MI CASA
Mi casa es un silencio de libros y recuerdos,
un teléfono mudo casi siempre,
la música que suena como fondo
de lo que no me atrevo ni a soñar.
Me dicen que la vida
se puede improvisar a cada instante,
pero si a una le atrapa
esta droga terrible de estar sola
y no sabe si llora por el tiempo pasado,
por lo poco que queda por vivir
o si es por esos versos
que acaba de leer y que le han puesto
a Dorian Gray delante de los ojos,
poco se puede hacer más que fumar
y esperar que anochezca
escribiendo el peor de los poemas.
El que hable de una casa grande y llena de niños,
que al volver del colegio preguntaban
está mamá, pidiendo la merienda.
Y mamá, casi siempre,
estaba en la cocina, porque entonces
eso de escribir versos aún no entraba en sus planes.
Había que hacer la cena, mandarlos a la ducha,
revisar los deberes y pensar qué facturas
eran las más urgentes,
al tiempo que miraba de reojo
el rictus de tus labios,
o el ritmo que llevaban tus rodillas,
tratando de intuir tus pensamientos.
Y al final de la noche, con un poco de culpa,
soñar en otra cosa.
Muchos años después
-tantos que aquellos niños ya son padres,
menos el que será un niño para siempre-
mi casa se ha encogido
y se me está olvidando cocinar.
Mi casa se ha encogido
hasta el mínimo espacio imprescindible
para llamarse casa. Y ni siquiera es mía,
aunque eso no me apena
siempre será más leve mi equipaje.
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