Jardín de barro
Francisco Toledo vino al mundo para convertirlo en habitante de su propio universo
Quizá la eternidad no es más que un jardín de barro. Un inmenso patio de casa solariega en el corazón de Oaxaca, convertido en jardín de barro por las calladas manos de un artista intemporal, hoy ya eterno. Se llama Francisco Toledo y con las yemas de los dedos ha ido floreciendo en cada centímetro del jardín un Tlalocan de barro, un Paraíso de formas y figuras moldeadas con arcilla y agua que el Sol de todos los días ha de cocinar en cerámica. En un rincón del patio como Jardín de sus Delicias, Toledo ha respetado la belleza de una flor a la sombra de un cactus: Doña Flor intacta y todas las décadas de una vida dedicada al arte en la esquina rosada al filo de un jardín de barro… que se disuelve en lodo y nada al llegar las lluvias. Como la vida misma. Nota aquí.
0 comentarios:
Publicar un comentario