Vuelve el pasado
lunes, diciembre 29, 2025
Rodolfo Serrano
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Antonio Sanz
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Rafa Mora
Yo la veo.
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Sergio Martínez
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John Lennon
La vida loca de John Lennon
El “fin de semana perdido” confirmó lo que ya se sabía: que el ‘beatle’ no aguantaba bien el alcohol o cualquier otro tipo de excesos.
Viendo una entrevista reciente con el guitarrista californiano Larry Carlton, descubro que fue contratado para grabar, durante una semana, con John Lennon, bajo la dirección de Phil Spector. Su primer asombro fue encontrarse en un estudio a rebosar con dos docenas de instrumentistas de primera división, incluyendo a Steve Cropper, Dr. John y Leon Russell. Artista y productor llegaron con tres horas de retraso, lo que suponía —con las tarifas de entonces— un verdadero despilfarro.
No fue lo peor. Achispado, el británico se empeñó en enseñarle cómo se debía tocar Bony Moronie (más conocida entre nosotros como Popotitos); el músico se mordió la lengua para no replicar que conocía la canción desde que era adolescente. El encuentro fue tan decepcionante que, unas horas después, Carlton llamaba a la oficina de Spector para cancelar el citado contrato.
Conviene conocer su profesionalidad para entender la enormidad del rechazo: tras miles de sesiones, renunciar a tocar con Lennon. Larry se inclinaba personalmente hacia el jazz eléctrico, pero nadie podía desaprovechar la oportunidad de trabajar con un beatle. Su desgracia fue coincidir con lo que los biógrafos de Lennon conocen como “el fin de semana perdido”.
En realidad, casi año y medio de desmadre, de octubre de 1973 a enero de 1975. Tras una flagrante infidelidad, Yoko le expulsó del apartamento común en el edificio Dakota. John estaba en una coyuntura muy tensa, con la Administración Nixon empeñada en expulsarle de Estados Unidos y agobiado por diversos compromisos.
Sin un manager que cuidara de sus intereses, Lennon tendía a meterse en jardines. El mafioso Morris Levy, editor del repertorio de Chuck Berry, denunció que su Come Together era un plagio de You Can’t Catch Me. Para evitar un juicio, John se comprometió a grabar tres canciones cuyos derechos editoriales eran controlados por Levy. Dado que no estaba por la labor de componer, había concebido elaborar Rock’n’Roll, una colección de temas clásicos, siguiendo la pista del Pin Ups, de su amigo David Bowie.
Pero suya y solo suya fue la idea recurrir a Phil Spector, residente en Los Ángeles. Hacía allí fue Lennon, en compañía de su novia del momento, May Pang. Debió aguantar las extravagancias del productor, que llegó a disparar su pistola al techo del estudio (la reacción de Lennon: “Puedes matarme, Phil, pero no me jodas el oído”). Fueron meses de borracheras, de escándalos en locales nocturnos, de episodios de destrucción que se olvidaban pasada la resaca. Todo aparentemente con la tolerancia de Yoko, a la que John llamaba a todas horas. Nota aquí.
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Javi Martín & Paris Joel
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Quique González
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Loquillo
Loquillo presume de leyenda con un electrizante ‘show’ en el Roig Arena
El rockero barcelonés, secundando por una banda exultante, repasa en Valencia clásicos de toda su carrera, con guiños a Jorge Martínez (Ilegales), Johnny Cash e incluso a Pedro Martínez
El viejo y apolillado rock and roll. Ese lenguaje del siglo XX al que muchos daban por amortizado. Al final, es cuestión – sobre todo – de actitud. De visión global y periférica. De saber rodearte por buenas compañías. De resistir los envites del tiempo, aunque suene a topicazo. De tener buen ojo. Que se lo digan a José María Sanz, consciente de que no necesita ser un virtuoso ante el micro ni ante el folio en blanco para erigirse en un frontman sin parangón en la escena estatal, de los que ya no se estilan, de esos que están bajo clara amenaza de extinción. No solamente por sus casi dos metros de altura o porque sea más chulo que un ocho: el carisma no se mide en milímetros.
