domingo, junio 14, 2020

Rodolfo Serrano

Una noche de lluvia
Estamos en la cama y llueve fuerte.
Resuenan en las tejas goterones
de un agua que adivino clara y fría.
Pero nada se mueve. Nuestros cuerpos,
en la quietud amable de la noche,
son dos sombras inmóviles. La lluvia
golpea la ventana. Escucho un trueno.
Su cuerpo se remueve junto al mío.
Me hablaba hace un momento de los hijos,
de su preocupación. De estos momentos
que ahogan nuestra vida, y de la angustia
que nos mancha la calle y los diarios.
No digo nada. Escucho en la tormenta
su voz, cálida y suave, que me dice
que están las cosas mal. Muy mal, afirma.
Que este país no va a tener remedio,
mientras anden los caínes de la historia
llenando de palabras asesinas
las plazas y las almas de los hombres.
El calor de su piel me llega atravesando
el pijama y el tiempo de silencio.
No me muevo. Espero sus palabras
mientras la lluvia lava los pecados
de estos días oscuros y dejados
de la mano de Dios y de los hombres.
No me atrevo a decirle que ya nada
será igual y me temo que estas cosas
van a ir a peor. Que estamos solos
en un mundo con fiebre y con tiritas,
igual que en las viñetas de Mafalda.
Pero no digo nada. Me levanto.
¿Dónde vas a estas horas?, me pregunta.
Y le digo que, otra vez, se me ha olvidado
el lexatin bendito que me hace
olvidar el dolor y me permite
soñar que tras la lluvia siempre escampa.

0 comentarios: