El periodista de EL PAÍS Fernando Navarro fue el encargado de moderar la entrevista, que comenzó con el ritual que celebra la banda antes de cada concierto: siempre una canción de Isabel Pantoja, la mayoría de las veces Así fue, en un círculo cerrado, que termina al grito de “¡Buen bolo!”. Val explicó que comenzaron en el primer concierto, casi sin hablarlo, y ahora son más de 20 personas en ese corro. La imagen sirve para dar cuenta de la evolución del grupo, que ya ha agotado las entradas para varias de las paradas de su próxima gira por España.
La banda reconoció que, además de honrar a la tonadillera, cada uno tiene sus propios rituales. Val confesó que siempre usa el mismo colgante y pendientes. Cantúa deja infinidad de plátanos a medias, convirtiendo el camerino en “una especie de Mario Kart”, y Fabric tenía tantas supersticiones que ha necesitado la ayuda de una amiga psicóloga para echar el freno: “Si es que tenía más tareas que a la hora de tocar. Sales al escenario y te liberas”, comentó entre risas. Incluso llegaron a necesitar beber jalea real antes de cada concierto: “Nos van a echar del rock cuando lleguemos al cielo. [Iremos] a la cárcel del rock por cambiar la cocaína por jalea real”, bromeó. Nota aquí.
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Mr. Kilombo
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Los Pérez García
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Félix Maraña
Txapela, txistorra y talo
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Rozalén
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Miguel Campello
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Rodolfo Serrano
Momentos
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Pedro Saborido
“Estamos viviendo la tiranía del entretenimiento”
El humorista y escritor reflexiona sobre la idea de felicidad, su implicancia individual y social, a la vez que analiza cómo la necesidad de entretener se impuso a la reflexión.
Un peculiar DJ que a través de la música busca darle felicidad a la gente, pero esconde una extraña y eficaz forma de control social. Una remera con el rostro del Che estampado y una con la de Evita discuten sobre las consecuencias sociales-políticas de la búsqueda de la felicidad. Una “cajita feliz” de una cadena de hamburguesas que por escuchar a Leonardo Favio sindicalizó a sus compañeras para dejar de ser ”combo” y pasar a ser “comunidad”. Una persecución policial a Jorge Luis Borges por haber confesado en su poema “El remordimiento” que cometió el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no haber sido feliz. Una compositora, autora teatral y actriz de obras infantiles llamada María Elena Wof Dei que expone cómo la felicidad vivida desde la candidez y la inocencia puede rozar la estupidez sin un Estado que la garantice.
Estos son solo algunos de los relatos absurdos y grotescos que forman parte de Una historia de la felicidad (publicado por Planeta), el nuevo libro con el que Pedro Saborido intenta -siempre desde el humor y la reflexión- analizar la idea de la felicidad y todo lo que la rodea. Y, por supuesto, fracasa en el intento pero entretiene al lector que se sumerge en sus páginas.
La de Saborido parece ya una tarea titánica, casi una misión imposible cuando se sienta a escribir. Es que el humorista y escritor no parece andarse con chiquitas y se le anima a temas imposibles de resolver en un libro. Desde la publicación de Una historia del fútbol, pasando por otro sobre el peronismo, uno más sobre el Conurbano y hasta uno sobre la vida en el capitalismo, el creador de Peter Capusotto y sus videos se le animó al “amor” y ahora se entrega a analizar la idea de felicidad. Todas temáticas de las que se han escrito toneladas de páginas, con miradas y definiciones infinitas y siempre incompletas, pero a las que pocas veces se le entraron desde la risa y las ideas. Un combo que Saborido maneja a la perfección, con sabiduría, humor popular y reflexiones tan certeras como alejadas de todo designio aleccionador.
“Quise hablar sobre la felicidad porque es un tema amplio, que tiene infinitos lugares por donde subirse y por donde encontrarla”, le cuenta Saborido a Página/12. “Hay tantas felicidades como personas en el mundo. Hay cosas que a muchos les parecerían que representan la felicidad, pero que un sommelier de felicidades les diría que no lo son. Entonces, empecé a preguntar cuándo la gente sentía que era feliz. Y hay cosas que son maravillosas, la felicidad puede ser un estado permanente o un momento”.
-¿Puede la felicidad ser un estado que se mantiene en el tiempo? Uno la asociaría más a un momento.