Lo demostró anoche en un concierto exultante en el Roig Arena de Valencia, ante algo más de 9.000 personas. Un intachable espectáculo de dos horas largas, con intachable sonido y basado en el repertorio de Corazones legendarios (2025), un último disco en el que aborda diversos clásicos de sus 45 años de carrera en dueto con otros artistas (Bunbury, Calamaro, Raphael, Manolo García): por eso sonó ayer el Legendary Hearts de Lou Reed antes de un concierto para el que no necesitó contar con ninguno de los ilustres secuaces que le acompañan en el disco.
Se basta, y no es poco (desde luego) con una superlativa banda, que ensancha las virtudes de todo lo que toca, deparando la versión más panorámica, colorida, por momentos incluso arañando la épica springsteeniana, de su temario: sobre todo por el saxo de Dani Herrero, pero también por las afiladas guitarras de Igor Paskual y Josu García, los teclados de Jorge Rebenque, el bajo de Alfonso Alcalá y la batería de Laurent Castagnet. Fue como el reverso expansivo de la gira, mucho más recogida e íntima, que el año pasado recorrió teatros y pequeños auditorios españoles, aquella 30 años de transgresiones en la que revisaba su vis más poética. Quien esto firma no ha seguido, ni mucho menos, todas y cada una de las giras de Loquillo (registro a bote pronto en mi memoria sus visitas a Viveros en 1989, al MIMED de Mislata en 2005, a la sala Roxy – aunque ya no se llamaba así entonces – en 2009 o al teatro Olympia en 2012), pero es incapaz de recordar una versión suya más convincente sobre un escenario valenciano.
Porque fue un show electrizante, sin tregua, despachado a piñón desde el minuto uno. De mandíbula apretada. Un bolazo de rock and roll. Ni más ni menos. Por básico que pueda sonar. De los que ni siquiera demandan especial complicidad previa porque es muy difícil no comulgar con canciones que son parte de nuestro acervo popular, legado de nuestra música, carne de cántico comunal, anoche expuestas como si acabaran de nacer. Desde el saludo inicial (“Feliz Navidad, Valencia, bona vesprada”) hasta la presentación de los miembros de la banda, tras la que se definió como ese chico del barrio de El Clot que sigue siendo. Una veintena de canciones con muchos momentos reseñables: el descorche con En las calles de Madrid, las radiaciones pop de Sol (qué buen disco de renacimiento creativo fue Balmoral), el recuerdo a Johnny Halliday en Cruzando el paraíso, la mención a Jorge Martínez (Jorge Ilegal, vaya) al encarar la arrebatadora Rock suave, la tradicional pleitesía a Johnny Cash al galope de El hombre de negro, el punto de inflexión que fue El rompeolas (alfombrando el camino a la traca final de clasicazos), una afiladísima La mataré (hace muy bien en no desterrarla por mor de la atosigante corrección política), la jubilosa versión de El rey del glam (de Alaska y Dinarama, con Igor Paskual enfatizando a los coros el componente T Rex de la ecuación: ya había avisado cuando silueteó el riff de Get It On) y otros himnos populares como Rock and roll actitud, El ritmo del garaje, Feo, fuerte y formal, Rock and roll star y una Cadilllac solitario que sonó rediviva, sin asomo alguno de rutinaria concesión a la nostalgia para cubrir el expediente. Nota aquí.
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César de Centi
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Félix Maraña
Itzea
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Ricardo “Chiqui” Pereyra
Murió Ricardo “Chiqui” Pereyra, la voz emblemática del tango argentino
La triste noticia fue comunicada por su hija Paula a través de un posteo en redes sociales. El artista estaba internado desde los primeros días de diciembre luego de sufrir un accidente en su hogar al caerse de una escalera.
