domingo, octubre 13, 2019

Karmelo C. Iribarren

UNA MAÑANA DE MIÉRCOLES
Hace una mañana gris,
opaca, triste. Estoy
en un bar, con un café, sentado
junto al cristal que da a la calle.
La música —suave, lejana, indiscernible—
acompaña sin pedirte nada
a cambio, ni siquiera que la escuches.
Cae una llovizna suave
—y un poco torcida— que hace
que algunos de los viandantes
no se la tomen muy en serio
y se resistan a abrir el paraguas.
Aquí dentro sólo estamos el camarero y yo,
y ahora mismo esto es lo más cercano
a un pequeño paraíso en la tierra.
Me siento casi como en el compartimento
de un tren. Si lo fuera
yo tendría un billete
hasta la última estación.


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