lunes, octubre 10, 2022

Joaquín Pérez Azaústre

 La voz de Antonio Gala

No ha habido otro escritor que haya establecido un pacto más intenso entre sus opiniones y la realidad

Antonio Gala ha sido una religión, un credo y una fe. No ha habido otro escritor que en las últimas décadas haya establecido un pacto más intenso entre sus opiniones y la realidad. Ahora resulta algo más encriptado entenderlo, incluso situarlo con exactitud en su decorado, porque el pensamiento vive ya con su propia inocencia interrumpida entre el golpe de tuit y cualquier soflama convertida en hashtag. Sin embargo, hubo un tiempo -que arrancó en los albores de la Transición y ha durado lo que la propia vida ha permitido- en que todo cuanto Gala comentase sobre esto y aquello se convertía en diálogo; no solo entre el escritor y sus lectores, sino entre la sociedad y el autor. Podría decirse que Antonio Gala escribía para ser leído -lo hizo siempre: básicamente, como cualquier escritor que tenga la honestidad de no ocultarlo-, lo que no significa que su objetivo fuera ponernos por delante una visión dulcificada de los hechos. Puede decirse que Antonio nos ofreció aquellos argumentos que necesitábamos leer y escuchar en un tiempo concreto de momentos difusos, adversos y entusiastas, en la transformación hacia la claridad, sobre las arenas movedizas entre la dictadura y la democracia. Pero también nos puso en mitad del camino la piedra de debates interiores que en muchas ocasiones el ritmo caudaloso de la vida iba dejando atrás, por su incomodidad o por el reto que suponía afrontarlos. Los temas eran todos: Gala y el amor, Andalucía y Gala, Gala y la vejez, Gala y la juventud, Gala y los animales, Gala y Dios, Gala y la muerte, Gala y la eutanasia, Gala y el teatro, la poesía y Gala, Gala y la política, Gala y el poder. Lo escribo así porque el mismo Gala llegó a ser no solo un tema en sí, sino una forma de encontrarnos con ellos. Nota aquí.




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