jueves, diciembre 02, 2021

Rodolfo Serrano

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Por si alguien tiene curiosidad (aunque es muy largo), ésta fue mi intervención en el homenaje a Don Gabriel Roson. Me dio mucha alegría volver a encontrarme con los amigos del barrio, Lucía, Fernando, Paqui, Manuel y Ángel Balsera y otros tantos. Mi familia. La familia de Don Gabriel, Paca Sauquillo, Mariano y Marta, Pilar Chico, Manolo Paredes, Javier Rodríguez del Barrio y tantos amigos. Tarde emocionante.
Antes de nada, he de decir que estos recuerdos han sido recopilados con la ayuda de Julia Morón, mi mujer. Ella, con mejor memoria que yo, ha ordenado estas líneas y me ha recordado fechas y anécdotas.
Yo conocí a Don Gabriel y a Don Baldomero (es imposible hablar de uno sin mencionar al otro) hace casi 60 años. Yo tenía 14 años y había venido a vivir de patrona con la maravillosa familia Carretero en el Camino Bajo de Palomeras, al lado del bar de Eleuterio. Su patio fue lugar de encuentro los domingos por la mañana de los chavales del barrio, Enrique, los Mellis, Jimmy, Paco el Cordobés, Pepe el Bruto, Pitito, los hermanos Balsera..,
La Parroquia de El Buen Pastor, donde don Gabriel prácticamente, ejerció todo su sacerdocio, se construyó en los años 60. Antes estaba un poco más arriba, en una casa un poco más grande que las otras casas, pero con el mismo tipo de construcción.
El barrio chabolista de Palomeras Bajas no estaba construido tipo favela o con chapa y cartones. Estaba construido con materiales no muy buenos, pero asemejándose más a un pueblo, aunque la mayoría de las casas eran, pequeñas, húmedas y casi sin cimientos.
En las calles, muchas veces, se reunían gentes del mismo pueblo. Los habitantes del barrio era obreros y asistentas y, de madrugada, podían verse riadas de gente camino de la parada de la camioneta, que nos llevaba hasta el Bulevar, al metro del Puente de Vallecas.
Me dio mucha rabia cuando Kiko Argüello, en una entrevista en El Pais, dijo que él en Palomeras había vivido entre yonkis y prostitutas. Le contesté en un artículo diciéndole que, por entonces, aquí no había yonkis -vinieron después- y nunca había habido prostitutas, sino mujeres trabajadoras que se ganaban el sueldo en fábricas o como asistentas en Madrid.
A la nueva construcción de la parroquia, se sumó la del colegio de las monjas y detrás estaba el consultorio, que sirvió de lugar de acogida para las distintas organizaciones del barrio. Los muchachos empezamos a ir a las misas de don Gabriel y don Baldomero, porque las chicas iban todos los domingos. Así conocímos a las Maris, Fani, Paquita, Pitu, Juli y tantas otras.
Y así nos encontramos con Don Gabriel. Los curas del Buen Pastor pertenecían a los sacerdotes formados tras el Concilio VaticanoII del Papa Juan XXIII. A don Gabriel no le costó acercarse al pueblo, porque él llevaba en la sangre el espíritu de servicio y la entrega a los demás.
Con don Gabriel creamos el Club Juventud en unos barracones de obras que creo recordar donó Agromán, me parece, gracias a la mediación de Catín Oriol, una de las jóvenes universitarias que con Paquita Sauquillo, Carmen Oriol y otros, venían entonces por el barrio. Fue lugar de encuentro de muchos jóvenes, allí se hicieron amistades y noviazgos. A cuotas compramos un tocadiscos para hacer guateques todos los domingos. Ahora creo que a muchos jóvenes, este invento de don Gabriel, nos salvó de pandillas entonces tan de moda y de otros problemas.
En muchas parroquias los curas tomaron la iniciativa para luchar por el barrio. La diferencia era que Gabriel Rosón trabajaba en la sombra, no salía en los medios y dejaba siempre el protagonismo a la gente.