-El estado de ser feliz incluiría un montón de cosas, porque una permanencia en determinado nivel indicaría que vos podés serlo aún ocupándote de tus problemas o solucionándolos, o teniendo momentos donde la felicidad sería como un promedio. Cuando le pregunto a la gente por la felicidad termina siempre asociada a momentos. Se estableció que la felicidad es algo efímero, y que por eso también se hace más deseable. Borges decía que buscar la serenidad le parecía una ambición más razonable buscar la felicidad, porque era una meta más alcanzable. Pensaba que la felicidad eran momentos casi imposibles, era un deseo que solo a veces se alanzaba… La felicidad se construye, a veces uno sufre para poder ser feliz un momento, tiene como una construcción meritocrática. Incluso, uno a veces supone que después de determinadas cosas llega la felicidad y está no aparece ni en pedo. Puede ser sentirse aliviado, al solucionar un quilombo. O sea, al final aparece como ese momento en el que podés suspender el mundo.
-La felicidad como estado permanente es un deseo inalcanzable. ¿O acaso conocés a alguien que viva feliz en forma constante?
-No conozco a uno así. Pero también la ignorancia puede hacerte llegar a la felicidad. En el paraíso parece que estaba todo bien hasta que conocieron la sabiduría, según La biblia. Entonces, podés llegar a sospechar también, si la felicidad tiene que ver con la ignorancia. Y quizás tiene que ver con la capacidad de poder ignorar. O sea: sos feliz en ese momento en el que no estás pensando, ignorando los problemas, incluso a la muerte. Pero las prepagas viven aunque vos te hagas el distraído. La incertidumbre siempre es una máquina de infelicidad. Las historias que escribo son incompletas. La felicidad puede aparecer en momentos trascendentales o en situaciones cotidianas como comerte un choripán o gritar un gol. Hay un momento de eternidad que sentís cuando sos feliz, de cierta plenitud, que te hace en ese instante centro el mundo, incluso eterno…
-¿Creés que hay algo del inconsciente que opera en ese estado? Cuando uno toma conciencia de que es feliz ese sentimiento desaparece.
-La felicidad es tan jodida que se convierte en un problema. El problema es que vos automáticamente tomando cierta conciencia de eso, y como una manera de especular, querés retener el momento. Uno quiere que la felicidad dure para siempre. Saber que no va a ser eterna, te mete en un problema en el marote. Deseaste tanto ese momento, que cuando sos consciente de que lo querés atesorar para siempre, terminás por aniquilar ese instante de felicidad.
-El absurdo de época es querer atesorar la felicidad a través de la filmación de alguna situación con el teléfono móvil, una acción que incluso hace que no se disfrute ese momento.
-Es la obsesión de querer retener un recuerdo. Para muchos, grabarlo o sacarle una foto es lo más parecido a eternizarlo. O porque querés contárselo a alguien, porque también pasa que la sensación de felicidad puede ser más grande aún al compartirla. En esa pulsión de compartir le sacás una foto a un bife que te estás por comer, que te va a hacer feliz. Y decís, “mirá este plato, no puede ser...” Y para el que lo ve desde su casa u oficina en alguna red social no es más que un cacho de carne… En el libro traté no de hablar sobre la felicidad conceptualmente para llegar a una definición universal, sino de esas formas de felicidad que se van encontrando en distintos casos. Incluso, la felicidad del otro puede ser la infelicidad de uno.
-¿Tiene ética la felicidad?
-La felicidad no tiene ética ni moral. Un tipo puede ser feliz echando gente. Puede disfrutar de eso. Puede ser una perversión, pero el tipo la siente como una felicidad. Por eso lo quiere volver a hacer. Y, por el contrario, Leonardo Favio nos dice que “no se puede ser feliz en soledad” y uno se queda pensando. Y quizás tenga razón. ¿Por qué? Porque nos pasa muchas veces que te encontrás con alguien y le preguntás cómo está y te responde que está bien, pero que el resto de la gente está mal… Inmediatamente, vuelve plural la pregunta y la respuesta. Hay un mandato de que la felicidad sea en comunidad pero al que no todos adscriben. Es muy difícil ponerse de acuerdo. La felicidad es causante de división mas que de unión. No a todos nos hacen felices las mismas cosas. Hay mucha gente a partir de los resultados de las últimas elecciones presidenciales es feliz. Hay gente que está contenta. Hay un montón de gente que la está pasando mal con este gobierno, pero hay otro montón de gente que es feliz. ¿Cómo puede ser, entonces?. Nota aquí.
