miércoles, octubre 14, 2009

Rodolfo Serrano

El amor de los otros

Tan alta era y tan guapa
que hubiera deseado
ser, incluso, el imbécil que marchaba a su lado.

Estoy seguro, mira, que yo no dejaría
que su sonrisa fuera
esa mueca de hastío con que ella le escuchaba.

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