viernes, enero 19, 2018

Joaquín Pérez Azaústre

En la mesa de Pablo

Pablo García Baena, nuestro Pablo, entraba en un salón y lo llenaba. Si un poeta de fuera venía a Córdoba a presentar su último libro, la sala no estaba completa hasta que entraba Pablo. Daba igual que hubiera cuatro, cuarenta o cien personas entre el público: si entraba por la puerta Pablo y se sentaba en la primera fila o en cualquier sitio libre, escuchando con esa atención pura con que sabía escuchar, el poeta sentía que el viaje a Córdoba había merecido la pena, las ausencias, el cansancio y el poema. Esto empezó a suceder cuando regresó de Málaga. Hasta entonces los poetas de Córdoba habíamos andado descabezados, éramos un amasijo de brazos y de piernas, de vientres y de hombros descoyuntados a veces, con las miradas más o menos esquivas sobre el humo de los bares, cuando todavía se podía fumar en ellos. Crónica aquí.


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