domingo, noviembre 10, 2024

Martín Caparrós

 La palabra migrante

Las fronteras son inventos de ocasión, efímeros. Nacer en un lugar no te hace dueño de él

Cada palabra tiene su forma de ser rara, pero algunas son más raras que otras. La palabra migrante lo es con originalidad y distinción: son especialmente raras las palabras que dicen algo y su contrario. Noche no dice día, pasión no dice calma, yo no dice vos ni tú ni usté y, sin embargo, uno que se va y uno que viene, un emigrante y un inmigrante son migrantes. Todos son migrantes: que vengan o se vayan solo es punto de vista.

Todos somos migrantes: hace unos 100.000 años nuestros ancestros salieron de sabanas africanas y empezaron a repartirse por el mundo, y nunca más paramos. Si miramos cualquier lugar con la suficiente perspectiva —esa que los políticos y los periodistas esquivamos tanto— veremos que fue ocupado a lo largo de la historia por migrantes y más migrantes y más. Y cualquier corte en la cadena, cualquier ilusión de estabilidad y apropiación, es arbitrario y falso

Digamos por ejemplo que aquí mismo, en el centro de la Península, hacia el siglo VIII predominaban los godos, unos germanos que habían inmigrado 200 años antes, pero llegaron unos migrantes moros decididos y, con el tiempo, otros muy enfáticos que venían del Cantábrico. Después lo llamarían reconquista, después la llamarían España —en 1812, no se crea—, pero su origen fue la migración violenta de unos astures y gallegos que se movieron hacia zonas donde sus mayores nunca habían vivido, y las fueron okupando, y después siguieron y siguieron. Y lo mismo en cada época y en cada lugar: las sociedades y las personas se mueven, se desplazan, cambian. ¿Qué lapso logra que una población se crea autóctona, legítima ocupante de tal sitio? ¿Cuánto tarda en volverse un “pueblo originario”? ¿Un siglo, medio siglo, cuatro siglos, seis horas y tres cuartos?

Y sin embargo ahora el “problema” de los in-migrantes se ha transformado en uno de los grandes temas europeos: uno de los argumentos más incisivos, más decisivos que emplean los partidos de distintas derechas para hacerse votar; el que más usa la prensa que se les vende para venderlos. Hay algo allí que es cierto, fascinante: somos testigos —¿somos testigos?— de un cambio cultural de primer orden. El oeste de Europa, adonde habían migrado entre los siglos V y XV, con y sin armas, personas de tez más clara y cristianismos varios, está variando su matriz de población: ahora alrededor de un cuarto de sus habitantes tiene raíces árabes y africanas, y muchos le piden menos a Cristo que a Mahoma. Nota aquí.




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