Sus homilias empezaron a hacerse famosas entre los vecinos. Hablaba desde el evangelio contra la injusticia, a favor de los pobres y del abuso de los ricos. La iglesia con sus misas se abarrotaba. Y, pronto, empezaron a acudir a ella unos extraños personajes que se situaban en las últimas filas: era la policía político-social. A uno de ellos, Gabrielón, un antiguo minero de Linares que vivía donde don Gabriel y don Baldomero, lo bautizó como el Divino Calvo. Poco después, Gabrielón fue detenido cuando la manifestación por la inundación del barrio, y este personaje se ocupó de interrogarle a golpes. Desde ese momento, Gabrielón lo ascendió a El Divino Hijoputa.
Como consecuencia de sus sermones, un día don Gabriel se nos presentó con la cara y el cuerpo magullados. Le habían dado una paliza al lado de la Iglesia, en el callejoncito que permitía el paso a la parroquia. No fue la única vez. Los Guerrilleros de Cristo Rey lo apalearon en la puerta del obispado, ante la pasividad del propio obispo que le aconsejo que se fuera de Madrid.
A su lado, siempre como un buen escudero, estuvo siempre la bondad de don Baldomero. Y frecuentemente aparecía por la parroquia el padre Arana, un sabio jesuita para apoyar a los dos. Otros visitantes habituales eran los jesuitas de La calle Piedras Albas. Un recuerdo especial para Carlos Thiebaut.
Junto a la iglesia se levantaba la colonia de los falangistas. No era fácil la convivencia con algunos de ellos. Allí tenían la casa don Baldomero y don Gabriel. Cuesta enumerar la gente que pasaba por ella. Allí, los jóvenes, antes de tener el club, teníamos las reuniones, y tenían casi que echarnos a altas horas de la noche. Así se fue creando un tejido humano basado en la igualdad y en la amistad.
Por esa época empezaron a ir por el barrio profesionales y estudiantes. Habría que citar muchos nombres, pero el primero ha de ser el de Paquita Sauquillo, pilar fundamental para el desarrollo del barrio, luego vendrían los arquitectos Manolo Paredes, Nano y tantos otros, como Mariano y Marta que llegan hasta hoy.
Los jóvenes seguíamos en nuestro Club Juventud, bailando los domingos, organizando charlas, teatros, recitales. Por allí pasó un casi desconocido Luis Pastor, y un recién llegado de Francia, Ismael -¿dónde vas, carpintero?-que vino de la mano de Gloria Fuertes y del crítico de arte y poeta Manuel Conde. Nunca faltó don Gabriel a estos actos, nunca dejó de apoyarlos.
Nos apoyó cuando los jóvenes creamos un grupo de cine, comprando entre todos una máquina de súper ocho. Bajo la dirección de Ramón Rubio, rodamos, con guión mío y música de Luis Pastor, el documental Palomeras Hoy, en el que los vecinos, de propia voz, narraban la historia del barrio. Y luego una película, El Peón protagonizada por un joven del barrio, Enrique Valero. En ella actuamos casi todos, incluido Rafa, entonces presidente de la Asociación.
La película la poníamos por el barrio, de noche y a la carrera, para que no nos pillara la policía. Pero un día detuvieron a Ramón Rubio y perdimos la película.
En el barracón donde estaba el Club se creó -otra vez con el apoyo de don Gabriel- el colegio Palomeras Bajas que aún persiste y que fue toda una revolución. Muchos hombres de hoy recibieron en aquel colegio una formación que difícilmente hubieran podido conseguir en otro sitio. Después, allí mismo, se creó una asociación de enfermos de la mano de una mujer, María Dolores, que sería pasado el tiempo, la esposa de Don Gabriel.
Los vecinos habían ido tomando conciencia de que su cercanía de Madrid podía convertir el barrio en objeto de especulación, echándoles fuera de los lugares en que habían vivido todos aquellos años. En 1968 cayó sobre el barrio el decreto de expropiación. Era lo que los vecinos temían. Y empezó una lucha que ya muchos conocéis y que terminó logrando el realojo de prácticamente todos los vecinos. Las manifestaciones, las protestas, la encuesta...
