martes, octubre 17, 2023

Antonio Vizintín

 El recuerdo de un sobreviviente de Los Andes: “Parecía el Purgatorio, y nosotros los que sufríamos para morir después”

Antonio Vizintín es uno de los 16 uruguayos que soportaron 72 días en la cordillera después del accidente del avión de la Fuerza Aérea de su país que los transportaba a Chile. La decisión de comer carne humana que fue “un golpe brutal”. El alud y las pruebas de Dios. Y sus misiones como explorador antes del rescate.

“Quedate tranquilo que vuelvo”

Pasaron 51 años y Antonio José Vizintin todavía no sabe por qué se despidió con esa frase de su papá, que lo había llevado hasta el aeropuerto de Carrasco en Montevideo el 12 de octubre de 1972. “Fue algo que se me ocurrió en el momento. Después tomó otro significado”, cuenta.

Tintín, como lo apodan, era uno de los dos hijos de Román, un rematador, y Josefina, una médica y hermano de Álvaro, un año y medio menor. Tenía una vida tranquila, acomodada, en el barrio de Carrasco. Vivía a cinco cuadras del colegio Stella Maris. “Iba en bicicleta, y después caminando”, recuerda. Cuando terminó el secundario comenzó a estudiar abogacía y jugaba al rugby en el Old Christians, el club de ex alumnos del colegio. Con ellos se embarcó en el Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya que los llevaría a Chile para jugar un partido frente al Old Boys de Santiago. Una buena excusa para viajar y conocer chicas. Salieron 45 personas, entre tripulantes y pasajeros. En el medio existió una tragedia o un milagro: el avión se estrelló en la cordillera de Los Andes. Pero 16 sobrevivieron.

“Antes de tomar el vuelo me fui a comprar un saco azul, porque no tenía. Subí al avión y me senté en uno de los asientos del fondo”, relata. Todos los que iban en las ubicaciones traseras murieron cuando el avión golpeó contra las rocas y se partió. La cola quedó lejos de donde terminó el fuselaje. Pero antes hubo una mano del destino, y Antonio, que hoy tiene 70 años, se salvó.

El mal tiempo obligó a una parada técnica en Mendoza. Todos bajaron para conseguir alojamiento. A dedo, o en una camioneta, llegaron al centro. Tomaron un café en el Automóvil Club Argentino. La sucursal (le escribió alguna vez un mendocino a Vizintín) lleva casualmente el número 16. El resto del tiempo fue descansar, salir a dar una vuelta, y conocer a tres chicas, con quienes fueron a cenar a La Taberna de Padovani. Era usual firmar las paredes. Los jóvenes uruguayos estamparon sus nombres y una frase: amigos para siempre. Nota aquí.






0 comentarios: