lunes, julio 17, 2017

Luis García Montero

Las víctimas, la independencia y el desamparo.

Más allá de los detalles políticos concretos, en los dramas sociales siempre hay un poder que se ejerce con impudor en la vida cotidiana. Cuando García Lorca adaptó Fuenteovejuna para sus representaciones de La Barraca, casi eliminó los enfrentamientos del Comendador con los Reyes Católicos. Quería destacar la prepotencia con la que intentaba abusar de las mujeres que vivían en su feudo. Es una constante del teatro social, una soberbia que viene de Lope y aparece en el Juan José de Dicenta o en El labrador de más aire de Miguel Hernández.

El impudor del poder se encarnaba antes en las injusticias legitimadas por los dogmas religiosos o por la inmovilidad de los discursos clasistas. En el tiempo de usar y tirar que vivimos, la legitimación del impudor se ha traspasado a los debates políticos. La sensación de desamparo que sentimos con frecuencia a la hora de no poder situarnos ni con unos ni con otros se debe a la falsedad interesada, ruidosa, de muchos de los debates impuestos por la actualidad política y mediática. Nota aquí.






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