martes, diciembre 10, 2024

Paul McCartney

 Paul McCartney en Madrid: el lunes más hermoso de nuestras vidas

El músico, de 82 años, ofrece un sensacional concierto de dos horas y media ante 15.000 personas sacando joyas del cofre de The Beatles y reivindicando su repertorio en solitario y con Wings.

El puño en alto para saludar. El bajo Höfner en forma de violín colgado de sus hombros. La media melena peinada a raya y sorprendentemente frondosa. Ese característico arqueo de piernas llevando el ritmo. Del equipo de sonido sale Can’t Buy Me Love. 60 años de música pop desplegándose sobre los 15.000 privilegiados que llenaron el WiZink de Madrid. Rostros que muestran tanta felicidad que no se puede describir. Y esto no ha hecho más que empezar. Paul McCartney, 82 años, pocos artistas de pop vivos que hayan marcado a tanta gente. Anoche estuvo en Madrid para repartir felicidad. Había adolescentes con sus padres, parejas de abuelos, también grupos de jóvenes. Gente dichosa, contenta, pasando el mejor lunes de sus vidas. No existe medicina más eficaz para superar la mala cara con la que nos mira a veces el mundo que dos horas y media con este hombre optimista y entusiasta, el guardián del legado musical más relevante de la historia del pop, el de The Beatles.

McCartney no se presentó anoche sentando cátedra desde una atalaya de celador de las esencias del pop. Lo podría haber hecho, por la obra que atesora y por galones. Pero no: todo fue extremadamente cálido, cercano, en ocasiones hermoso. Paul se comportó en todo momento como un anfitrión bondadoso, ofreciendo a sus comensales los platos más exquisitos de su amplísima carta, esas canciones que transmiten una sinceridad que ya dejó hace mucho tiempo de estilarse. “Hola, España. Buenas noches, Madrid. Estoy muy feliz de estar aquí de nuevo. Esta noche voy a tratar de hablar un pelín de español”, dijo en castellano como bienvenida.

Existía un temor por comprobar el estado de su voz, siempre acompañada de rumores que aseguran que anda regulera. Allí estábamos todos estresados, confiando en que las trilladas cuerdas vocales del maestro aguantaran. Y con las gargantas calientes por si había que prestar ayuda. Todos dispuestos a colaborar. Hombro con hombro con Paul. Pero no necesitó auxilio. Aguantó un exigente programa de una treintena de canciones sin casi ningún momento de flaqueo.

Le escoltó una banda de instrumentación nada aparatosa para este tipo de megaespectáculos: dos guitarristas, un batería y un tecladista. Cuando la estrella cambiaba el bajo por la guitarra, uno de los excelentes hachas cogía el relevo de las cuatro cuerdas. En algunas canciones se requirió a tres vientos: trompeta, trombón y saxofón. Hubo momentos realmente rockeros, como el final de Let Me Roll It, con Paul de espaldas al público para jalear a su batería (Abe Laboriel Jr., excelente también en los coros) mientras arañaba las cuerdas de su guitarra al son de Foxy Lady, de Jimi Hendrix. Nota aquí.




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