Otoño en Villamanta
No sé si están los chopos
desnudos ya de hojas en el arroyo seco.
O si habrá amanecido con la escarcha cubriendo
los rastrojos lejanos.
En el pueblo la plaza estará como siempre.
Las retamas heladas en los cerros redondos
y el silencio en las calles.
Mañanita de bar junto a la cristalera
recordando los días de una infancia ya lejos.
Un otoño en que todo
era vida dorada,
las hojas de los árboles
y la tarde anunciando
una noche de frío y de lumbre en la casa.
Y sentir este sol que deslumbra la calle,
que ilumina un pasado
donde todo era hermoso
y era cálido el tiempo como un beso de madre.
Viene ahora, muy limpio,
el otoño en el pueblo
hasta este Madrid con olor a gasóleo,
a café y a este agrio dulzor del abandono.
Dejo que pase el tiempo en este bar desierto.
Apuro muy despacio un café y busco afuera
ese otoño en las hojas
de los plátanos tristes en la calle vacía.
Y me llega muy suave la nostalgia del pueblo,
los juegos en la plaza y el temor al demonio
cuando en la vieja iglesia
don Guillermo rezaba el rosario y los niños,
monótonos, cantábamos antiguas oraciones.
Salgo luego a la calle.
La cuesta de Segovia
se pierde bajo el arco del Viaducto. Lejos,
la sierra casi oculta por las nubes oscuras.
(Madrid, en este otoño, es un pueblo con frío)
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