El domingo amaneció con una sombra inesperada sobre la escena musical argentina: Ricardo Chiqui Pereyra, el icónico cantante de tangos, falleció tras una larga agonía que mantuvo en vilo a su familia y a todo el mundo del espectáculo. La noticia, tan dolorosa como inevitable, llegó a través de las palabras de su hija, Paula, en un mensaje publicado en Facebook durante la madrugada. “Sabiendo que ya muchos se enteraron, con todo el dolor del mundo debo comunicarles el fallecimiento de El Chiqui. El milagro que no llegó, el pronóstico que era predecible pero aun así no perdíamos la fe”, confió, dejando entrever la tristeza que la embarga.
El domingo amaneció con una sombra inesperada sobre la escena musical argentina: Ricardo Chiqui Pereyra, el icónico cantante de tangos, falleció tras una larga agonía que mantuvo en vilo a su familia y a todo el mundo del espectáculo. La noticia, tan dolorosa como inevitable, llegó a través de las palabras de su hija, Paula, en un mensaje publicado en Facebook durante la madrugada. “Sabiendo que ya muchos se enteraron, con todo el dolor del mundo debo comunicarles el fallecimiento de El Chiqui. El milagro que no llegó, el pronóstico que era predecible pero aun así no perdíamos la fe”, confió, dejando entrever la tristeza que la embarga.
La caída en su hogar, a comienzos de diciembre, fue el principio de un calvario. Ese accidente doméstico le cambió el destino a quien fue una de las voces más queridas del tango. El rumor de la tragedia se expandió rápido, y con cada hora, el país entero acompañó la espera en la incertidumbre.
En la casa familiar, la urgencia fue el único motor. Ricardo Chiqui Pereyra fue trasladado a un centro médico de la ciudad de Buenos Aires, donde ingresó en estado crítico y con pronóstico reservado. La familia, en medio del caos y el dolor, intentó mantener la calma y la esperanza para los cientos de seguidores que preguntaban sin descanso. “Para llevar tranquilidad y claridad a todos, si bien el cuadro es crítico, no nos queda otra que aguardar mínimo 48 horas donde los médicos irán monitoreando y viendo su evolución o involución, ya que pueden pasar cualquiera de las dos cosas”, publicó uno de sus seres queridos, abriendo una ventana de fe en medio de la tormenta. Nota aquí.
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domingo, diciembre 28, 2025
Bar Los Galgos
Cafetines de Buenos Aires: la esquina que vio pasar el último siglo sin cambiar su identidad y tuvo de vecino al ilustre Discepolín
Ubicado en el cruce de Callao y Lavalle, el Bar Los galgos abrió sus puertas en 1930 y hoy, casi cien años después, en manos de personas jóvenes y dedicadas, es uno de los sitios que mejor ha envejecido.
Gabyn, mi compañera, siempre repite la misma frase cada vez que doy una opinión favorable de un edificio, construcción o monumento. Dice: “Sí, pero hay que ver cómo envejece”. Ella es arquitecta, proyecta el paso del tiempo y sus consecuencias sobre mi juicio que solo expresa las sensaciones vividas en tiempo presente. Claro que los cafés no están exentos de su valoración profesional. Lo traigo a relación porque hoy vengo a contar uno de los cafetines de Buenos Aires que mejor ha envejecido y representa el paso de la historia del último siglo en la ciudad. Es el Bar Los Galgos.
Los Galgos está ubicado en el cruce de la avenida Callao y Lavalle. ¿Qué pormenor significativo puede contarse de la esquina? Desde 1857 por la calle Lavalle subía el tendido del primer ferrocarril que corrió en el territorio de la Argentina. La línea pertenecía al Ferrocarril del Oeste del Estado de Buenos Aires, territorio independiente y separado de la Confederación Argentina —presidida por Justo José de Urquiza— desde 1852 luego de que las fuerzas del General entrerriano vencedor de la batalla de Caseros fueran expulsadas por los porteños en la Revolución del 11 de septiembre de ese año. La locomotora se llamó: La Porteña. Y sí. Partía desde la Estación del Parque, situada en el solar que hoy ocupa el Teatro Colón y avanzaba por Lavalle hasta el cruce con Callao donde serpenteaba para alcanzar la calle Corrientes. Ese codo que rompía con el trazado en forma de cuadrícula fue llamado Pasaje Rauch hasta 2005 cuando la legislatura de la ciudad le cambió el nombre por el de Enrique Santos Discépolo.
