sábado, febrero 06, 2016

Joaquín Pérez Azaústre

Jerónimo Salinero, bajo el árbol sagrado


Un hombre nace y vive, y ahí tienes un mundo. Un latido único, una relación sensorial con el tiempo y sus usos, con la costumbre de sus materiales convertidos en revelación del recuerdo. Si la gran poesía es verdad, tamizada por una voz corpórea, que es su propia entidad emocional y física, con su propia memoria de ese cuerpo, de la naturaleza de los ritos vueltos densidad de eternidades, Memoria vertical, de Jerónimo Salinero, es el testimonio de esa misma verdad y esa plenitud de sencilla belleza. Toda la poesía de Jerónimo tiene una entidad tangible que se impone, consciente de la forma y su deslizamiento, de su peso de horas y su peso real, como esa misma cuerda que se inclina, se retuerce, nace, muere y vibra en esa llama viva de sus cuadros recientes. La poesía de Jerónimo es acumulativa, se nutre y se sustenta por el vapor litúrgico que sucede a la celebración natural de vivir, lo mismo ante un olivo, ante un trozo de pan esculpido en la mesa o la propia visión sobre el espejo que reconoce los pies descalzos bajo el agua. Crónica aquí.


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