Ismael Serrano: “Sinfónico” (2024)
A Ismael Serrano lleva tiempo seduciéndole la idea de revestir sus mejores canciones (que no son todas, como él sostiene con sorna, pero sí unas cuantas) con un suntuoso ropaje orquestal, y este Sinfónico sirve como plasmación definitiva de ese largo anhelo. Nada que objetar en torno a tal pretensión, que además de razonable puede parecer predecible, más aún si reparamos en el hecho de que su maestro Serrat también le ofrece en esta faceta un bonito espejo en el que mirarse (Serrat sinfónico, 2003) y si caemos en la cuenta de que las pulsiones de afinidad con la música clásica o culta ya estuvieron presentes en las celebraciones que el cantautor vallecano articuló en torno a su vigésimo aniversario en la canción, por lo que las sonoridades ahora plasmadas en esta hora y cuarto de revisitaciones con pajarita no resultarán del todo extrañas a los oídos de los ismaelólogos más atentos y minuciosos.
Puesto que la materialización de este deseo coincide con el quincuagésimo cumpleaños del artista, resulta plausible asociar ambas ideas y atribuir en última instancia el empeño de Serrano a un regalo de aniversario o, si se prefiere, a una crisis de la mediana edad más o menos expresa. Todo este argumentario es verosímil, pero en el fondo Ismael se ha sentido consternado por el paso del tiempo desde sus muy primeras manifestaciones artísticas, así que esa batalla por la trascendencia, la relevancia y la perdurabilidad le viene en todo caso de lejos.
Asumamos, sin más, que el autor de Sucede que a veces dispone de cierto margen operativo para afrontar lo que le pida el cuerpo (serrano). Y que su percepción de que bien merecería más de lo hasta ahora obtenido, acrecentada por las crudas condiciones de la vida moderna para quienes no se ajustan a los parámetros ramplones de la viralidad, seguramente le lleven a reivindicarse con más ahínco. Por ejemplo, repasando y exprimiendo un repertorio que va camino de los dos centenares de títulos, muchos más de los que han acabado encontrando hueco en la memoria y el imaginario de las últimas generaciones.
Así pues, Sinfónico sirve para reivindicar y revalorizar el catálogo, de la misma manera que Todavía, aquel acústico registrado en 2018 en tierras argentinas, servía para rebuscar entre títulos menos frecuentados que afloraban así con nuevos bríos. Y puesto que Ismael cree en la orquesta como sinónimo de esplendor, debemos entender que lo 13 títulos ahora escogidos configuran un canon personal de excelencia, lo que hace aún más trascendental este empeño por fijar los grandes clásicos desde un prisma de solemne excelencia.
Lo mejor de esta iniciativa, pensada a buen seguro para alimentar las bocas más cómplices, pasa por los arreglos que ha formulado Jacob Sureda, pianista de cabecera de Serrano desde hace un par de décadas y autor lo bastante hábil como para reformular los originales con más sutileza que rimbombancia. Y quedan también los indicios e insinuaciones para entendidos, como el hecho de que Ana, aquel reclamo al primer gran amor que cerraba el seminal Atrapados en azul (1997), ocupe ahora esa posición en el segundo corte del disco que hace veintimuchos años no obtuvo, una circunstancia de la que su firmante con el tiempo siempre se lamentó. Serrano también reformula clásicos mucho más contemporáneos (Cállate y baila, Estaré ahí), así que parece que las peleas con el calendario no van parejas con ese vicio de pensar solo en lo pretérito como lo relevante.
Ojalá, pues, que Sinfónico no le sirva tanto de paréntesis como de revulsivo, convencido por propios y ajenos de que sigue mereciendo la pena combatir al algoritmo y atestiguar las flaquezas del hombre concernido por los tiempos que le han tocado vivir (y combatir). Nota aquí.
0 comentarios:
Publicar un comentario