La Estación del Parque funcionó hasta 1883 cuando la terminal se corrió a la actual Once porque la ciudad crecía y había que desobstaculizar el centro. Para entonces, Callao se presentaba como una avenida elegante, con boulevard parisino, donde se construían residencias aristocráticas y edificios monumentales. El que alberga al Bar Los Galgos, por caso, supo ser la vivienda familiar de los Lezama, la misma del parque entre San Telmo, Barracas y La Boca y los terrenos que dan nombre al municipio bonaerense.
Luego la Casa Lezama tuvo distintos usos. La alquiló la empresa Singer y en su planta baja también funcionó una farmacia. En 1930, un asturiano, amante de las carreras de galgos, lo convirtió en almacén-bar con despacho de bebidas. Ya he contado en anteriores relatos lo particular de ese año. En el mismo período abrieron en la cercanía de Los Galgos, el Bar La Academia, La Giralda y el Bar Almacén Lavalle. Todos, aún hoy, vivitos y cafeteando. Vale recordar que en 1930 la crisis económica mundial, provocada por el crack financiero de la Bolsa de Nueva York, se llevó puesta la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Un día antes de ese primer Golpe de Estado, Carlos Gardel grabó el tango Yira Yira con letra y música de Enrique Santos Discépolo. Siempre Discépolo. La esquina de Callao y Lavalle. El Bar Los Galgos. ¿Por qué hago foco en estos hechos? Por varias razones. En primer lugar, por lo que señala el historiador y ensayista Sergio Pujol en su libro Discépolo, una biografía argentina: “Después de 1930, la sociedad argentina se fue sintiendo cada vez más discepoliana, y Enrique fue celebrado como el gran hermeneuta del espíritu argentino. Sus tangos se convirtieron así en el amargo oráculo de un país que tenía conciencia de sus límites y frustraciones”.
Y en segundo lugar, porque hacia el final de su vida Discepolín se mudó junto a su esposa, la cantante Tania, a un departamento en Callao 765. A escasa cuadra y media de Los Galgos. Casi en simultáneo, el bar pasó a manos de la familia Ramos. Corría 1948. En ese año Discépolo escribió la letra de Cafetín de Buenos Aires, nuestro himno cafetero. Y debió pasar a diario por la puerta del bar de los Ramos rumbo a la sede de SADAIC en Lavalle 1547. Quiero pensar que habrá recordado su niñez de “ñata contra el vidrio”, y canturreado las amistades de “José, el de la quimera… Marcial, que aún cree y espera… y el flaco Abel que se nos fue pero aún me guía”. Coincidencias. Sincronicidad. Elijo creer. Nota aquí.
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Revolver & Sole Giménez
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Benditos Malditos
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Nicolás Catena Zapata
“Nunca conocí a un arquitecto tan profundo”: el homenaje de Nicolás Catena Zapata a Pablo Sánchez Elía
El empresario recuerda con admiración a quien diseñó “la pirámide”, la icónica bodega al pie de los Andes, a dos meses de su fallecimiento.
La imagen de la pirámide maya que mira a la Cordillera de los Andes sorprende al turista que visita Mendoza para recorrer su ruta del vino. Este original diseño lleva la firma del reconocido arquitecto Pablo Sánchez Elía, quien falleció semanas atrás a los 68 años, dejando un legado conformado por destacables obras que llevan su impronta, y que abarcan tanto espacios cálidos e intimistas como construcciones de tipo monumental.
Entre estas últimas, una de las más destacadas es “la pirámide” –como se la conoce en el mundo del vino– donde funciona la bodega Catena Zapata, y que alberga su sala de barricas circular, sus salas de degustaciones y su área de turismo (vale señalar que obtuvo en 2023 el puesto N°1 del ranking The World’s 50 Best Vineyards). Nicolás Catena Zapata, propietario de la bodega, rindió homenaje a Sánchez Elía a través del recuerdo del proyecto que los unió para dar lugar a uno de los diseños arquitectónicos más disruptivos de la Argentina.
