domingo, agosto 11, 2024

Luis García Montero

 Ser y representar

Una de las cosas que le debo a la poesía es el haber comprendido la dificultad de algo que parece sencillo: la verdad de un sentimiento propio necesita ser bien explicada para que sea compartida por los demás. La comunicación necesita que lo que tenemos en nuestra cabeza pueda relacionarse con las ideas, las realidades, las historias y los sobrentendidos de una comunidad. El poema no funciona como pretendíamos cuando la imagen que tenemos en nuestro interior no consigue encarnarse en el poema para llegar a los lectores. Se queda con nosotros, pero no sale a la página o a la calle. Esto pasa también con cualquier argumento, ya sea familiar, laboral o político.

En 1982 tuve la suerte de recibir una llamada telefónica en la que me comunicaron que acababan de concederme el Premio Adonáis de poesía por mi libro El jardín extranjero. La admiración que sentía por alguno de los miembros del jurado, como Claudio Rodríguez o Rafael Morales, el prestigio histórico del Premio, la colección y la posibilidad de dar a conocer mi poesía más allá de las fronteras de Granada, me llenaron de ilusión. El título del libro respondía a unos versos de Pier Paolo Pasolini en Las cenizas de Gramsci. La atmósfera de extranjería que rodeaba la tumba del gran intelectual de la izquierda italiana desbordaba los límites de un cementerio civil y se aliaba con el sentimiento de un poeta como Pasolini en medio de la sociedad italiana de los años 50. La lucha entre la luz y las sombras que había definido la oposición al fascismo de Mussolini era sustituida por las nuevas tensiones entre unos ideales políticos de justicia social y el consumismo devorador que se apoderaba de las costumbres. La modernización fue pervertida por el abandono a un desarrollismo capitalista sin escrúpulos.Nota aquí.



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