miércoles, abril 01, 2020

Javier Ruibal

No puedo ver el campo
No puedo ver el campo,
la ciudad se enrevesa
en recodos y ensanches,
y vivo en una calleja
que viene de otra
y sirve de paso
a una más allá
que desemboca en otra
que no lleva al campo.
El campo está lejos
allí donde lo dejamos.
Envidio a Manuel,
envidio a Sonia, a Eduardo,
a Sivu, a Rachid,
a Velkan, a Ileana
a Irina y Antonio
a Mohamed y Pablo
a Vasile, a Luisa
a José, a Ibrahim
a Malik, a Luís
a Sidi, a Sirifo
a Fátima, a Bruno
a Sívu, a Goran...
Ellos van a diario,
son lo nombres
que hoy habitan el campo.
Entre todos hablan
un español extraño,
y se chapurrea en rumano,
en árabe, en serbio...
Llamándose a voces,
en la briega diaria :
eh!, Vasile...
eh!, Mohamed...
sus nombres de españoles nuevos,
afanados y al tajo.
Hoy he comprado hortalizas
rollizas y hermosas,
frutas aromáticas, dulces,
un espectáculo de colores deslumbrantes.
Y he querido volver a ver el campo.
He sentido envidia de Malik
de Sonia y de Sivu,
de todos ellos.
Después,los he honrado;
solo de imaginarlos:
doblada la espalda,
terrosas las manos,
sudados,
laboriosos...
callados.
Me he sentado a la mesa en silencio,
con los ojos cerrados,
he dado las gracias,
no a Dios sino a ellos.
Diría que no he comido,
si aún yo fuera creyente,
diría que he comulgado.


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