–¿Cómo nació el proyecto de la pirámide?
–Hacia finales de los noventa las exportaciones de vino crecían fuertemente y decidimos construir una nueva bodega dedicada especialmente al mercado internacional. Recién se iniciaba la introducción del vino argentino en el mundo y mi preocupación primera fue diferenciarlo de lo que se producía en otras regiones ya famosas. Pensé que la arquitectura de la nueva bodega tenía que dar un mensaje que nos hiciera diferentes. Un estilo italiano parecía apropiado por mi abuelo italiano, fundador de la bodega. O tal vez español antiguo, pero así era el establecimiento de Robert Mondavi en Napa Valley, en California.
–¿Cómo pasó entonces de los estilos italiano o español al precolombino?
–En esos momentos regresaban mi hijo Ernesto y su esposa Joanna de su luna de miel en Guatemala, en la antigua ciudad de Tikal. Traían cientos de fotos del viaje en las que se destacaba la grandiosidad y la belleza de la arquitectura Maya. Al ver las fotos, decidí que debía elegir algo americano, distinto de Europa, de países como Francia, Italia o España. Entonces, me decidí por el diseño Maya.
–¿Cómo llega Pablo Sánchez Elía al proyecto?
–Había pedido proyectos a cinco arquitectos. Todos presentaron esbozos muy buenos, muy bellos, pero quien realmente se entusiasmó con la arquitectura Maya fue Pablo Sánchez Elía. Coincidimos y le encargué un proyecto de bodega para ser construida en Agrelo, en Mendoza. Pablo estudió detenidamente la cultura Maya y sus ciudades, sus edificios y sus templos, e incluso viajó a Guatemala a conocer la ciudad de Tikal. Nunca conocí en su profesión a alguien tan profundo, tan obsesivo en su afán por descubrir los detalles de un estilo arquitectónico como Pablo. Recientemente fallecido, creo que su profesión ha perdido a alguien muy, muy valioso. Pablo eligió inspirarse en Tikal, entre las múltiples ciudades Mayas, entre otros motivos por uno especial: el nombre de mi nieto mayor es Tikal Catena. Mi hijo Ernesto llamó a su primer hijo Tikal por un inmenso afecto hacia esa cultura y supongo que ello influyó para que a toda mi familia le resultara sumamente atractivo el diseño Maya.
Por otro lado, mi hijo Ernesto produce vinos con la marca Tikal en un estilo que me voy a permitir denominarlo “misterioso”. Son el resultado de mezclar diferentes varietales cada año con criterios que solo Ernesto conoce. Los cinco vinos Tikal son realmente peculiares.
–¿Cómo llegaron al diseño final de la pirámide?
–Pablo se inspiró en los templos de esa ciudad, en sus escalinatas, en sus alturas, sobre todo en sus ángulos constructivos. De allí surgió la idea de la pirámide, que nace de las pirámides escalonadas de Tikal. Recuerdo nuestras conversaciones sobre los templos Mayas que indudablemente lo habían impresionado. Se enamoró del templo del Gran Jaguar, de 47 metros de altura y que cuenta con escaleras muy difíciles de subir. Sobre ese punto discutimos. Estéticamente eran de una grandiosidad y belleza impresionantes, pero a mí me pareció demasiado, pensaba que era algo muy llamativo para ser la entrada a una bodega.
–Finalmente, lo convenció.
–Sí, lo convencí y Pablo diseñó unas escaleras muy cómodas para acceder a lo que hemos denominado “la pirámide”. Sin embargo, hoy me arrepiento, Tal vez reproducir ese gran templo maya hubiera cumplido mejor el objetivo de diferenciarnos de Europa. En mi imaginación, la bodega estilo Maya daría un terminante mensaje conceptual de que nuestro terroir era diferente al europeo, de que era algo nuevo: un vino del nuevo mundo, un sabor distinto, peculiar, único. Recuerdo que por aquel entonces nos estábamos iniciando en la adopción de la teoría francesa de que la calidad de un vino solo está determinada por el terroir y no por la técnica de elaboración. Con los años he observado que el mundo se ha convencido de que el Malbec argentino tiene un sabor y un aroma únicos, irreproducibles en otras regiones vitivinícolas. Nota aquí.
