domingo, febrero 02, 2020

Elvira Sastre

El mundo hoy duele un poco menos

Así es mi vida con los perros: me obligan a cuidarme porque es la única manera de cuidar de ellos como se merecen


Recuerdo una de las peores épocas de mi vida. Sin entrar en detalles, el dolor era abismal, una suerte de inicio de trauma del cual me costaría horrores deshacerme. Como todo daño emocional, terminó trascendiendo a lo físico y mi cuerpo se convirtió en una especie de cárcel sin rejas. Una tarde, sufrí un ataque de ansiedad que me dejó tirada en el suelo de mi casa, a medio vestir. Notaba perfectamente cómo se empequeñecían mis pulmones y el aire se hacía pesado, casi sólido.
Me apoyé sobre la pared, coloqué la cabeza entre mis brazos e intenté recuperarme sin demasiado éxito. Entonces, un hocico suave y húmedo empezó a escarbar entre los pocos huecos que dejaba mi postura. Con nervio y lloriqueo, hizo mil virguerías: me levantó las manos, me ofreció su culito bailarín, se sentó de espaldas a mí como hacía cuando quería protegerme, empezó a ladrarme para que saliera de aquel estado. Lo vi asustado y me tranquilicé para tranquilizarlo. No necesité una pastilla o un abrazo. Me bastó con verlo. Porque así es mi vida con los perros: me obligan a cuidarme porque es la única manera de cuidar de ellos como se merecen. Nota aquí.

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