viernes, abril 15, 2022

El Obrero

 Finalmente abrió El Obrero: volvieron las rabas y la tortilla más famosas del bodegón de La Boca que se convirtió en leyenda.

Escribir esta nota exige un mea culpa, hacerse cargo. Soy uno de los que lloró en voz alta cuando El Obrero cerró sus puertas, en ese pandémico enero de 2021. Pero también soy de esos que, ya desde mucho antes del Covid-19, no iba al Obrero. Haciendo memoria, la última vez habrá sido hace 15 años, en un mediodía de semana. Es decir, soy de los que querían que El Obrero siga vivo pero sin ocupar sus mesas, sin pedir sus platos, sin pagar la cuenta. Y así no funciona. No es posible vivir del amor, de los recuerdos y las nostalgias. Por eso, apenas El Obrero reabrió sus puertas el lunes pasado, llamé, reservé y fui a comer esos platos de siempre, como el bife de chorizo que el formoseño Jorge Melgarejo saca de las brasas. Es que Jorge es una institución allí dentro; tiene 80 años y trabaja en El Obrero desde que era un atolondrado adolescente de 18; pasó por todos los sectores, limpieza, cocina, bacha: ya desde hace unas décadas su lugar en el mundo es delante de la parrilla ubicada detrás del mostrador, donde se lo ve manejando con destreza cada uno de los cortes.

Entre cierres y reaperturas

El Obrero cerró primero (como todo el planeta) en marzo de 2020, en medio de los temores que despertaba el Covid-19. En noviembre, con los primeros aforos permitidos, reabrió tímidamente, solo de mediodía, para intentar que los engranajes volvieran a rodar. Pero no alcanzó: tres meses más tarde volvió a cerrar, en lo que en ese momento parecía una decisión definitiva. Era la despedida de un bodegón nacido primero como fonda, allá lejos en 1954, de la mano de Marcelino Castro, un inmigrante asturiano.

“Cuando papá empezó no tenía menú, solo platos del día, bien calóricos y potentes, ternerita guisada, mucho de olla. Los clientes eran todos obreros que trabajaban en el puerto, en las industrias cercanas, en los frigoríficos, en lo que era la usina de electricidad (donde hoy está la Usina del Arte), cuenta Silvia, hija de Marcelino, quien falleció en 2011. Ya desde hace más de dos décadas que este restaurante es manejado por esta segunda generación familiar: Juan Carlos, el hijo mayor de Marcelino; Pablo, el menor; y Silvia, la del medio. Nota aquí.







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