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Elvira Lindo
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Mikel Erentxun
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Rodolfo Serrano
Salvar la vida
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Quique González
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Fernando León de Aranoa
Fernando León de Aranoa recuerda a Celso Bugallo: “La cuestión es si Dios cree en nosotros”
Su gesto, su mirada, la manera en la que hablaba, en la que callaba: todo en él era verdad
“La cuestión no es si nosotros creemos o no creemos en Dios; la cuestión es si Dios cree en nosotros”. La frase la pronunciaba Amador, muy borracho, apoyado en la barra de La Naval, el bar en el que se reunían un grupo de trabajadores de astilleros sin trabajo en Los lunes al sol. La primera vez que escuché a Celso Bugallo pronunciarla fue en las pruebas de reparto que habíamos hecho en Vigo unos meses antes. La había escrito yo, pero me sobrecogió oírla en sus labios. Desde que pisó aquella sala sentí que formaba ya parte de la película. En su mirada profunda, en su hosquedad, en sus manos y en sus rasgos fuertes, esculpidos, creí ver aquel día los de Amador, su fortaleza y su dignidad de trabajador, su lucidez, sus heridas.
Cuando Celso mostraba los excesos de Amador, su soledad inadvertida, su mal vino, todo se volvía real. Pocas veces he visto ante la cámara tanta verdad, tanta hondura. Recuerdo con emoción un rodaje nocturno, una escena junto a Santa, el personaje que interpreta Javier Bardem en la película, sentados los dos en el suelo, riendo como dos niños, como dos hombres. Como dos hermanos siameses, que eso eran al fin: compañeros de clase, trabajadores. Si cae uno caemos todos, le decía Amador al que una vez fue su discípulo, y al hacerlo le recordaba de dónde vienen, quiénes son, a qué lugar pertenecen.
Celso supo transmitir al personaje ternura, dolor, humanidad; y ese delicado equilibrio, el de la dignidad en la derrota. Encarnó a través de él la soledad de los bares, el silencio avergonzado, la desesperación de los que caminan por ese corredor de la muerte de la vida civil que es el paro.
Luego hicimos juntos Amador, junto a Magaly Solier. Y hace solo unos años El buen patrón, donde interpreta a Fortuna, un hombre fiel, que trabaja con las manos, leal hasta la sumisión. Buena parte del peso de la película, incluido su final, caía otra vez sobre su espalda cargada, de trabajador manual.
Su gesto, su mirada, la manera en la que hablaba, en la que callaba: todo en él era verdad. La verdad de un actor que trabajaba sin red, que mostraba sus vísceras, y al que debo algunos de los momentos más emocionantes que he vivido en un rodaje. En el otro plato de la balanza, dándole sentido a todo, su sencillez.
Este lunes al sol de invierno solo puedo celebrar su risa franca, la compañía que ha sido, su gentileza. Él se va como vivió, elegante y calladamente, pero quedan para siempre con nosotros todos los personajes que ha sido. Nota aquí.
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Joaquín Sabina
“Mi Primo El Nano”
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Milo J & Juan Quintero
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Diego Ojeda
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Brigitte Bardot
Murió la actriz francesa Brigitte Bardot a los 91 años
La noticia fue confirmada por la fundación Bardot
La actriz y cantante francesa Brigitte Bardot falleció a los 91 años, según informó este domingo la Fondation Brigitte Bardot en un comunicado oficial remitido a los medios de comunicación. La organización, que lleva el nombre de la artista, expresó su “inmensa tristeza” al anunciar la muerte de su fundadora y presidenta, calificándola como una figura “de renombre mundial” que “eligió abandonar su prestigiosa carrera para dedicar su vida y energía al bienestar animal y a su fundación”. El texto no especificó ni el momento ni el lugar del deceso.