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sábado, diciembre 20, 2025
Almacén CT & Cia
El restaurante de pueblo que se volvió un imán de turistas con su menú de mar
Almacén CT & Cia está en Azcuénaga, un pequeño y retirado pueblo de 300 habitantes en el partido de San Andrés de Giles.
“En este lugar suceden cosas mágicas”, dice Lucas Coarasa en una de las mesas de su restaurante Almacén CT & Cia, en Azcuénaga, un pequeño y retirado pueblo de 300 habitantes en el partido de San Andrés de Giles. Pionera, la familia Coarasa logró imponerlo como destino gastronómico con una propuesta única: los sábados por la noche ofrecen un menú 100% con productos de mar.
La esquina, Casa Terrén y Compañía, data de 1885 y fue el antiguo almacén de ramos generales del pueblo. Por acá pasó toda la historia de esta localidad. Enfrente se ve la estación de tren (de 1880) por donde bajaba Julio Argentino Roca para pasar unos días en su estancia La Argentina y aquí se reunieron por última vez Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga. Hoy es un punto de encuentro de vecinos que venden sus artesanías y productos, panificados, conservas y recuerdos.
“Y pasan cosas mágicas”, vuelve a ratificar Coarasa. El actual restaurante, que siempre tuvo rango de pequeña fortaleza comercial y cultural en Azcuénaga, fue la locación que eligió Alberto Migré para sus novelas y para algunas que marcaron altos picos de rating en la televisión, como “La Extraña Dama” y “Ricos y Famosos”.
“Nos hace muy diferentes, ofrecer productos de mar en un pueblo donde el agua más cercana es la del río Areco”, cuenta Coarasa.
Todo se explica por los lazos familiares y el amor por generar una conexión con el terruño. De sangre aragonesa, el padre de Lucas era hijo de españoles de aquella región y se crio en el campo pero los veranos iba a Mar del Plata para probar paellas, mejillones, pescados y gambas al ajillo. Siempre iba el sábado a la noche. “En cada plato está nuestro padre”, dice Lucas.
El mar está a 500 kilómetros de distancia de este pueblo de calles de tierra y arboladas. Pero todos los jueves llega desde Mar del Plata la pesca del día y todo lo que se ofrecerá el sábado. “Todas aquellas personas de la zona que no pueden ir al mar, vienen, se transformó en un clásico”, dice Lucas. Nada más ilustrativo para proyectar el poder de fantasía que produce la cocina, y determinados productos que abren las puertas de los buenos recuerdos.
“Acá se apagan los celulares y se produce el encuentro, revalorizamos mucho la importancia de la sobremesa”, dice Lucas. El restaurante es un templo que le rinde culto a la amistad, pero también a la amabilidad en espacios. Todo es grande. Tiene varios salones, y una galería. Al igual que las porciones que se ven en las mesas, todo tiene una explicación, y es simple.
“Somos diez hermanos”, dice muy suelto Coarasa. Se ríe cuando recuerda las comidas de su madre. “Hacía una montaña de milanesas”, afirma. Su padre, fanático del mar, esperaba los veranos para ir a Mar del Plata y allí iban en caravana los diez hermanos, el matrimonio, con la asistencia de dos empleadas. “Papá se volvía loco por los mariscos y la comida de mar”, confiesa Coarasa.
Menú marino
“Todo eso nos lo transmitió a nosotros”, dice Coarasa. En el menú de los sábados, la esquina campera se vuelve marina. La carta es una oda al gusto familiar, y común a gran parte del gusto argentino con respecto al recetario de cantina portuaria. Picada de mar, con mejillones, camarones, cornalitos, calamarettis. Luego rabas, gambas al ajillo, y el soliloquio del Atlántico se cierra con camarones apanados y calamarettis doré.
Aunque es lo que lo vuelve diferente, el restaurante tiene un menú que ennoblece la cocina rural, guiso de mondongo de cordero, carré de cerdo, lasaña de cuatro pisos, sorrentinos de osobuco y salsa de hongos de pino, “asado de domingo” bife de chorizo y un soberano en la carta: el pernil de cerdo que lleva una cocción de diez horas, tesoros del recetario familiar. Nota aquí.
Publicadas por
Romano
a la/s
9:32 p.m.
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Etiquetas: Bodegones, Leandro Vesco
































