lunes, agosto 04, 2014

Luis García Montero

Confesiones de un lector

El tiempo de ocio es una enredadera. Si cae en buena tierra, las cosas se llaman unas a otras, crecen por las paredes de las horas y se enredan en un laberinto frondoso. Lo saben bien los lectores en los meses de verano, sobre todo los que se ganan la vida dando clases de literatura.Es una suerte que uno pueda cobrar por hacer lo que le gusta, por leer y hablar después de los libros que ha leído. Desde luego, un privilegio.

Pero las clases a veces imponen un rumbo, señalan un camino fijo. Hay que apurar un ensayo sobre Gonzalo de Berceo, o unos artículos sobre San Juan de la Cruz, o una edición reciente de Poeta en Nueva York, o esa novela de Benito Pérez Galdós que da vergüenza no haber leído. Se pasa bien, pero se trata de una ruta trazada por las obligaciones, como esas lecturas que ordenan los programas de estudio igual que un ejército a punto de entrar en batalla. Nota aquí.


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