Brigitte Bardot, nacida el 28 de septiembre de 1934 en París, fue una de las personalidades más reconocidas y controvertidas del siglo XX. Su irrupción en la escena internacional se produjo en 1956, con la película “Y Dios creó a la mujer” (Roger Vadim), que entonces era su esposo. Esta obra no sólo la catapultó al estrellato, sino que también marcó un antes y un después en la representación de la sexualidad y la autonomía femenina en la cultura occidental. La cinta, considerada escandalosa en su época, convirtió a Bardot en un mito erótico y un símbolo feminista inesperado, al desafiar los códigos morales dominantes.
A lo largo de casi dos décadas, Bardot protagonizó más de 45 películas, grabó más de 70 canciones y trabajó con algunos de los cineastas más destacados de Francia, como Jean-Luc Godard y Louis Malle. Su filmografía incluye títulos emblemáticos como “La verdad” (“La vérité”, 1960), papel que le valió el David di Donatello —el máximo galardón del cine italiano—, y “El desprecio” (“Le Mépris”, 1963), bajo la dirección de Godard, donde su interpretación consolidó su estatus de musa y leyenda del séptimo arte.
No obstante, en 1973, cuando se encontraba en la cúspide de su popularidad y tenía solo 39 años, Bardot tomó la decisión de retirarse del cine. Describió la fama como una “prisión dorada” y manifestó la necesidad de encontrar otro sentido a su existencia. A partir de entonces, canalizó toda su energía en la defensa de los animales, causa que definió como el verdadero propósito de su vida. En 1986, fundó la Fondation Brigitte Bardot, que desde entonces ha tenido un papel central en campañas contra el maltrato animal, la caza de focas, la experimentación científica con animales y otras luchas similares. La institución ha sido pionera en la promoción de reformas legales y en la concienciación pública sobre el bienestar animal, tanto en Francia como a nivel internacional.
El activismo de Brigitte Bardot tuvo repercusión global. Una de las imágenes más representativas de esta faceta fue su aparición, en 1977, abrazando una cría de foca en Terranova, Canadá. La fotografía recorrió el mundo y contribuyó a que varios gobiernos adoptaran restricciones e incluso prohibieran la caza de estos animales. Bardot nunca dejó de utilizar su notoriedad para impulsar campañas, denunciar abusos y presionar a las autoridades, convencida de que su trabajo en defensa de los animales era el principal legado que dejaría, según declaró en una entrevista con BFMTV en 2025, la primera que concedió a una televisión en más de una década. Nota aquí.
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sábado, diciembre 27, 2025
La Academia
El bar histórico que reabrió en el local de un mítico restaurante: funciona las 24 horas, con precios accesibles hasta en Navidad y Año Nuevo
La Academia cerró a principios de año y se reinauguró donde antes estaba Pippo.
Fundada en 1930, es ideal para comer milanesas potentes y pastas.
La Academia nació en 1930 y eso se nota apenas se cruza la puerta. No por nostalgia forzada, sino porque en esa esquina histórica de Callao y Corrientes se acumularon décadas de charlas, discusiones, brindis y personajes que hoy figuran en libros, afiches y anécdotas repetidas. Pasaron figuras de la cultura, el espectáculo y el deporte argentino, todas con algo en común: vinieron a comer, a quedarse y a volver.
En febrero de 2025 bajó la persiana y más de uno pensó lo peor. Desde junio reabrió en Montevideo 341, el local donde supo funcionar Pippo, y volvió a hacer lo que mejor sabe hacer: atender 24 horas, con aire porteño sin maquillaje y mozos de oficio, de esos que te miran y ya saben si querés café, soda o una milanesa tamaño tabla de surf.
El plan sigue intacto. Mesas de pool, ping pong, juegos de cartas y una carta que no necesita explicar nada: milanesas generosas, picadas bien cargadas, pizzas al paso y un tostado para compartir entre cuatro. Un bar notable que cambió de dirección, pero no de carácter. Y eso, en Buenos Aires, es decir mucho.
La historia de La Academia
La historia de La Academia empieza lejos de la avenida Corrientes. Comienza en Lugo, España, y continúa en Buenos Aires en 1947, cuando Luis López llega al país sin nada. “Dormía en el sótano de un bar. Empezó lavando copas y todo, no tenía donde dormir”, recuerda su hijo Roberto.
