jueves, abril 25, 2024

José Saramago

 El día levantado y principal

La pareja durante muchos años de José Saramago, Pilar del Río, cuenta con brío y emoción las horas inmediatamente anteriores y posteriores al 25 de abril, tal como las vivió a sus 50 años el entonces incipiente escritor en labores de periodista, recién vuelto a Lisboa desde Madrid tras haber huido ante las creíbles amenazas de detención de la PIDE.

Por aquel entonces los teléfonos en las casas modestas solían estar colocados en los pasillos, de modo que José Saramago debió saltar de la cama, tal vez con malos presentimientos, cuando atendió aquella llamada en la madrugada del 25 de abril de 1974. Fue así, sin glamour u otras militancias, como el escritor portugués supo que algo pasaba en su país y ese algo podía ser, por fin, positivo. La amiga que le avisó aprovechó la llamada para repetir la consigna que se transmitía desde la radio: que las personas se quedaran en sus casas, que un nuevo proceso estaba en marcha, que estuvieran atentas a la información que se iría proporcionando. José Saramago, como los demás portugueses, hizo caso omiso de la recomendación y salió a ver lo que pasaba en la calle; por eso fue espectador de movimientos militares insólitos, trasiego de camiones y tanques, luces encendidas en las casas, aviones en vuelos rasantes y agrupamientos cada vez menos discretos de personas con transistores y la extraña seguridad de que la hora había llegado y, esta vez, no como en marzo, era de verdad. Lo fue.

Unos días antes de esa noche principal José Saramago recibió un aviso – se puede suponer que, si los partidos ilegales estaban infiltrados de confidentes, la policía política también tenía chivatos - y el aviso era claro: su nombre estaba en la lista de personas que iban a ser detenidas en la operación que estaba en marcha, que había hecho caer a varios de sus amigos; o sea, se tenía que hacer invisible de forma inmediata. Entonces, junto a su compañera, la escritora Isabel de Nóbrega, tomó un avión en Lisboa destino Madrid, en lo que debía parecer un sereno viaje de recreo. Sin amigos en la capital española, sin muchos medios económicos y sin contactos políticos, José Saramago y su pareja aprovecharon los días para visitar museos, recorrer la Plaza Mayor, perderse en el Madrid de los Austrias y, por supuesto, entrar en librerías, el mayor consuelo de quienes tienen curiosidad. Regresaron pronto a casa porque hasta los exilios se complican cuando se deben mirar los precios de pensiones y restaurantes. Por eso el 25 de Abril le sorprendió durmiendo en Lisboa, recién llegado, aunque dispuesto para sumarse y estar – casi - en varios lugares a la vez: las buenas piernas le ayudaron en los recorridos por la Baixa, el Chiado, el Largo do Carmo, el Terreiro do Paço, calles y plazas caminadas una y otra vez para sentir junto a otras personas y confirmar que el proceso, como le había dicho su amiga, estaba en marcha. Escribiría años más tarde una crónica sobre el 25 de Abril titulada Lección de voluntad: Nota aquí.



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