En aquella lucha tuvo don Gabriel un papel muy importante. Su gran capacidad de trabajo, su cultura vastísima, su empatía con todos, le hizo imprescindible, desde las reuniones en el ministerio -él llegaba el primero en su moto que le robaron varias veces- hasta las larguísimas reuniones, en la iglesia, de la Asociación de Vecinos que él creó y alentó y a la que siempre quiso que fuera liderada por la propia gente del barrio.
Por aquí se movían todos los grupos políticos que luchaban contra el franquismo e interesados en contribuir a la remodelación del barrio: comunistas, ORT, Liga Comunista, FRAP... A todos ellos don Gabriel se aproximó y con todos ellos mantuvo una relación cordial y humana. Marín y sus hijos, el señor Alfonso, los Corpa y su madre, Rafa y tantos y tantos.
Nuestras relaciones con Don Gabriel eran prácticamente diarias. A él le encantaba el trato con la gente joven. Participaba en todas las actividades. Íbamos con él al cine, a los partidos de fútbol de los chicos en el campo San Agustín, a las excursiones y unió a los estudiantes de fuera con los chavales y chavalas del barrio creando amistades que, en algún caso siguen hasta hoy.
Voy a contar una anécdota. Una noche un grupo de chavales del barrio nos fuimos con don Gabriel a ver una obra de teatro: Medea, de Seneca, interpretada por Gema Cuervo. Aburrida a rabiar, las únicas cinco o seis personas sentadas en el gallinero, nosotros, nos terminamos despertando a causa de nuestros propios ronquidos. Era insoportable.
Muchos domingos, a la salida de misa, don Gabriel se autoinvitaba a comer en casa de algún vecino. Algún domingo caía por casa de mis suegros, en Los Gonzalez. Allí, amontonados, compartíamos comida y risas, muchas risas. Lugo, cuando nos casamos, muchas tardes, pasaba por nuestra casa, también en Los Gonzalez, 40, que se convirtió en lugar de reuniones y encuentros, para jugar con nuestro hijo Daniel.
El barrio cambio para bien en lo urbanístico. Y muchos cambiamos de barrio y las relaciones se fueron distanciando. Pero nunca nos olvidamos. Mi cuñado Juan Carlos, que es funcionario, y había sido alumno suyo, inició una relación de cariño y amistad con él, ayudándole en los papeleos. La última declaración de Hacienda se la hizo en su casa. El nos tenía informados de su situación. Pilar Chico también fue nuestro nexo de unión con aquellos años.
Últimamente, Don Gabriel me enviaba mensajes preguntándome por gente de entonces, por Pedro Arjona, que le había pintado el cuadro que le regalamos en su momento, interesándose por cada uno de los que firmamos la dedicatoria o para pedirme fotos de aquellos años que yo intentaba buscar y mandarle.
Don Gabriel, querida familia suya y nuestra, estará siempre con nosotros. No se perderá su recuerdo mientras haya gente que le nombre con una sonrisa, como ahora hacemos nosotros. Mientras sintamos en nuestro corazón que gente como él nos hizo mejores personas y nos ayudó a superarnos, a ser hombres y mujeres que valoran la amistad y el cariño.
Quiero terminar con estas palabras: don Gabriel, don Baldomero, fueron personas que renunciaron a algo tan difícil como a la propia gloria. Ellos prefirieron que la gente, el pueblo, al que ellos sirvieron fueran los auténticos protagonistas de su destino. Por eso yo sé que este homenaje a su memoria él hubiera querido que fuera un homenaje a los vecinos de Palomeras, esos vecinos a los que tanto quiso y por los que tanto luchó.
En la película Las Uvas de la Ira, al final, cuando la familia ha de marcharse a un destino incierto, la madre, con una dignidad conmovedora, dice: "Nos perseguirán, nos insultarán, nos machacarán, pero no podrán con nosotros, porque nosotros somos el pueblo".
Don Gabriel siempre creyó en el pueblo. Y luchó por su dignidad. Esa es la gloria de un hombre bueno.



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