Pasó por pensiones, por trabajos de mozo, por turnos eternos, hasta que entre 1974 y 1976 apareció la oportunidad de comprar el fondo de comercio junto a unos socios. Ese lugar era La Academia. Y no solo lo sostuvo: le imprimió carácter. “Él fue el que puso los pools originalmente, no tenía, era billar”.
En la esquina de Callao y Corrientes, La Academia se volvió testigo privilegiado del centro porteño. “Corrientes era otra, Callao era otro Callao. Era el centro neurálgico de Buenos Aires”, dice Roberto. Cines, teatros, funciones que terminaban de madrugada y un bar que nunca cerraba.
“El hecho de estar abierto las 24 horas nos favorecía, terminaban las funciones y se podían ir para ahí tranquilos”. Artistas, laburantes, músicos, personajes de la noche y de la bailanta encontraban refugio en esas mesas. “Casi todos venían por acá”, resume.
Un bar que nunca quiso ser restaurante. Fue y es bar. De esos donde se charla, se juega, se espera que amanezca. Esa identidad fue la que se cuidó cuando en diciembre de 2024 hubo que dejar el local histórico y mudarse. El nuevo espacio, en Montevideo 341, estaba destruido, pero la obsesión fue clara: que el alma viaje. “Las puertas son las originales de allá de Callao”, cuenta Roberto. Lo mismo con los vidrios y las ventanas, rescatados y reubicados como decoración en las paredes.
Hoy La Academia es la misma y otra a la vez. Cambió de piel, pero no de espíritu. Sigue latiendo la mística de las 24 horas, los juegos, el encuentro y ese aire porteño que no se fabrica ni se copia. Se mudó sin perder memoria.
Qué comer en La Academia
“Esto no es un restaurante, es un bar con posibilidad de comer algo”. Y eso se nota en el clima, en la carta y en el motivo por el que la gente llega: juntarse después del teatro, ver un partido, festejar un cumpleaños o estirar la noche con algo rico en la mesa.
Hay platos que ya son marca registrada. El tostado Academia es uno de ellos y no pasa desapercibido: ocupa toda la plancha, no un rincón. Lleva jamón, queso, tomate y huevo duro rallado, viene dorado, generoso y está pensado para compartir. La picada también juega en primera, una tabla circular tamaño pizza, con los clásicos, ideal para mesas largas.
La carta suma minutas y raciones clásicas: tortillas, rabas y platos simples. Y aunque el espíritu sea de bar, hay cocina casera de verdad. Las pastas se hacen ahí mismo: ñoquis, capeletis, sorrentinos o fideos, con salsas que se pueden pedir a gusto e incluso mezclar, como en los bodegones de antes.
Además, La Academia funciona como cocina de guardia porteña. Abre las 24 horas, todos los días, incluso Navidad y Año Nuevo. Hay menú del día con tres opciones que rotan entre carne, pasta, pollo o pescado, con bebida y café o postre incluidos.
Para Navidad y Año Nuevo el local sigue abierto las 24 horas, sin cortes, cuando casi todo lo demás baja la persiana. Eso la convierte en un buen refugio para los que salen tarde, los que trabajan, los que ya pasaron por la mesa familiar o los que directamente prefieren saltearse el protocolo. Se puede llegar a cualquier hora, incluso de madrugada, y encontrar el bar funcionando como siempre.
La propuesta es tan simple como tentadora: no hay tarjeta obligatoria ni precio fijo. Se puede pedir a la carta lo de siempre o elegir un menú especial con clásicos navideños, donde el vitel toné dice presente. No exige reserva, no fija consumo mínimo y no impone formas. La idea es clara: grupos grandes o chicos, antojo libre y cero solemnidad. Como una mesa familiar que nunca se levanta, donde siempre hay lugar para uno más. Nota aquí.
Publicadas por
Romano
a la/s
6:57 p.m.
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Etiquetas: Bares Notables, Historias
































